Nixon Padilla
El movimiento LGBTIQ+ es un sujeto colectivo, político y social que vive, de manera particular, las consecuencias de los mandatos que se han impuesto a la sociedad en torno al sexo y al género; por tanto, tiene condiciones objetivas y subjetivas para comprender ─de mejor manera─ la naturaleza de la opresión sexual, construyendo capacidades para la movilización social reivindicatoria.
En contra vía, las identidades observadas como compartimentos inamovibles y excluyentes que buscan cada una, como fin fundamental, la diferenciación y la particularidad como realización subjetiva, conspira contra lo común, contra la idea, inclusive, de la posibilidad de reclamar derechos humanos universales.
La derecha supo construir un doble discurso, que actúa como tenaza inmovilizadora. Por un lado, abre un frente de batalla desde su flanco más conservador, radicalizado y fanático, la mayoría de las veces desde posturas con sesgos religiosos y, otras, con opiniones seudocientíficas desde la biología y la medicina, usadas para impedir cualquier reconocimiento o resarcimiento de derechos conculcados en razón de la orientación sexual o la identidad de género.
Y, por otra parte, desde los sectores liberales se desarrolla una estrategia de asimilación y normalización, que extiende un manto para ocultar las razones estructurales de la opresión de la sexualidad.
El identitarismo termina reduciendo la acción social colectiva a grupos cada vez más pequeños, hasta terminar en el individuo solitario que, desde las trincheras de las redes sociales, se bate contra una difusa “sociedad opresora”, ocultando así las contradicciones estructurales en las que se basa la opresión de la sexualidad.
Cuando la reivindicación pone su acento en el marco de lo simbólico y lo meramente discursivo, parecerá disruptivo al inicio, hasta revolucionario, pero será fácilmente engullido por la normalidad del sistema y colocado a su servicio. Resulta importante que las empresas se vistan de colores, contraten trabajadores racializados y vinculen cada vez más mujeres en cargos de dirección, pero no podemos dejar de observar cómo esta lógica de “inclusión” termina en un proceso de normalización en que los individuos incluidos y modelados para la aceptación social solo sirven para penetrar mejor en los mercados de las poblaciones minorizadas y sectores medios.
Mientras la globalización neoliberal se impone y adquiere contornos adaptativos ante las realidades, eliminando derechos a la inmensa mayoría de la población mundial, incluyendo a las personas LGBTIQ+, en beneficio del capital, el identitarismo insiste en colocarle al movimiento una venda que lo ciega ante esta realidad y solo le permite mirar los elementos superficiales.
Despojarnos del identitarismo supone enmarcar la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+ en las luchas generales de los pueblos por la soberanía, la paz y contra la guerra, por el disfrute de derechos sociales, económicos y políticos, por la construcción de un Estado democrático. Por lo tanto, es vital tejer alianzas con los sectores populares y democráticos, para coadyuvar en la lucha por superar la desigualdad neoliberal.