Viviendo con el tic-tac

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Flora Zapata

A veces me pregunto qué se sentirá no pensar tanto. Encontrar el botón donde puedo apagar esa parte de mí que nunca descansa y, por fin, estar conmigo, porque, entre tanto y tanto, he olvidado por completo el uso del tiempo para disfrutarlo realmente, para tomar un libro y leerlo por el simple gusto de comerme cada una de sus páginas con gusto. Y me pregunto qué sería de mi generación si pudiéramos simplemente tomar el tiempo en nuestras manos y disponer de él como quisiéramos, teniendo la plena consciencia en que el tic-tac del reloj no es una condena infinita, sino la vida que vivimos. La vida que somos y habitamos en nuestro cuerpo.

A veces me pregunto cómo serían nuestras vidas si ocho horas de nuestro tiempo no fueran equivalentes a lo que cuesta un pollo asado. Me imagino un mundo donde las manecillas del reloj no significan un peso en tu espalda, que se parece al castigo de Atlas: cada mañana después de despertar, se vuelve una y otra vez al pensamiento recurrente que pesa tanto como el mundo: “no estás haciendo nada valioso con tu vida”, cuando el valor está mediado por los méritos del capital y apenas se consigue lo suficiente para sobrevivir. Como si eso fuera poco, la estabilidad laboral es otra ilusión, una que te aplasta porque no vas de un lugar de trabajo a otro para conocer nuevas perspectivas, sino porque el mundo funciona así. Casi líquido.

A veces me levanto y sé que debo afrontar otro día viviendo con ansiedad y depresión. Tal vez sería diferente si dentro de toda la jaula que han creado para nosotros al menos nos hubieran enseñado a manejar nuestras emociones. Si fuera más fácil el acceso a la salud mental, donde la psicóloga no me contestara “eso le pasa porque no cree en Dios” como si la solución a mis trastornos mentales estuviera en el ámbito espiritual y con una oración consiguiera empleo digno. No. La tasa de jóvenes desempleados sigue siendo alta y muchos deben resignarse a seguir trabajando en un call center, atendiendo los problemas de blanquitos que tienen los gringos a kilómetros, mientras se quejan del acento latino en nuestra pronunciación del inglés.

No me resigno a vivir mi tiempo así. Otros mundos son posibles. Otras posibilidades existen. En otro sistema tal vez los jóvenes podemos dedicarnos a estudiar sin tener que pensar en cómo vamos a hacer para pagar. Seguro no estaremos preocupados por el valor monetario de nuestro tiempo, porque la calidad de nuestras vidas no estará mediada por márgenes ridículos de productividad, sino por hacer valer cada segundo que estamos vivos.

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