Redacción Internacional
El descarrilamiento de un inmenso tren de carga en la localidad de Est Palestine, en el Estado de Ohio, en Estados Unidos, el 3 de febrero pasado, cubrió esa localidad con una mezcla de sustancias químicas y gases tóxicos, que contaminaron el aire y las fuentes de agua. El contagio provocó la muerte de miles de peces y ranas, y pocas horas después del accidente los pobladores comenzaron a sentir problemas respiratorios, irritaciones en la garganta, ardor en los ojos y erupciones cutáneas.
El accidente provocó a su vez un gran incendio, y durante la combustión, los vagones liberaron al aire cloruro de hidrógeno y fosfeno, un gas tóxico utilizado como arma durante la primera guerra mundial. La Agencia de Protección del Medio Ambiente confirmó que en los vagones afectados se encontraba también éter monobutílico de etileglicol, acrilato de etilhexilo e isobutileno. El alcalde local, Trent Conaway, declaró el estado de emergencia.
Las consecuencias a largo plazo de estas afectaciones aún se desconocen. El tren de carga que descarriló, de más de tres kilómetros de largo, era operado por la compañía ferroviaria Norfolk Southern y ha sido denominado como un “tren-bomba”, ya que entre sus 141 vagones había varios vagones cisterna con la capacidad de contener, cada uno, alrededor de 120.000 litros de productos químicos tóxicos altamente inflamables.
Desinflando globos
Además del derrame, el descarrilamiento provocó un incendio fuera de control que se prolongó durante varios días, seguido de una quema “controlada” de la carga más tóxica del tren, que produjo una enorme bola de fuego y una nube de humo en forma de hongo. La catástrofe podría haberse evitado si no hubiera existido una regulación laxa y la enorme presión que compañías como Norfolk Southern ejercen a favor de sus intereses.
Cinco días después del accidente, se comunicó a los residentes evacuados que era seguro regresar a sus hogares. Se informó de un análisis sobre cinco pozos de agua y se concluyó que las pruebas “no mostraban contaminación”. Pero la gente sigue padeciendo síntomas extraños y se preguntan qué va a pasar a largo plazo.
La gravedad del accidente, producido por física imprudencia debido a un medio de transporte obsoleto y la tolerancia de las autoridades hacia un gran consorcio de productos químicos, se ocultó deliberadamente en un principio y los medios de comunicación corporativos prefirieron estar hablando todo el tiempo de los globos espías chinos, versión que al final se desinfló.
Al silencio de las autoridades contribuyó que una franja de pequeños poblados del área del accidente, pertenecen a comunidades pobres y marginadas, que no son noticia para muchos círculos de la sociedad norteamericana.