El modelo hegemónico no es otra cosa que un lamentable prontuario de ruido, que ignora el valor de la excelencia como un imperativo para la transformación social
Yamel López Forero*
(Especial para VOZ)
Como consecuencia del resultado de Shannon según el cual la información es una forma de energía libre que se opone a la tendencia entrópica de un sistema, y de acuerdo con la noción de excelencia como fuerza natural generada por la acción de la segunda ley de Newton (o ley de la acción y la reacción), es posible establecer de inmediato la similitud de la excelencia con la acumulación de energía libre en forma de información con el fin de ejecutar una tarea dentro de sistema particular.
Tal es el caso del sistema educativo colombiano, que se caracteriza por un alto grado de entropía reflejada en el paupérrimo resultado de las pruebas saber del Icfes en los niveles secundario y universitario. (No sabemos si se han realizado pruebas similares para el nivel primario).
Como se puede constatar, los resultados más preocupantes –con independencia de la procedencia económica y de lugar en las pruebas– se han obtenido en matemáticas, ciencias, comprensión de lectura y capacidad de expresarse por medio de un texto escrito sobre un tema específico, que es el lenguaje.
La gramática generativa de Noam Chomsky enseña que el lenguaje es un medio evolutivo probablemente logrado por homínidos como el Homo habilis hace dos millones de años, poseedor de la imaginación suficiente –o mejor, que había acumulado la información o energía libre– que hizo posible la autocomunicación acerca de su labor sobre un objeto en construcción por su cerebro y sus manos y era capaz de predecir la utilidad de ese objeto en su vida cotidiana.
Y el lenguaje nació como una respuesta a la necesidad de pasar de la gesticulación al habla, o sea a saltar de un medio entrópico a uno de mayor contenido informacional que significaba el medio hablado de excelencia para el nivel evolutivo de tales homínidos. Entonces, el lenguaje es una ganancia evolutiva a lo largo de un proceso que comenzó hace 13 mil ochocientos millones de años con el acontecimiento del Big Bang, y desde ese momento la naturaleza ha venido funcionando con la sencillez de un código binario de error y ensayo como respuesta a la tendencia del universo a llegar a su estado más probable, que es la medida de la tendencia a la homogeneidad del sistema concebido como un sistema cerrado, lo que se constituye –según los teoremas de Godel y de Chaitin– en un indecidible físico y matemático.
En lenguaje corriente: si el espacio es un sistema cerrado –como sostiene la segunda ley de la termodinámica– el universo acabará por alcanzar su estado más probable (su máximo nivel entrópico), que es la muerte térmica, cuando al sistema le sea imposible incrementar la energía libre o intercambiar información entre dos puntos suyos. El universo se hace homogéneo, o sea que alcanza su máxima entropía.
Si, por el contrario, el universo es abierto o en expansión permanente, como plantea la hipótesis del Gran Desgarro, alcanzará la homogeneidad o máximo nivel entrópico cuando su edad sea semejante a la vida media de un protón (en años, 3,6 x 1029), cifra que en la práctica parece una indeterminación asintótica de la edad futura del universo cuando alcance la homogeneidad.
El cerebro, máxima complejidad del universo
Las consideraciones anteriores hacen posible afirmar que la máxima complejidad del universo establecida hasta hoy día –que es la del sistema nervioso humano, deducida por la estimación de las sinapsis de las neuronas cerebrales cien mil millones de ellas, con un estimado de 1014– la complejidad informativa del cerebro humano se constituye en la práctica en un indecidible, o sea que, al menos teóricamente, es imposible obtener una complejidad material y funcional mayor a la del sistema nervioso central humano. Esta complejidad es resultado de la tendencia evolutiva expresada como excelencia o respuesta informacional a la tendencia del sistema a caer a su estado más probable, o estado de mayor entropía.
En otros términos, el proceso evolutivo del sistema nervioso central, desde la sencillez de un código binario de ensayo y error iniciado cuando el universo tenía la edad de un cuanto de tiempo (10-43 s), puede ser expresado en términos de la lucha de la materia de suma complejidad del cerebro humano.
Esto permite establecer que la excelencia no es otra cosa que una condición evolutiva indispensable para el desarrollo evolutivo del sistema nervioso central del ser humano para acceder a la energía libre en forma de información, en el sentido de Shannon, para garantizar un estado máximo de complejidad del sistema cognitivo humano con un valor entrópico mínimo susceptible de ser equiparado a la excelencia.
De manera más accesible, la excelencia es un imperativo categórico de la evolución porque, desde el Big Bang, el desarrollo evolutivo ha sido la vía más económica que conduce a la optimización del acervo de información o de energía libre susceptible de ser transformada en trabajo por todos los sistemas interactivos que buscan la optimización de la relación información/energía libre, lo cual conduce a la noción de que la excelencia concebida como acumulación o reserva de información, no es otra cosa que la medida del desarrollo del proceso evolutivo de un sistema específico.
Los músicos y el ruido
En este punto es necesario distinguir claramente entre ruido mecánico y el ruido informacional, siendo el ruido mecánico un sonido inarticulado confuso carente de ritmo y armonía, algo muy semejante a un estado entrópico carente de significado, o sea carente de información. El oficio de grandes músicos como Bach ha sido el de brindar –mediante un trabajo de excelencia– significado, armonía y ritmo a un conjunto de sonidos que por sí solos no tienen sentido informacional o de significado.
Una persona con “oído de artillero” no distingue entre música y ruido porque no establece diferencia entre excelencia y entropía o entre información y ruido. El proceso evolutivo no es más que la acumulación progresiva de la energía libre necesaria para desarrollar un proceso o conjunto de procesos ineludibles para el trabajo del sistema de tal forma que la entropía o nivel de ruido tienda al mínimo para impedir la desorganización del sistema.
Justo en este momento es necesario develar y poner en contexto el mecanismo que está en la base de la explicación de los eventos que constituyen la “mágica” aparición de la excelencia.
Como condición para que estos eventos sean una categoría en los procesos termodinámicos que participan de la asimilación entre la energía libre a información, es preciso recordar que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río” porque el universo no es estático, como lo confirma la paradoja de Olbers: si el universo estuviese quieto, la noche debería ser de un brillo inaguantable, una realidad en armonía con el principio dialéctico contraevidente de que A no es igual a A, debido a que en ningún instante A puede considerarse inmóvil, ni siquiera con respecto de sí misma.
Este razonamiento concede a la excelencia un valor histórico que puede expresarse como que la ausencia categórica de la excelencia no es otra cosa que la negación del valor informacional de la evolución de un sistema cualquiera, bien sea un individuo o un conglomerado social especifico.
Si la medida de la excelencia de un sistema son los resultados derivados del nivel informacional, es claro –volviendo a las pruebas del Icfes– que el nivel informacional de los individuos o del conjunto de individuos del universo evaluado registran un nivel de excelencia o de información tendiente a incrementar la entropía representativa de una formación social altamente entrópica en todos los aspectos que caracterizan tal formación social que, como la colombiana, se ha negado a reconocer que los endebles resultados son efecto de la confusión insensata entre la información y el ruido.
Tal contradicción solo podrá ser resuelta cuando la sociedad en su conjunto asuma la tarea urgente de reconocer la diferencia fundamental entre información o excelencia y ruido o ausencia informacional.
Los resultados de las pruebas han medido el nivel entrópico del sistema educativo colombiano y han mostrado de cuál pie cojea. Si nos atenemos a una visión dialéctica, la contradicción fundamental radica –en nuestra opinión– en la pobreza informativa de su lenguaje cotidiano para comprender un discurso, no importa de qué tipo: científico, filosófico, literario, técnico, político, histórico, y en esta medida tenemos la prueba de la incomprensión de la diferencia entre información y ruido por parte de quienes no hace mucho propusieron nada menos que incorporar al idioma mandarín en la educación pública.
Una intención plausible, pero un despropósito, considerando que buena parte de los educandos ni siquiera tienen la capacidad de discutir un problema en su lengua materna, el castellano.
Entonces no es difícil inferir que tal iniciativa equivale a incrementar el nivel de confusión o ruido en el sistema educativo colombiano, ya de por sí ruidoso y entrópico. Esto, por extensión, es válido para todos los subsistemas de la vida nacional como el político, el jurídico, etc.
Nuestro sistema educativo no es otra cosa que un lamentable vademécum de ruido que ignora el valor de la excelencia como un imperativo categórico para la lucha social por un modelo acorde con el devenir histórico de la sociedad contemporánea en todos los órdenes y, por extensión, frente al problema más acuciante de la civilización humana como es el cambio climático, cuyos efectos golpean al conglomerado colombiano con fenómenos como el Niño y la Niña, por ejemplo.
Es obvio que una investigación hacia el desarrollo de un sistema educativo de excelencia debe incluir la necesidad de currículos de excelencia que tiendan a cumplir el imperativo histórico de la lucha contra el ruido, es decir, contra el desorden histórico en todos los ámbitos de la nación colombiana.
Es imprescindible otorgarle el derecho que tenemos a comprender y aplicar en nuestra vida cotidiana la gran hipótesis hegeliana de que A no es igual a A, y que jamás lo ha sido ni lo será, lo que equivale a entender que los grandes logros de la inteligencia humana –la invención de la rueda, el teorema de Pitágoras, el concepto del cero, el Chilam Balam, el Quijote, la revolución científica iniciada con Newton o la teoría de la Relatividad–. Hay muestras de lo contrario: las ideas de Sócrates y la aventura científica de Galileo fueron víctimas de la manera ruidosa de comprender el universo.
También es necesario que un sistema educativo garantice el acceso a grandes logros del Homo sapiens desde el siglo xviii como la dialéctica hegeliana, la matemática no euclidiana o la hipótesis cuántica planteada por Einstein y Planck en su camino a la excelencia que abrió las puertas a la gran revolución científico-técnica de nuestros días.
Tales efectos son la verificación experimental del principio dialéctico de que A es diferente de A porque nada es inmóvil en el universo y, en consecuencia, concede sentido informacional al concepto de excelencia como enfoque para que la excelencia sea una herramienta válida para resolver de manera dialéctica en el sistema educativo de todo el planeta, y no solo de Colombia, la contradicción entre información y ruido.
En este orden de ideas, debe proponerse un programa de educación o transformación informacional en el sistema educativo colombiano que reduzca al mínimo el ruido como consecuencia del imperativo histórico de la resolución de tal contradicción, un camino que no solo es posible sino necesario mediante el concepto dinámico de excelencia para acumular el reservorio de información o energía para acometer la compleja tarea de separar la paja del grano, o la información del ruido para lograr lo que en apariencia puede ser una utopía tanto en el proyecto educativo como en todos los órdenes de la vida social colombiana tan contaminada de ruido o entropía en todos los ámbitos.
Recomiendo el camino escogido por el Caballero de la Triste Figura, quien hace quinientos años propuso al Homo sapiens de nuestros días el programa de la excelencia: “Hechiceros podrán quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”.
Del ruido a la información
Tal debe ser el programa que adopte Colombia en todos sus ámbitos para que pueda afrontar con decisión y esperanza de buen éxito los desafíos del siglo xxi: la construcción de la paz y la lucha contra la entropía resultante del apocalíptico cambio climático. El sistema educativo debe dar cuenta de que la catástrofe climática no es irremediable y que una información acerca del valor de la domesticación de la energía termonuclear implica que el capitalismo no se apropie de esa tecnología y la convierta en otra mercancía como ha hecho con el agua, la salud y la educación, para no ir muy lejos.
Por lo pronto, abrigamos la esperanza de que sean China y Rusia quienes dominen en primer lugar la energía de fusión nuclear para que gane la información y no el ruido. Vale decir, que en la carrera que comenzó en la Batalla de Stalingrado triunfe la democracia sobre el fascismo, que el programa del Caballero de la Triste Figura adquiera dimensión de imperativo histórico para toda la humanidad, especialmente en el país del supremo despelote.
Para redondear, me permito hacer énfasis en el trabajo de unas áreas críticas a considerar como ejemplos para intuir en el paisaje general del nivel entrópico de la sociedad colombiana desde la perspectiva de la contradicción entre información y ruido. Un ejemplo clásico, el ruido que representa construir en Bogotá un sistema de transporte colectivo que aumenta la polución y destruye el paisaje urbano en vez de una solución parcial de metro subterráneo.
Son frecuentes los casos de liberación de presos condenados por genocidio y narcotráfico mediante maniobras que llevan al vencimiento de términos. Una pregunta para todo el sistema jurisdiccional colombiano: si la excelencia está determinada por ser inversamente proporcional al ruido, el sistema jurisdiccional puede asegurar que opera y produce sus resultados con un mínimo de ruido. Entonces, ¿son los resultados jurídicos el resultado de la excelencia?
Con los agrónomos
En vísperas del VI Congreso Panamericano y XXIII Colombiano de Agrónomos e Ingenieros Agrónomos a celebrarse en Medellín (22-24 de noviembre) me permito preguntar a los colegas colombianos: ¿Están seguros de que su formación se ha desarrollado con un criterio de excelencia, o bajo ruido informacional? ¿Están seguros de que su nivel de excelencia los faculta para formar parte de las filas del ejército de los vencedores del hambre y del cambio climático?
Si la respuesta ambos casos es sí, ¿cómo pueden explicar el despelote jurídico imperante y que un país de vocación agrícola como el nuestro importe entre 15 y 20 millones de toneladas de alimentos que podrían ser producidos en Colombia? Una pista: para cosechar una tonelada de maíz, las plantas C4 consumen alrededor de 400 toneladas de agua y las plantas C3 utilizan 600 toneladas de agua en promedio; entonces, los cultivos C3 y C4 utilizan en promedio 500 toneladas de agua para producir una tonelada de alimentos de origen vegetal. Por favor, recuerden que las vacas consumen maíz y soya importados. Todo lo anterior es información, no ruido.
A partir de este razonamiento, ¿pueden garantizar que su formación se logró con el menor ruido posible o, dicho de otro modo, que su formación ha sido de excelencia? Los invito a una reflexión honrada, sin mentiras piadosas ni autojustificaciones.
Referencias sugeridas
Hofstadter R, Un eterno y grácil bucle, Barcelona, 1992.
Andrade E, La perspectiva informacional en la filosofía de la naturaleza, Universidad Nacional de Colombia, Universidad El Bosque, Bogotá, 2022.
López Y, Elementos de Fisiología Vegetal Tropical, cafenobali.com, 2018.
*Agrónomo, PhD, Profesor Emérito, Universidad Nacional de Colombia.
Adaptación periodística: Leonidas Arango.