El romántico antepone el sentimiento a la razón, de ahí que lo normal en sus máximos exponentes es que hayan tenido vidas trágicas. Este destacado poeta del romanticismo nació en Pasto en 1887 y falleció en la misma ciudad “en brazos de su madre” en 1944
Mauricio Chaves-Bustos
El poeta fundó revistas y participó en periódicos que buscaban darle un aire de modernidad a una ciudad anclada en la modorra de conventos e iglesias. Acusó a las malas administraciones y su palabra se volvió un clavo en el zapato de los acomodados.
Emprendió un viaje por Ecuador, Perú y Chile, este último país lo acogió amorosamente, hasta el punto de triunfar en varios concursos literarios, recibió palmas y aplausos, que lo alentaron a continuar con su escritura. Esta, para él, era casi un apostolado.
Pero el sino trágico, que lo acompañaría durante el resto de su vida, se manifiesta. En Chile empieza a presentar dolencias, es sometido a tres cirugías en las que le serían amputados los pies. Once años después decide regresar a su ciudad natal, donde es recibido por aquellos que otrora lo habían despreciado. Con medalla de oro y laureles, la sociedad pastusa se exalta en contar nuevamente entre los suyos con el reconocido poeta.
“Floria! Floria! Floria!
En el nombre de la luna
que en las noches de verano
se baña en el mar profundo
y se peina con sus manos
los cabellos de oro puro…”
(Fragmento de Conjunto de Floria)
En Pasto es nombrado concejal, miembro de diferentes instituciones culturales, dirige la Biblioteca Departamental, pero el dolor avanza en el nadir de su existencia, mientras su cénit se corona de glorias, su nadir sufre, le son amputadas las piernas porque la enfermedad avanza sin tregua. Pese a todo, su pluma no da tregua, escribe, escribe y escribe como un desesperado, en revistas, en periódicos, en la radio donde es invitado frecuente.
¡Qué duro es caminar!… Morder la pena,
llorar en un estero silenciario,
dormir en el zaguán de casa ajena,
para encontrar después sólo un calvario!
(Fragmento de Canción lejana)
Su obra exalta sus sentimientos, pero es imposible no hacer evocación de lo ido-perdido, sobre todo en una época de añoranza por un humanismo, que para muchos se estaba perdiendo en un mundo que se prefiguraba moderno, donde la primera guerra mundial mostraba los tentáculos de armas poderosas que hacían del hombre una cosa fácil de exterminar.
“¡Oh, mis años de bohemia…! ¡Turbia época insensata!
¡Adorada que embrujaste mis crisálidas de plata!
¡Cantinero que me diste agrio zumo en tu alcohol!…
¡Claro valle del Galeras extendido en mi amargura,
¡Tierra, tierra que miraste mi noctámbula figura,
desdeñada y abatida, bajo el rayo de un farol!…”
(Fragmento de Canción del desenterrado)
Su poesía es una advocación constante a Grecia y Roma clásicas. Ahí aparecen dioses y diosas abrazados en un llanto constante por haber cedido su terreno a la máquina. En sonetos y romances se sostiene el poeta pastuso para ganarle, aunque sea unos días más, a la parca… Pero esta es inexorable, finalmente, el poeta cae vencido y la luz se apaga.
Pero su voz continúa, ahí trasciende, se vuelve un espíritu que habita en el horizonte de su ciudad natal que pareciera pedirle perdón por el dolor juvenil causado. Luis Felipe de La Rosa sigue vivo en su palabra.