sábado, julio 12, 2025
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El pulso ético frente al camuflaje neoliberal

Nos enfrentamos a un reto trascendental entre dos términos que, pese a la sonoridad tan semejante, en realidad implican filosofías y actitudes de vida casi opuestas: resistencia y resiliencia. Pero que no nos metan gato por liebre

Antonio Marín
@antonio_marin6490

Durante años, la resiliencia ha sido exaltada como la virtud por excelencia para enfrentar crisis económicas, políticas y sanitarias. Sin embargo, esta aparente virtud, bajo su adaptación neoliberal, se ha convertido, entre otras cosas, en un instrumento que legitima recortes sociales y traslada las responsabilidades del Estado al ciudadano común, mientras las élites y grandes corporaciones mantienen sus privilegios bajo el amparo de la crisis.

Ante este escenario, la resistencia emerge como un acto consciente y decidido de cuestionar y transformar la realidad, que devuelve al individuo y a la sociedad el poder de decidir y exigir justicia.

Dos caminos divergentes

La palabra ‘resistencia’ proviene del latín resistere, que significa “oponerse firmemente”. Esta etimología subraya un acto deliberado de plantarse frente a fuerzas contrarias con firmeza moral y ética. Por otro lado, ‘resiliencia’ deriva del latín resilire, “rebotar” o “volver atrás”, que connota una recuperación rápida sin necesariamente cuestionar o transformar el entorno adverso.

Como advierte el viejo refrán, “no confundir la gimnasia con la magnesia”: aunque resistencia y resiliencia suenen muy parecidas al oído, no significan lo mismo. Mientras la primera implica una confrontación activa y voluntad de transformación, la segunda alude a un “rebote”, que deja intactas las causas del problema.

Elección ética: carácter y ‘camaleonismo’

En este punto, el viejo refrán “Que no nos metan gato por liebre” nos recuerda que no basta con aparentar valor; debemos exigir autenticidad. Antonio Gramsci afirmaba: “Soy pesimista por inteligencia, pero optimista por voluntad”, describiendo la resistencia como esa cepa de voluntad capaz de sostener la lucha, aunque las probabilidades estén en contra.

Michel Foucault explicó cómo las “tecnologías del yo” moldean al individuo para encajar en las lógicas de poder, donde la resiliencia neoliberal se convierte en un mecanismo de autoajuste ─estilo camaleónico─ que favorece la continuidad del sistema sin cuestionarlo.

Al complementar esta visión, Byung-Chul Han muestra que dicha resiliencia neoliberal desemboca en autoexplotación: el sujeto, creyéndose libre, se somete voluntariamente al imperativo del rendimiento, agotándose sin impulsar cambios reales. El dramaturgo que me sobrevive dice: «Resiliencia: “¡Soy flexibilidad pura!”/Resistencia: “Yo soy fibra de acero”. /Resiliencia: “¿Fibra? ¿Eso es de comer?” /Resistencia: “Se come con conciencia”».

Sólo para mencionar algo reciente, durante la pandemia, el gobierno de Iván Duque emitió decretos para destinar billones de pesos en garantías estatales para apalancar créditos. Si bien la medida buscaba asistir a empresas y hogares; en la práctica, muchos pequeños emprendedores quedaron fuera por falta de colaterales. Así, el riesgo que asumió el Gobierno pasó al ciudadano, mientras las entidades financieras lograron los beneficios sin afrontar pérdidas reales. La resiliencia, en este modelo, muy común, se convirtió en un parche para la preservación del statu quo.

El poder de la solidaridad colectiva

Desde las Madres de Plaza de Mayo en Argentina ─que plantaron sus pañuelos blancos como trinchera moral durante la dictadura─ hasta la Unión Patriótica, surgida en 1985 como puente de reconciliación y luego víctima de un genocidio político que buscó borrarla del mapa social, la historia demuestra que la resistencia forja memoria y dignidad.

El estallido social de 2021 evidenció el poder ciudadano al detener una reforma tributaria abusiva, denunciar las violaciones de derechos y debilitar la legitimidad del Gobierno, y abrió el camino hacia un nuevo ciclo político. Más recientemente, en mayo de 2025, el paro nacional volvió a unir a jóvenes, trabajadores, indígenas y campesinos en torno a la exigencia de una consulta popular para transformaciones reales, demostrando, una vez más, que resistir en colectivo supera cualquier simple “rebote” de resiliencia.

Legado ético y moral de la resistencia

Como decía antes, la resistencia genera memoria viva: relatos, canciones y refranes ─como el del gato y la liebre─ que se transmiten de generación en generación, desarrollando un capital ético que trasciende en el tiempo. A diferencia de la resiliencia, que ofrece un retorno al estado previo, la resistencia deja una huella en la conciencia social y abre rutas para nuevas transformaciones.

La resistencia no es un mero acto de rebote; es la afirmación de la voluntad colectiva de cambiar las estructuras injustas. Mientras la resiliencia neoliberal promete adaptabilidad sin costo basado en la autoexplotación; la resistencia exige solidaridad, responsabilidad y acción. Solo desde la resistencia podremos construir un futuro auténticamente mejor, donde no aceptemos sustitutos mediocres ni resignaciones acomodaticias. Hoy, la historia nos convoca a elegir la resistencia como la fuerza capaz de impulsarnos hacia una sociedad verdaderamente justa, consciente y, sobre todo, solidaria.

Jamás debemos resignarnos ni renunciar a luchar por algo mejor, más justo y más auténtico. Porque más que sobrevivir, debemos transformar.

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