Los resultados electorales en la Gran Bretaña muestran que el público es más difícil de engañar que lo que el Establecimiento piensa.
Editorial del Morning Star
De todos los comentarios producidos en serie sobre los resultados de las elecciones de este jueves 5 de mayo, Diane Abbott hizo el mejor: «Este es el comienzo de algo, no el fin de todo».
Y en buena parte de la Gran Bretaña, al Partido Laborista le fue bien, teniendo en cuenta los obstáculos en su camino.
La elección de Jeremy Corbyn hace ocho meses fue el producto de un renacimiento democrático de masas en un partido que había operado bajo la dictadura de su líder desde la elección de Tony Blair en 1994, y reflejaba la desilusión del público con un consenso político que convirtió a laboristas y conservadores en mutuos reflejos.
Esa desilusión se reveló en la indiferencia total frente a los rivales de liderazgo de Corbyn. Las afirmaciones de que el rendimiento del Laborismo habría sido mejor con cualquiera de ellos no son convincentes.
El Partido Laborista que Corbyn está revitalizando, a la cabeza de cientos de miles de nuevos miembros, tiene legados difíciles de superar: la pérdida de cinco millones de votos bajo Blair y Brown, al abandonar a las comunidades obreras y tratar con desprecio a su base electoral sindicalista; una reputación de involucrar al país en guerras externas no provocadas; una mentalidad de que «todos los políticos son iguales», alentada por las políticas económicas neoliberales y los ejemplos flagrantes de corrupción del Establecimiento como el escándalo de los gastos o las travesuras avarientas de Geoff Hoon o Patricia Hewitt.
El hecho de que algunos parlamentarios claramente no vean nada malo en esos legados y públicamente ataquen el intento de su líder de hacer un nuevo comienzo, no ayuda, y encima de eso el partido se ha enfrentado el sesgo sin precedentes de todos los medios de comunicación importantes, incluso públicos como la BBC, y una sucesión de escándalos artificiales cocinados por los enemigos del cambio.
A pesar de todo esto, el Laborismo ha evitado el colapso alegremente predicho por sus críticos, registrando buenas actuaciones en Inglaterra y manteniendo el control de distritos claves como Crawley.
Se mantiene como el partido mayoritario en Gales y seguirá rigiendo en ese país.
Y la victoria de Sadiq Khan en Londres debe ser celebrada por quienes se oponen al racismo repugnante de la campaña conservadora para la alcaldía en esa ciudad.
Tomados en conjunto, estos resultados muestran que el público es más difícil de engañar que lo que el Establecimiento piensa. Los londinenses no hicieron caso a las descripciones racistas de Khan como un «radical», ni a la calumnia de que era cercano a los terroristas fundamentalistas, motivada únicamente por su fe musulmana.
Entre más calumnió a su oponente el ex exiliado fiscal multimillonario Zac Goldsmith, más atrás quedó. Se espera que esto sea una lección para los conservadores dispuestos a rebajarse a la venenosa política del racismo.
Del mismo modo, a través de Inglaterra y Gales, la histeria de los medios fue incapaz de hacer mella en serio en la votación del Partido Laborista, aunque por supuesto, podría haber sido mejor, probablemente, si determinados parlamentarios hubieran puesto tanto esfuerzo en enfrentar a los conservadores como en atacar y sabotear a su jefe.
Esto es prometedor. La embestida de los medios de comunicación no se detendrá en el corto plazo: el Establecimiento no va a jugar limpio cuando su poder y sus privilegios están amenazados por una revolución democrática. La capacidad del Laborismo para superarlo es crucial y puede apoyarse en las victorias del 5 de mayo.
Pero la historia fue muy diferente en Escocia.
No se puede culpar a Corbyn por el tercer lugar del Partido Laborista escocés, aunque es cierto que las esperanzas de que un retorno al socialismo recuperara un gran número de votantes nacionalistas no se han materializado.
Es evidente que lo que existe de voto de «izquierda independentista» sigue aferrado al SNP, a pesar de su política económica de derechas. Nuevos grupos como Rise recibieron un apoyo insignificante.
Esto representa un desafío para aquellos socialistas que están en el SNP -y hay algunos- que deberán desafiar el expediente de la dirección del partido en cuanto a la privatización y la desigualdad.
El movimiento obrero se enfrenta a una tarea aún mayor: luchar para reconstruir una política de clase, más que de nación.
Original en inglés: Morning Star
Traducción de David Moreno