La nueva esclavitud sacó de las escuelas a verdaderas legiones de menores de edad que bajan de las lomas del cerro de La Popa. La hipocresía del capitalismo salvaje. Los contrastes en La Heroica

Libardo Muñoz
Un fantasma real recorre a Cartagena: es el fantasma del trabajo infantil, uno de los monstruos que engendra en su vientre el capitalismo y su miseria de la vida diaria.
La injusticia de una ciudad gobernada por la concentración de la riqueza se sufre en las barriadas de una Cartagena ignorada por los medios, dedicados a difundir lo que interesa a las corporaciones hoy dueñas de la radio de cadenas y de periódicos de tiraje nacional. Los barrios tuguriales de Cartagena son la fuente del trabajo infantil. La capital de Bolívar es una ciudad de gente joven. Un 56,3% de la población de Cartagena es menor de 30 años, 49,8% hombres y 50,2% mujeres.
Solo entre 1994 y 2004, Cartagena recibió 5.800 personas desplazadas anualmente, y es muy probable que la presión de la pobreza rural haya aumentado el espejismo de un turismo que no es todo lo próspero que se dice como generador de empleo.
Vivir en Cartagena sigue siendo una ilusión para miles de costeños que habitan en pueblos sin agua, sin empleo, sin tierras y bajo la amenaza del asesinato de las bandas paramilitares.
El turismo escasamente genera un 10% del empleo total de Cartagena y sólo contribuye con 3,5% del producto local con fuerte tendencia a la concentración en pocos operadores de la industria turística internacional. El 75% de la ciudad es pobre y la miseria afecta al 45% de la población cartagenera.
El cráter del volcán
El cráter del volcán del trabajo infantil es la plaza del mercado de Bazurto, aunque el “rebusque” se ve esparcido en los semáforos y dentro de la ciudad colonial, incluyendo los más de diez kilómetros de playa que tiene Cartagena desde “playa Hollywood” frente al Hotel Caribe, hasta la punta de Los Morros en La Boquilla.
Tuchín, una población de ancestro indígena del Sinú, aporta el 80% de los niños que venden café por todos los rincones de la Cartagena, bajo un sol sin atenuantes, hasta avanzadas horas de la noche y la madrugada del día siguiente.
Desde las primeras horas del amanecer, la oferta infantil para “hacer viajes” se escucha en las galerías de verduras y víveres de Bazurto. Unos chicos construyen sus carritos de balineras con madera y puntillas, otros tienen desechos que sirvieron en supermercados de los alrededores.
Toda la legislación y las frases hipócritas con que el deplorable periodismo colombiano de hoy trata de lavarle la cara al capitalismo salvaje sobre el trabajo infantil se estrella en el mercado de Bazurto, que no es el único punto donde la niñez más pobre de Cartagena trabaja.
Hoy, cálculos moderados estiman que un poco más de cuatro mil niños trabajan esparcidos por toda la ciudad amenazante, con sus zonas tomadas por el pandillismo, el sicariato urbano, el microtráfico y los cobra-diario, que financian a toda la oferta de la economía informal por los cuatro puntos cardinales de una Cartagena agobiada por las tarifas de la electricidad y el agua privatizadas hace ya más de dos décadas.
La nueva esclavitud sacó de las escuelas a verdaderas legiones de menores de edad que bajan de las lomas del cerro de La Popa, tienen que salir a trabajar, mientras una Cartagena paradisiaca existe en los condominios playeros donde un metro cuadrado cuesta hoy 12 millones de pesos.