Fernando Dorado
Para incomodidad de muchos partidos políticos y candidatos a elecciones parlamentarias de 2014, éstas estarán atravesadas por el “incidente Petro”. Los comicios para revocar o confirmar el mandato del actual alcalde de Bogotá serán el 2 de marzo. Gustavo Petro lanzará oficialmente su campaña el viernes 10 de enero en la concentración popular que se realizará en la Plaza de Bolívar. De ahí en adelante gobernará en medio de la campaña.
Todos los actores políticos de la capital del país van a quedar subsumidos por esa dinámica. El sí o el no van a polarizar a los diferentes partidos y candidatos que no podrán esquivar este problema. Muchos intentarán pasar de agache. Otros, la mayoría –oportunistas o no– se alinearán por el no. Y los uribistas pura sangre encabezarán el sí. Será un verdadero pulso por la democracia en donde la creatividad de la juventud se expresará con plenitud.
Es por ello que el Procurador tiene ante sí un verdadero dilema. Tiene que decidir entre hacer efectiva la destitución del alcalde bogotano antes del 2 de marzo o esperar los resultados de ese evento electoral. No hay que olvidar que Ordóñez y sus cómplices son los elementos más conscientes del peligro de permitir que se crezca la “ola petrista”.
Él sabe que si decide ratificar la decisión antes del 2 de marzo va a provocar una pequeña “ola multicolor” de indignación que se verá reflejada en las elecciones parlamentarias en favor de la izquierda. Sin embargo, en su cálculo político es consciente que es mucho más peligroso que sea la ciudadanía la que refrende el mandato al alcalde capitalino. La “ola democrática” podría ser arrasadora y llevárselos por delante.
Por esa razón el Procurador va a rechazar la recusación que le ha presentado la defensa de Petro. En una carrera afanosa, va a corroborar muy rápidamente la destitución, tal vez, rebajándole unos años a la inhabilidad. Y Santos será el que tenga que definir si acata la solicitud del Procurador con el costo político que tenga para su reelección.
Se equivocan quienes se han imaginado una salida “suave” a este complejo problema. Se engañan quienes ilusamente piensan que la derecha fascista va a dejar pasar esta oportunidad de golpear los anhelos populares de democratización del país. De paso “le miden el aceite” a Santos y desestabilizan los diálogos de paz.
El efecto psicológico del “incidente Petro” está vivo. Para algunos sectores de la oligarquía es motivo de estrés. Quisieran –como lo expresa el editorialista de El Espectador (04.01.2014)– que “actuara con grandeza y serenidad”, que no recurriera al pueblo, que no lo movilizara ni le echara discursos, porque según ellos “no le servirá de nada”.
Para otros sectores de la oligarquía el problema es de impaciencia y desespero. Tienen afán de sacar a ese “populista” que se atrevió a tocar sus intereses. Creen que si identifican a Petro con Chávez van a poder neutralizar su política pero se equivocan totalmente. Sólo lograrán hacer vivo el instinto popular que les decía en su intimidad que Chávez no debería ser tan malo si esta oligarquía lo atacaba con tanta saña.
Para algunos políticos de izquierda –aunque no lo pueden decir– la situación es incómoda. Muchos de ellos, compañeros de Petro, pensaban que la oligarquía ya les había perdonado su antigua rebelión armada y que, como lo han hecho en los últimos 22 años, podrían hacer política de una forma moderada, con tranquilidad. Ellos no quieren hablar de revolución, ni de lucha de clases, creen todavía en la buena voluntad de los burgueses “progresistas” y por ello, todavía no asimilan el “caso Petro”. En el fondo creen que Petro se equivocó y por ello califican el fallo como “exagerado”. ¡No saben qué hacer!
En la otra orilla de la izquierda está el Polo-MOIR. Para este partido el “incidente Petro” es una verdadera “papa caliente”. Sus principales dirigentes no logran entender que al frente de esta embestida bestial no sólo está del Procurador sino que es todo el régimen oligárquico quien la dirige. No se dan cuenta que su objetivo no es tanto Petro sino que quieren aplastar el incipiente auge de la lucha popular que está en ascenso.
Las recientes disputas y los resentimientos acumulados en su confrontación con Petro parecieran convertirse en un gran obstáculo psicológico para el Polo. No han logrado reconocer plenamente que éste ha sido el primer alcalde que se ha enfrentado a la privatización de los servicios públicos y que ha retado al Establecimiento neoliberal. Si la dirigencia del Polo no hace un esfuerzo mental por superar rápida y oportunamente esa especie de tara ideológica que le impide sumarse a un amplio movimiento en defensa y ampliación de la precaria democracia existente, el daño que se autoinfligirá será inmensamente grande.
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Hasta ahora sólo algunos sectores de la juventud de Bogotá están reaccionando como tiene que ser. La campaña por impedir la destitución de Petro y lograr la confirmación de su mandato deberá desplegar la más amplia resistencia civil. Hay que hacer todos los esfuerzos por mantener y fortalecer la movilización popular en todas las zonas de la ciudad. El alcalde deberá seguir gobernando y paralelamente, el pueblo deberá convocarlo a grandes concentraciones en cada una de las 20 localidades.
Esa resistencia civil deberá mantener el carácter pacífico, como ha sido hasta ahora. Tendrá que utilizar las más creativas formas simbólicas. Será una campaña pedagógica en donde el pueblo descubra los avances de la “Bogotá Humana”. Adquirirá la forma de una verdadera fiesta democrática en donde debe predominar el no partidismo pero tendrá que ser incluyente, sabiendo que paralelamente están en juego las campañas al Congreso.
El objetivo es aislar y poner contra la pared al uribismo más retrógrado y guerrerista. ¡No pasarán! ¡Petro no se va!