“Ejercer mi profesión con conciencia y dignidad, y conforme a la buena práctica médica”, Juramento Hipocrático, Asociación Médica Mundial
Antonio Marín
Hay palabras que calcinan cuando se pronuncian con verdad, como carbones encendidos reclamando memoria. Otras, en cambio, se enfrían, se desgastan, se diluyen en el uso repetido sin compromiso. ‘Hipócrates’, por ejemplo, ya no resuena solo como el nombre del padre de la medicina, sino como el eco de una promesa traicionada. Nombrarlo hoy en Colombia es recordar un ideal olvidado, un principio ético desdibujado entre papeles, cifras y millones de autorizaciones negadas.
Quisiera, a través de esta columna, dirigirme ─con profundo respeto─ a usted, médico colombiano. A usted que un día se vistió de blanco, no como símbolo de pureza, sino como acto de fe en la vida. A usted que repitió el juramento ─quizá sin prever que lo hacía en medio de un sistema que, desde hace décadas, ha convertido la salud en negocio, la enfermedad en capital, y el cuidado en un costo que hay que reducir.
El compromiso médico
Y, sin embargo, allí estaba, jurando con convicción. Asumiendo el compromiso de ejercer su profesión con conciencia y dignidad; de velar, con el máximo respeto, por la vida humana; y de no permitir que consideraciones de estatus social, edad, credo, origen étnico o género se interpusieran entre su deber y su paciente. Un compromiso profundo, pronunciado en voz alta y con el corazón dispuesto.
Ahora, ¿ha sentido usted que ese juramento se ha puesto a prueba?
¿Ha tenido que elegir entre formular “lo que se permite” y lo que verdaderamente se necesita? ¿Ha sentido que el tiempo no alcanza para mirar a los ojos a quien sufre?
¿Le ha resultado difícil ejercer su vocación cuando las condiciones laborales, administrativas o institucionales no lo amparan?
¿Diría usted que los llamados “paseos de la muerte” son accidentes aislados? Yo no. Son síntomas. Son la consecuencia de un modelo que privilegia la rentabilidad por encima de la prevención. Y, en ese modelo, tanto el médico como el paciente se ven vulnerados, restringidos, sometidos.
La prevención, la mejor inversión
No hay salud pública sin verdadera prevención. Una nación que no cuida a sus gestantes, que no protege el desarrollo sano de sus niñas y niños, y que posterga o niega la atención primaria, no puede considerarse moderna. Invertir en la prevención es invertir en el futuro: en el desarrollo cognitivo, emocional y físico de generaciones enteras. Usted lo sabe bien: un embarazo controlado es una vida que florece, una infancia vacunada es una sociedad con raíces más fuertes, y un cuerpo atendido a tiempo es una muerte que no ocurre.
Esta escrito no es un reproche. Es una invitación a recordar lo que nos une: la convicción de que la salud no es un favor, sino un derecho; que la vida no puede ser gestionada como mercancía; que cuidar, sanar y acompañar son actos profundamente humanos.
Defensa activa de la vida humana
Así como el juramento médico ha sido actualizado ─como en la Declaración de Ginebra de 2017, adoptada por la Asociación Médica Mundial, AMM*─, tal vez ha llegado también el momento de una reforma interior: no solo económica o estructural, sino espiritual y ética. No para empezar de cero, sino para reafirmar, con conciencia despierta, el compromiso con esa misión profunda que nos convoca a todos los que trabajamos por la salud: la defensa activa, cotidiana y digna de la vida humana.
Una nota al margen, pero no menor: si Hipócrates dio a la medicina su brújula ética, Galeno ─siglos después─ intentó construirle un sistema entero. Uno pensó con el cuerpo del paciente; el otro, con el cuerpo del saber. Hipócrates nos dejó el alma del acto médico; Galeno, la estructura anatómica y filosófica de su tiempo. Y aunque ambos siguen vivos ─uno en el juramento, el otro en la cátedra─, tal vez lo que más nos hace falta hoy no es un nuevo sistema, sino una reforma que incluya el alma, que nos recuerde por qué empezamos a cuidar y qué clase de humanidad estamos llamados a proteger.
La salud se teje colectivamente
Quisiera dirigirme también a quienes hoy estudian medicina: ¿Cómo imaginan su práctica? ¿Qué medicina quieren ejercer? ¿Qué ética desean encarnar cuando escuchen a sus pacientes, cuando diagnostiquen, cuando acompañen?
Y a quienes están a su lado, a quienes le rodean en el día a día del cuidado: terapeutas, auxiliares, técnicos, vigilantes, personal administrativo o de aseo, esta misión también los convoca, porque la salud no es obra de uno solo. Se teje colectivamente, con manos distintas y corazones comprometidos con una misma causa. Pero esos colectivos también deben recordar que el norte es la vida y que las condiciones éticas para el cuidado no deben ser negociadas ni sustituidas por nuevos códigos que saboteen o diluyan la misionalidad máxima: el juramento, ahora compartido, de defender la vida humana con dignidad.
Así, pues, más que una crítica, esta es una invocación.
Una invitación a recordar que esta profesión ─la suya─ no está hecha para obedecer a los intereses económicos, propios o del sistema, sino para escuchar con atención el llamado de la vida. Un llamado que, con urgencia, le conmina a defenderla.
Y eso, doctor, doctora, estudiante, colega, es ─sin duda─ una de las misiones más dignas que existen.