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Dos grandes sucesos en 2016

La muerte física del comandante Fidel Castro Ruz y la firma del acuerdo de paz entre las FARC-EP y el presidente Juan Manuel Santos.

El comandante Iván Márquez, jefe de la delegación de paz de las FARC, rinde homenaje a Fidel Castro a su fallecimiento. Foto: Prensa Latina

Nelson Lombana Silva

Dentro de los diversos sucesos presentados en el transcurso de 2016, hay dos que valen la pena dimensionar por su impacto y repercusiones a nivel internacional y nacional. Ambos tienen esa connotación: la muerte física del comandante Fidel Castro Ruz y la firma del acuerdo de paz entre las FARC-EP y el presidente Juan Manuel Santos.

La muerte de Fidel, suceso mundial

A la edad de 90 años de edad murió el comandante Fidel Castro Ruz en La Habana (Cuba). El mundo se estremeció. A pesar de la incomunicación y tergiversación mediática, resultó imposible ocultar deliberadamente la forma multitudinaria como el planeta exteriorizó el pesar por la muerte del comandante.

La reacción grosera y vulgar del presidente estadounidense electo, Donald Trump, generó repudio mundial hasta del mismo pueblo estadounidense. Era pretender tapar el sol con el meñique.

La obra revolucionaria del heroico guerrillero de la Sierra Maestra que entró triunfante a La Habana a los 5 días de enero de 1959, era universal. De una u otra manera, la humanidad le tributó un sonoro y emotivo adiós, reafirmando su compromiso de continuar la lucha por el socialismo, el sistema de la vida y de la esperanza y contra el capitalismo, sistema de la muerte y de la desesperanza.

Valores tan de capa caída en el capitalismo como dignidad, patriotismo, justicia social, unidad, solidaridad, vida y esperanza, el comandante Fidel con su vida ejemplar colocó estos valores a brillar en el amplio firmamento de América sin mancha de ninguna naturaleza.

Se fue victorioso. Inmenso. Sobreponiéndose a los cientos de infames intentos de asesinato por parte de la CIA, siniestro aparato criminal de los Estados Unidos, muriendo plácidamente en su modesto lecho rodeado del amor del pueblo cubano que en la mítica plaza José Martí juró defender y desarrollar la inmortal obra del líder cubano, bajo la consigna coreada con fuerza: “¡Yo soy Fidel!”.

El juramento del pueblo, especialmente su clase dirigente, de continuar el desarrollo del socialismo en esta isla, es fiel reflejo de la forma acertada como Fidel condujo este proceso revolucionario durante largas y extenuantes décadas.

Los agoreros de medio pelo que pronostican la caída del socialismo allí por la desaparición física del comandante Fidel, son pronósticos vacíos de contenido y ahistóricos, por cuanto desconocen la fuerza formidable e invencible que constituye el pueblo educado, sano y con profunda formación política e ideológica.

Por supuesto que los Estados Unidos no renunciará en su infame propósito de volver a hacer a la isla prostíbulo como lo fue durante la dictadura de Fulgencio Batista. Arreciará hasta más no poder el brutal bloqueo económico e igualmente la utilización de otros métodos golpistas. Pero, todos esos infames intentos imperialistas chocarán contra un pueblo dispuesto a morir por defender los logros del socialismo y el legado inmortal de los comandantes Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos y tantos otros. La historia no se detiene. Sigue las manecillas del reloj.

El pensamiento del comandante sigue vigente no solo en Cuba, sino en América y en el mundo. Se equivocan los “comunistoides” que, no teniendo nada importante que decir, se solazan hablando estupideces muy parecidas a las dichas por la clase burguesa. La obra de Fidel es dialéctica. Se seguirá desarrollando. Eterna gloria al comandante Fidel Castro Ruz.

El acuerdo de paz es ante todo del pueblo

Hay confusión en la concepción acerca del origen del acuerdo de paz suscrito entre las FARC-EP y el presidente Santos. Nuevamente los “comunistoides” con sus impertinencias ahistóricas pretenden sentar cátedra.

Algunos sostienen que es una dádiva de la burguesía; otros dicen que caducó la lucha armada; dicen también que la guerrilla se dio cuenta de que era imposible llegar al poder por vía de las armas; otros sostienen que la guerrilla capituló y buscó un acuerdo favorable a sus intereses; otros más ecuánimes sostienen que el acuerdo se dio gracias a que la guerrilla no pudo militarmente derrotar al ejército del régimen, pero igualmente el ejército del régimen tampoco pudo derrotar a la fuerza insurgente; otros sostienen que es un pacto suscrito por las alturas, tanto del Gobierno como del movimiento fariano, etc.

La especulación cunde. El enemigo de clase no ceja en la empresa de justificar lo injustificable, maquillando cifras y hechos a su favor.

Lo que se trata de desconocer es que la lucha revolucionaria es histórica y no existe una sola y única forma. Tampoco es cierto decir que al desarrollarse una forma de lucha, las demás han perdido totalmente vigencia.

La lucha es dinámica. Dialéctica. Ayer se imponía la lucha armada, hoy se impone la lucha política. ¿Esta dinámica resulta eterna e inmodificable? Por supuesto que no. Hay que recordar que todo está en movimiento, de lo simple a lo complejo, con avances y retrocesos y en espiral. He ahí la importancia de analizar el momento concreto del hecho concreto.

Así las cosas, no se puede descartar ninguna forma de lucha que el pueblo se invente para resistir los embates permanentes de la clase dominante. Tampoco declararlas absolutamente anacrónicas. Lo que hoy resulta anacrónico, mañana podría ser novedoso y viceversa.

El acuerdo logrado en La Habana y firmado en el teatro Colón de Bogotá no es una dádiva de la burguesía representada por Santos y Uribe. Es una conquista del movimiento insurgente conseguida con base en la lucha y en el sacrificio de miles y miles de colombianos y colombianas durante más de 52 años.

Lo otro es entender que esta conquista de las FARC-EP no es exclusivamente para ellas, es una conquista del pueblo, por cuanto la guerrilla es pueblo por antonomasia. Además, este grupo de corajudos colombianos y colombianas ha luchado por los intereses de clase, no simplemente por el interés personal.

Así las cosas, está en lo justo el comandante Timoleón Jiménez cuando ha dicho que este acuerdo logrado no es de las FARC-EP, es ante todo del pueblo colombiano en su conjunto. Así las cosas, quien debe defenderlo a capa y espada es el pueblo en su conjunto con la movilización y la organización.

Si el pueblo no toma conciencia de ello y no asume el acuerdo como suyo, difícilmente será posible su implementación y concreción realmente. Para ello debe conocerlo a cabalidad y saber cómo defenderlo y luchar para que se materialice en la praxis. La burguesía cicatera intentará por todos los medios que el pueblo no se interese por la verdadera esencia y naturaleza del acuerdo. Seguramente se inclinará por generalidades. Su implementación estará cruzada por la lucha de clases. El pueblo porque haya cambios estructurales y la burguesía porque los cambios sean cosméticos.

Entender que Colombia entra a un nuevo escenario complejo resulta importante para asumir una postura de clase, es decir: consecuente con este momento histórico. En esa dinámica la izquierda debe prodigarse a fondo, dar ejemplo de madurez política para aclimatar la unidad sin ambigüedades y sin sectarismos. Los comunistas no pueden separarse de esta realidad, debemos asumir el rol protagónico de primer orden y no una simple postura contemplativa. Aquí no hay espacio para los “comunistoides”.

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