Análisis de diez años de conflicto, que comenzó con el golpe de Estado del Maidán en 2014 y se intensificó para convertirse en un instrumento geopolítico contra China
Alfredo Holguín
El teatro de la guerra en Ucrania es parte de la escenificación de una contienda política mayor: la puja de un naciente nuevo orden internacional. Se pueden divisar hechos políticos que son imprescindibles para el análisis: el desarrollo pacífico de China, el genocidio en Palestina, el aceleramiento de la decadencia de la hegemonía norteamericana, la expulsión de Francia de África occidental, la ampliación de los BRICS y la crisis política del atlantismo neoliberal, crisis que se podría profundizar si triunfan las fuerzas euroescépticas y Trump.
Carácter de la guerra
Como una matrioska bélica, en el conflicto OTAN-Rusia en Ucrania operan un conjunto de guerras y operaciones especiales que se contienen entre sí. Primero, la guerra civil en el oeste de Ucrania, Dombás, iniciada en 2014 y la anexión/adhesión de Crimea en marzo del mismo año. Segundo, el conflicto OTAN-Rusia, producto del cierre en falso de la Guerra Fría que se desarrolla en el curso medio y bajo del río Dniéper. Tercero, el conflicto de fondo, que contiene los anteriores, entre EE. UU. y China. Esta matrioska bélica nos permite, sin reduccionismo, una mayor comprensión del asunto.
Es un conflicto complejo, que exige combatir el ahistoricismo neoliberal y superar la narrativa occidental. Este conflicto no inició en 2022 espontáneamente ni obedece a una psicosis guerrerista de Rusia. Hay un contexto histórico explicativo de sus causas. A la luz de la legislación internacional, podemos colegir que, con esta Operación Especial, Rusia rompió acuerdos internacionales, pero, quedarse allí, sería una justificación para esconder el fondo geopolítico del asunto. El maniqueo poder mediático parte de la lógica formal, estos procesos se deben abordar desde la lógica dialéctica.
Detectando las falacias mediáticas
En primer lugar, este conflicto es uno entre decenas de conflictos activos en el planeta, pero, por estar en el corazón de Europa acapara la atención. Los medios del capital tratan de ocultar otros conflictos bélicos, que hacen parte del mismo tablero geopolítico mundial. Los centros de poder atlantistas, ante el genocidio en Palestina, se han visto en la necesidad de difundir cínicamente narrativa del “derecho israelí a la defensa”, no obstante, se renueva el conflicto árabe-israelí y el declive estadounidense, obliga a los halcones a dar importancia al conflicto en el estrecho de Taiwán o Fujian.
En segundo lugar, el debate político lo han reducido a la dicotomía: o estás con Ucrania o estás con Rusia. Falso dilema que busca que nos alineemos con uno de los bandos. Incluso, declararse neutral es estar del lado del “mal”, lo que enturbió un serio debate sobre la cuestión y como resultado hubo dos grandes bloques: el apoyo incondicional a Ucrania o el apoyo acrítico a Rusia. Una franja variopinta de nacionalismos, aliados económicos de ocasión y una parte de la izquierda que tomó partido por Rusia. Quedaron por fuera de la dicotomía quienes se oponen a las guerras imperialistas y rápidamente entendieron que el conflicto no comenzó el 2022, sino que se trataba de los dolores de parto de un nuevo orden por nacer y, alejados de cualquier neutralismo, le apostaron a una salida diplomática, que permita la discusión de este nuevo orden.
Tercero, no es un conflicto político/ideológico clásico en el campo internacional, pues estamos frente a un alinderamiento geoestratégico tras la descomposición del orden mundial surgido de la guerra fría, 1945, se trata de un orden que puja por nacer. Este alinderamiento frente a este conflicto responde más a intereses pragmáticos que a ideologías, como en el caso de los BRICS. No hay duda, la elite dirigente rusa, ucraniana y polaca, entre otras, son, en esencia, fuerzas reaccionarias a la luz del pensamiento crítico.
Cuatro, es falaz afirmar que Rusia pretende reconstruir el Imperio. Como resultado del Tratado de Nystad entre el Zarato Ruso y el Imperio Sueco en 1721. Reconstruirlo implicaría tomar territorios como Alaska ─EE. UU.─, Manchuria ─tres provincias chinas─, el norte de Irán y de Mongolia, el Cáucaso, además de algunos territorios del Imperio Sueco. Volver al Imperio Ruso implicaría entrar en guerra contra potencias actuales.
Historia y análisis geopolítico: causas del conflicto
El cierre en falso de la Guerra Fría
En diciembre de 1991, en Belavezha, Bielorrusia, se firmó el tratado que disolvió la URSS. Disolución exprés seguida del saqueo de la propiedad social soviética por parte de una élite que, automáticamente, saltó del socialismo al neoliberalismo, pensando que occidente, con su catecismo de progreso, los recibiría como socios del “mundo libre”.
Bajo la euforia de la caída del Muro, la instalación de McDonald’s y Coca Cola en la Plaza Roja, occidente se equivocó al creer que había derrotado a Rusia, cuando, en realidad, el derrotado era el Socialismo Real. En vez de generar tratados que cerraran las heridas del orden anterior, para dar tránsito a un nuevo orden, lo que hicieron fue repartirse el botín. Soslayaron que grandes conflictos se cerraron de manera equívoca, como el Tratado de Versalles ─1919─, incubó la semilla para la Segunda Guerra Mundial.
La humillación a la Nación Rusa
Los EE. UU. y la UE olvidaron que, en el llamado siglo corto, según Hobsbawm 1914-1991, Rusia pasó de ser una potencia euroasiática a erigirse como una potencia mundial. Ignoraron que Rusia fue el eje de la URSS y del campo socialista. La consideraron un Estado subalterno e hirieron su honor nacional. Además, le apostaron a su desmembramiento impulsando guerras de secesión como la primera Guerra Chechena ─1994-1996─, al punto que entre 1990-2020, se sucedieron al menos treinta y dos conflictos, muchos agenciados desde occidente.
Los “triunfadores” de la Guerra Fría se encandilaron con la implosión pacífica de una gran potencia. No vieron que entre los asistentes al sepelio de la URSS estaban los herederos del nacionalismo ruso que, en menos de dos décadas, reflotaron a Rusia, esta vez desde una variante del capitalismo, en contradicción, con el capitalismo neoliberal de occidente.
La OTAN y el incumplimiento de los acuerdos
Entre la caída del Muro en 1989 y 2023, la OTAN pasó de dieciséis a treinta y un miembros y, de estos, quince pertenecían al extinto y variopinto campo socialista europeo. Al desaparecer el enemigo la pregunta recurrente era y es: ¿cuál sería el oficio de la OTAN? El primer deseo expansionista de la OTAN se materializó en 1990 con el ingreso de Alemania reunificada. En 1991, con la URSS disolviéndose, desde Bruselas, informaron a Yeltsin que “estaban en contra de la expansión de la OTAN”. Por otro lado, ese mismo año, se disolvía el Pacto de Varsovia ─cooperación y defensa del otrora campo socialista europeo─ pero la promesa de no expansión se incumplió rápidamente, pues 1999 ingresaron Polonia, Hungría y República Checha y, en 2014, lo hicieron Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia.
George Kennan, diplomático y académico estadounidense, ideólogo de la Guerra Fría, en 1997 escribió en el New York Times: “La ampliación de la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la guerra fría.”i Pronosticó que esta equívoca política impediría la integración de Rusia a occidente, avivaría el sentimiento nacionalista, tomaría distancia de la democracia liberal, reafirmaría su identidad euroasiática y “restauraría una política exterior rusa en dirección no deseable para los EE. UU.”
La imposición de la política exterior norteamericana
Tras el fin de la Guerra Fría, hubo dos corrientes enfrentadas sobre qué hacer con Rusia. Una encabezada por Henry Kissinger, cuyo planteamiento fue su integración a Occidente, evitando el alinderamiento con China, repitiendo la experiencia inversa cuando alejaron a Pekín de la órbita de Moscú. Otra corriente, inspirada en la doctrina Wolfowitz, se centró en impedir el resurgimiento de Rusia para evitar cualquier reconfiguración del espacio postsoviético y someterla al “Consenso de Washington”. Rusia debería ser desestabilizada, tal como lo hicieron con Yugoeslavia en las guerras instigadas entre 1991 y 2001. En palabras de Chomsky “el principal objetivo de la intervención de la OTAN era integrar a la RF de Yugoeslavia al neoliberalismo, ya que era el único país de la región que todavía desafiaba la hegemonía occidental antes de 1999”ii.
El Eromaidán y la ruptura de los acuerdos de Minsk
En el 2004, Víctor Yanukovich, exgobernador de Donetsk ─1997-2002─ y primer ministro ─2002-2004─, ganó las elecciones en Ucrania, pero la ruptura institucional generada por “la llamada ‘Revolución Naranja’, la técnica de las revoluciones de color, presionó a la Corte Suprema para anular la elección e imponer el candidato de occidente: Víctor Yushchenko.”iii Como sucedió en la “Primavera” Árabe, la UE y los EE. UU. instrumentalizaron las protestas, las crecieron de manera artificial con mucho dinero y orquestaron un Golpe de Estado a un gobierno legítimo, cuyos dos principales pecados fueron: no oponerse Rusia y no dejarse chantajear por la Unión Europea.
Aunque Rusia y Ucrania tuvieron responsabilidades con el incumplimiento de los acuerdos de Minsk II ─2015─, el doble rasero de la OTAN, se resume en las palabras de la excanciller alemana Ángela Merkel, que en una entrevista publicada el pasado 7 de diciembre con el diario alemán Die Zeit, calificó la conclusión de los acuerdos de Minsk como “un intento de dar tiempo a Ucrania para fortalecerse.”iv Es decir, sin comprar la narrativa del Kremlin, queda claro que tras el golpe se intensificó el conflicto regional dejando hasta 14.000 muertos antes del 22 de febrero de 2022, se ilegalizaron partidos políticos, se dio aliento a fuerzas filonazis y se crearon las condiciones para intensificación de la guerra.
Las enormes dificultades de Ucrania
Hay eventos en curso que dibujan un horizonte aciago para Ucrania y sus financiadores: la toma de Avdivka por Rusia, el bloqueo de los fondos por el Senado norteamericano, la amenaza de Trump a miembros de la OTAN, la Conferencia de Seguridad de Múnich y sus dificultades para suministrar armas, la crisis militar interna que culminó con el relevo del comandante Valerii Zaluzhnyi.
A estas dificultades se suman las elecciones en los EE. UU. ─5 de noviembre─ y del Parlamento Europeo ─9 de junio─ que auguran, por un lado, el posible regreso de Trump y, por el otro, el avance de las fuerzas euroescépticas. El millonario sostenimiento del fallido Estado ucraniano no hace parte en la prioridad de sus agendas endógenas y proteccionistas en un escenario mundial, en el cual van pasando a primer plano conflictos como el palestino-israelí, el sirio-norteamericano y, claro, a ello contribuye el creciente hartazgo por la guerra y la crisis humanitaria con ocho millones de desplazados, miles de víctimas civiles y claro, entre ellos miles de jóvenes en el frente.
Fracaso de las sanciones y el efecto bumerang
Las acciones contra Rusia y Bielorrusia no se limitan al campo de militar, a la rusofobia ni a la artillería mediática; sino que, rompiendo la legislación internacional y su propia moralina antiterrorista, han impuesto varios paquetes de sanciones económicas, reforzando las del 2014, al tiempo que cohonestan con atentados terroristas como los realizados contra los gasoductos Nord Stream ─2022─, propiedad de la empresa rusa Gazprom, 51 por ciento, y compañías de Europa Occidental.
Las sanciones al sistema financiero ruso han golpeado sus principales renglones de exportación, violando la normativa internacional, al punto que “hay 300.000 millones de euros de reservas del Banco Central de Rusia bloqueados en la UE (dos tercios del total), en otros países del G7 y en Australia”v. Los datos indican que el 70 por ciento de los activos del sistema bancario ruso están sujetos a sanciones y se han inmovilizado alrededor de 20.000 millones de euros en activos de más de 1.500 personas y entidades sancionadas.
No obstante, Rusia se ha reinventado y ha redirigido su política internacional de alianzas hacia el Sur Global. Aunque con precios no tan favorables, ha logrado ampliar mercados para sus materias primas e intercambio tecnológico. Por otro lado, como un bumerang, las sanciones afectan a la UE en cabeza de Alemania y Francia, al tiempo que bloques alternativos comienzan a prescindir del dólar.
Hoy los EE. UU. son el mayor proveedor mundial de gas, vendiéndolo a Europa un 40 por ciento más caro que Rusia. Igualmente, crece la industria armamentista, principalmente estadounidense. Estas colosales ganancias responden a la guerra atizada en Europa y, claro, manchada con la sangre de miles de jóvenes eslavos.
Es una mala noticia para los pueblos el fortalecimiento de la OTAN y las fuerzas guerreristas, al punto que países de tradición neutral compraron la narrativa de la guerra, olvidando su propia historia al tiempo asustan con la dicotomía democracia frente autoritarismo, como si la democracia liberal fuera la buena.
Existe un debate en el pensamiento crítico sobre los cambios sociopolíticos y científicos de nuestra era, pero podemos ponernos de acuerdo en que está naciendo un nuevo orden mundial, pero que no por ello lo venidero ha de ser mejor, por sí mismo. Recordemos, con Gramsci, “que en el claroscuro surgen monstruos”. Necesitamos recrear el horizonte de la esperanza. Es necesario reconstruir un movimiento mundial por la paz que presione una salida negociada con la reparación de todas las víctimas.
ihttps://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20220423/8207635/george-kennan-ideologo-contencion-rusia-sovietica.html
ii Chomsky, Noam; Džalto, Davor (2018). Yugoslavia: Peace, War, and Dissolution.
iii Golpe de Estado euro-americano en Ucrania. Umberto Mazzei y Roxanne Zigon (13/03/2014) www.alainet.net
ivhttps://www.prensa-latina.cu/2022/12/13/critica-politico-austriaco-palabras-de-merkel-sobre-acuerdos-de-minsk
vhttps://www.consilium.europa.eu/es/infographics/impact-sanctions-russian-economy/