domingo, octubre 6, 2024
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Diferendo con Nicaragua: Juegos de guerra

Diversos medios de comunicación se hacen portavoces de sectores militaristas y de ultraderecha interesados en atizar una confrontación con Nicaragua. Ante el fallo de La Haya, el camino es el de la negociación

Barco - Nicaragua

Alberto Acevedo

En los últimos días, desde diversos escenarios, que no excluyen a voceros gubernamentales, se ha incrementado el coro de voces febriles que llaman a la confrontación con Nicaragua, e instan a desconocer los resultados del fallo del Tribunal de La Haya, donde se le concede a ese país centroamericano una importante porción de mar que antes hacía parte de las aguas territoriales colombianas.

En un escenario internacional caracterizado por la proliferación de conflictos y tensiones de diverso calibre, no es bueno atizar la hoguera de la guerra, de la cual los mayores perdedores serían los pueblos de ambas naciones hermanas.

En Colombia los llamados a la confrontación provienen principalmente de las filas del uribismo, ligado a su vez a los círculos militaristas más recalcitrantes, que exhortan al gobierno Santos a desconocer en su totalidad el fallo del Tribunal de La Haya, lo que para no pocos expertos equivaldría a un verdadero suicidio en materia de derecho internacional público y arrojaría al país a un nivel de descrédito y aislamiento sin precedentes.

Un eventual enfrentamiento con Nicaragua le aportaría réditos a la cúpula militar, que estaría interesada en fabricarse un ‘enemigo’ para mantener las prebendas, el elevado presupuesto militar y los negociados adquiridos durante medio siglo de guerra interna, escenario de canonjías que podrían perder si cuaja un acuerdo de paz con la insurgencia en La Habana.

Altibajos

Para el sector político del ex presidente Uribe las ganancias políticas se expresarían en un tentativo incremento de su votación, en plena campaña electoral, si van a levantar las banderas del miedo y de la necesidad de volver a la política de la llamada “seguridad democrática”.

La reacción del gobierno frente al fallo de La Haya, ha sido dubitativa y contradictoria, como ha sido el tratamiento a no pocos de los problemas sociales internos que afectan al país. El presidente Santos inicialmente llamó a desconocer el fallo, por considerarlo “inaplicable” y violatorio de la Constitución Nacional. Después habló de una aplicación parcial, dependiendo de su conveniencia a los intereses nacionales. Anunció la decisión del país de apartarse de la llamada Carta de Bogotá, que le impone a Colombia el acatamiento a los fallos y decisiones de los tribunales internacionales de justicia y arbitraje.

Los círculos interesados en la confrontación se apoyan en los medios de comunicación para descalificar a Nicaragua y ambientar un espíritu belicoso. Hablan de las “pretensiones desmedidas” de Nicaragua, que pretende apoderarse de una franja marítima mayor. Hablan de que su idea de construir un canal interoceánico fue el objetivo perverso que animó su demanda ante el Tribunal de La Haya. Se han publicado titulares de prensa insinuando que “Nicaragua es un mal vecino”. Y finalmente, que la presencia de buques de guerra rusos en sus aguas, muestra un pretendido ánimo de agresión por parte del país centroamericano.

Leña al fuego

Desde algunos círculos políticos colombianos se alientan incluso distanciamientos entre Nicaragua y otros vecinos de frontera, como Costa Rica, buscando animadversión hacia el gobierno de Daniel Ortega y solidaridad hacia Colombia.

Una exacerbación de las relaciones entre Colombia y Nicaragua trascenderá, necesariamente el marco de la disputa bilateral en cuando al litigio de las aguas marítimas territoriales hoy en discusión. Introducirá un ambiente enrarecido al espíritu de las negociaciones de paz en La Habana. Induciría necesariamente a un fraccionamiento mayor de los bloques de integración regional que han venido levantando cabeza en la perspectiva de una colaboración entre naciones, sin la tutela de los Estados Unidos y los grandes centros de poder neoliberal occidentales.

Un fraccionamiento de la América Latina progresista y democrática, sólo conviene a los intereses expansionistas norteamericanos, que sería aprovechado para pescar en el río revuelto de la disputa limítrofe, para avanzar en sus planes de militarización de la región y de apoderamiento de sus inmensas riquezas naturales.

Ingrato papel

Y para la mayoría de los países de la región confirmaría la sospecha de que Colombia juega cada vez con mayor claridad el ingrato papel de ‘Caín de América’, que habla de ganar un liderazgo en la región, pero bombardea y fumiga la frontera con Ecuador, exporta paramilitares a Venezuela, se reúne con los cabecillas visibles del golpe y la desestabilización en ese país, amén de que introduce un caballo de Troya a la unidad latinoamericana con el anuncio de su ingreso a la OTAN y la creación de la malhadada Alianza del Pacífico.

Voces más sensatas llaman al acatamiento del fallo del tribunal internacional que fija los nuevos límites marítimos entre los dos países y a establecer conversaciones serenas para su aplicación, de una manera que mejor convenga a los intereses de los pueblos de ambas naciones. Desde un comienzo, el presidente Daniel Ortega instó a su homólogo colombiano a transitar por ese camino de respeto mutuo y cooperación.

Nada de aventuras

Se ha dicho en este sentido que Colombia tendría la oportunidad de presentar ante la Corte Internacional de Justicia un recurso de interpretación o de aclaración del fallo. Y en su motivación, ahí sí, explicar en detalle los argumentos jurídicos que tenga al considerar que la nueva delimitación de aguas marítimas es inaplicable, porque afecta derechos consuetudinarios, porque afecta límites de frontera marítimos ya establecidos con terceras naciones, o cualesquiera otra argumentación que se quiera presentar en su favor.

Desde su fundación, el Partido Comunista Colombiano ha mantenido una posición clara e inmodificable, de la más profunda raigambre leninista, en el sentido de que se opone a cualquier aventura guerrerista, a cualquier ánimo de confrontación con un país vecino, y es el caso de Nicaragua, con quien nos unen lazos históricos, en la lucha contra el colonialismo, primero español, después norteamericano, y en la lucha por la independencia nacional y el progreso social.

Cuando en septiembre de 1932 estalló la ‘guerra con el Perú’, los comunistas fueron los primeros en elevar su voz en contra de enviar soldados colombianos a combatir en la frontera. Llamó a preferir una salida negociada al diferendo. Las únicas guerras que los comunistas han justificado, han sido las de liberación nacional. Cualquier otro conflicto conduce al sacrificio de los pueblos, al desperdicio de valiosas vidas humanas. Y esa posición sigue siendo la misma frente al caso Nicaragua.

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