La película está condicionada por esa sensación de vivir una alteración en la percepción del tiempo
Juan Guillermo Ramírez
Los portugueses Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro crean una sesión de improvisación con los elementos del cine de la era pandémica en su divertido primer largometraje como dúo de directores.
Cuando se hizo evidente la gravedad de la pandemia de COVID-19, surgieron las preocupaciones sobre el futuro de las artes y las industrias creativas: ¿Volveríamos a disfrutar de ellas? La pregunta pertinente era cómo se transformarían todos los aspectos de la vida.
El célebre autor Miguel Gomes (el mismo de Tabú, Las mil y una noches y Aquel querido mes de agosto), junto con su compañera y colaboradora habitual, Maureen Fazendeiro (cineasta experimental), crearon una de las mejores respuestas a este desafiante acertijo existencial, desarrollando las habilidades del primero para combinar ficción y documental. La película, en la que los realizadores enfatizan el aspecto de «diario», es un subgénero específico del documental.
Se ha convertido en algo nostálgico recordar una época en la que la palabra «cuarentena» era solo un sustantivo extraño, mientras que «aislamiento» era más un castigo que una necesidad. Estos son los conceptos que evocan los tres personajes principales de Diários de Otsoga: Crista, Carloto y João.
Estructura cronológica
Durante la primera parte de la película, sus vidas son una versión arquetípica de lo que muchos atravesamos: el período más angustioso que podíamos imaginar haciendo “nada”. La tensión romántica entre los tres se desarrolla a través de una nueva ilusión, al embarcarse en una tarea simple pero valiosa: construir un invernadero de mariposas.
A medida que los días retroceden, la película comienza a abrirse. Con fluidez, Gomes y Fazendeiro transforman la obra en un trabajo sobre cómo hacer una película pandémica experimental con pocos medios, en la que se revela que Crista, Carloto y Joāo, actores que comparten una casa con un equipo numeroso, incluidos los propios cineastas.
Las intenciones de la obra se vuelven directas, adquiriendo toques de humor gracias a su franqueza. Los intérpretes se quedan con las cámaras y un rollo de película de 16 mm durante un día, y los resultados son divertidos. Nuestra mente se mueve hacia atrás y hacia delante con mayor rapidez, al darnos cuenta de que el comienzo de la película (que en realidad es el «final») es el resultado profesional de esta experimentación flexible.
Hay tanto verano en Diarios de Otsoga, grandes destellos de luz solar que derriten cada fotograma de 16 mm, marañas de follaje hiperverde que parecen sudar, un aire excitado e indolente de travesuras humanas, que sería comprensible asumir que “Otsoga” es un lugar de vacaciones idílico.
El manejo del tiempo
Como ocurre con muchos elementos del experimento aturdido y despreocupado de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro, una mirada atenta revela algo sorprendente y simple. “Otsoga” es simplemente “Agosto” escrito al revés, lo que conecta con la húmeda estacionalidad de la película y nos da una pista sobre su modus operandi.
A pesar de la cronología inversa, varias escenas están diseñadas para parecer ambiguamente conectadas con el futuro y con el pasado. Después de que João presencia un momento apasionado entre Crista y Carloto, Fazandeiro y Gomes cortan a lo que se supone que es el día anterior, donde João dice que no pudo dormir la noche anterior, pero que esa respuesta podría relacionarse con el desenlace del día siguiente.
Esta doble definición del tiempo también se refleja en la difuminación de la ficción y el documental. Se desarrolla gradualmente hacia la revelación, donde vemos fragmentos de la apariencia de ficción que se rompen.
Los actores repiten diálogos que ya han dicho con diferentes entonaciones y la dirección se vuelve sobria a medida que la iluminación y las tomas radicalmente compuestas se convierten en simples tomas de escenario y primeros planos. Hacia la mitad exacta, se desarrolla una larga secuencia del elenco principal y los directores discutiendo a fondo el concepto del proyecto y, a partir de ahí, adquiere una forma diferente.
La intención del director
La estructura cronológica inversa de la película, que se hace explícita mediante tarjetas de título que cuentan los días hacia atrás, podría haberse convertido en un truco publicitario en manos de cineastas no familiarizados con la inextricable relación del tiempo con el cine.
Fazandeiro y Gomes han dedicado sus carreras a crear un cine de sinergia híbrida, explorando cómo la estructura cambia la percepción y cómo la realidad, la fantasía y la historia colisionan en un solo proyecto.
La realidad inmediata de la pandemia y el consiguiente aislamiento cambiaron nuestra percepción del tiempo, no solo en el sentido de que perdimos su noción, sino de que nos enamoramos del pasado al saborear momentos y mirar atrás, a nuestras vidas cambiadas.
Como en un ejercicio de papiroflexia, estos bellos diarios a contratiempo se pliegan y repliegan mostrando como resultado un artefacto ligero, pero articulado con delicadeza, una miniatura fílmica con la que asombrarse y sentirse vivo.
En Diarios de Otsoga ficción y realidad se cruzan de forma constante. Las secuencias se mezclan con otras del rodaje, en las que los actores dejan sus personajes y actúan de sí mismos, junto a los directores y el equipo técnico, haciendo que por momentos ambos planos se vuelvan indistinguibles.
Con la belleza de apariencia simple, pero de difícil factura, que es marca registrada de Gomes, Diarios de Otsoga es un juego de ingenio y una indagación sobre el oficio y el arte del cine. Un dispositivo que deja expuestos los hilos de su inteligencia, revelando su intención reflexiva, como lo muestran un par de escenas explicativas.
Algunas metáforas se vuelven obvias cuando el mecanismo narrativo es revelado. El título es una muestra clara de ello, pero también las mariposas que remiten a la idea de una historia convirtiéndose en (o dentro de) otra. El film funciona gracias al sentido del humor seco y elegante que caracteriza a los trabajos de Gomes.