José Ramón Llanos
Es de todos conocido que cuando los norteamericanos nos raparon Panamá, el presidente de la época socarronamente decía: “¿Qué me reclaman? ¡Si yo recibí un país y les entrego dos!”. Debemos destacar que, sea tragedia o comedia la obra que haya montado el político o mandatario de turno, el pueblo siempre ha perdido.

La historia de la picaresca nuestra presenta piezas dolorosamente absurdas que nos han dejado ante el mundo gloriosamente ridículos. Recordemos solo dos episodios. Hubo un presidente que se pretendía de noble estirpe, que murió convencido de que había heredado la habilidad de su padre de hilvanar versos, que los gacetilleros que fungían de críticos literarios, llamaban pomposamente poesía.
Ese grande hombre, de origen payanés, por arte de birlibirloque, convirtió un poema de su padre en programa de gobierno. Igualmente en un santiamén posesionó al general De Gaulle en calidad de rey de España. La picaresca bogotana decía de él que cuando iba a cazar se le iban los patos, que cuando hablaba metía las patas y cuando se escapaba de juerga a casas non santas, se les iban las niñas patiligeras.
La tragicomedia que está escenificando el presidente de estirpe sacrosanta, cada día nos deja estupefactos. Tiene un ministro de Guerra -que ahora mimetizan llamándolo de Defensa- que diariamente cuestiona la política de paz del presidente. Además, las malas lenguas, que generalmente dicen cosas ciertas, afirman a pie juntillas, que realmente él es el filtrador oficial de Valeriana Uribe, ese espécimen político que solo funciona con pócimas sedantes 24 horas al día.
Pero no se crea que lo relatado anteriormente es lo máximo, como diría un cocacolo de los años sesenta. No. Cuando la revista Semana destapó la olla putrefacta de las ya tradicionales chuzadas, ahora denominadas con lenguaje mitológico-sideral, el Presidente del país del Sagrado Corazón, Juan Manuel Santos, afirmó con voz engolada: “Detrás de todo esto hay fuerzas oscuras”. Por supuesto: no le temblaría la mano para destituir y castigar, incluso a generales. Pero 24 horas después, ¡oh gloria inmarcesible!, las fuerzas oscuras devinieron legítimas. Como van las cosas esas fuerzas chuzadoras terminarán condecoradas por la Patria, personificada en Juan Manuel Santos.
Un joven, con el cual yo compartía mis reflexiones, exclamó: “¿Cuándo vendrá a rescatarnos el Chapulín Colorado?”. Yo le dije: no. De esto solamente nos libera la acción unitaria del pueblo y el voto consciente. “En blanco”, me dijo. Volví a negarle. Únicamente el voto por el amarillo de la Unión Patriótica nos liberará de la pesadilla y vergüenza de estas dinastías explotadoras, corruptas y siniestras, afirmé enfáticamente. “Ahora entiendo por qué hay que elegir la paz con Aída Avella, Carlos Lozano y Jaime Caycedo”, concluyó el contertulio.