El fundador de WikiLeaks ha publicado más de 10 millones de documentos reveladores, informes anónimos y documentos filtrados que comprometen seriamente a la política exterior de los Estados Unidos, que espera su pronta extradición. ¿Por qué el caso del australiano es un castigo al periodismo?
Yimel Díaz
El pasado 10 de diciembre los jueces del Tribunal Superior de Londres dieron marcha atrás al fallo de la magistrada de primera instancia, la jueza Vanessa Baraitser, que en enero del 2020 bloqueó la extradición de Julian Assange a Estados Unidos por considerar que su vida estaría en peligro.
El juez Timothy Holroyde defendió el cambio de postura y argumentó que para él es suficiente la promesa hecha por los fiscales estadounidenses de que el fundador de WikiLeaks no sería encerrado en una cárcel de máxima seguridad ni sometido a medidas extremas de aislamiento, castigos que la defensa argüía como causas probables de suicidio.
El fallo de Holroyde fue apelado a su vez por el equipo de Assange y actualmente aguardan por una respuesta que no se sabe cuándo podría llegar: “Nunca antes de la tercera semana de enero”, afirman fuentes locales.
Stella Morris, abogada de profesión y pareja sentimental del periodista australiano, explicó que solo los mismos jueces que aprobaron la extradición pueden darle marcha atrás al fallo. No es imposible, pero sí poco probable.
¿Quién es?
Julian (Paul) Assange nació en Townsville, Queensland, Australia, el 3 de julio de 1971. Sus padres manejaban una compañía teatral itinerante, y así de andariega fue su infancia y primera juventud. Luego trabajó como programador, promotor del software libre, y creó lenguajes y programas cifrados que sirvieron para proteger la identidad de activistas de derechos humanos.
En el año 2006 funda WikiLeaks, espacio en el que se publican “verdades incómodas” acerca de comportamientos poco éticos de gobiernos, personalidades y empresas, aunque las revelaciones más famosas estuvieron vinculadas al proceder de EE. UU. durante las guerras de Irak y Afganistán.
En agosto del 2010 la fiscal general de Suecia, Marianne Ny, emitió una orden de arresto contra Assange debido a una denuncia de abuso sexual y violación realizada por una joven. El periodista declara ser inocente. En octubre de ese año, Wikileaks publicó 400 mil documentos secretos bajo el título Diario de la Guerra de Irak. En diciembre decide responder a los cargos, se entrega a la Policía de Reino Unido, país en que residía, pagó la fianza acordada, y le fue colocada una pulsera electrónica mientras aguardaba el resultado del proceso.
El 19 de junio del 2012, al fracasar su apelación, Assange se refugió en la embajada de Ecuador en Londres, donde solicita asilo político, condición que le fue concedida en agosto de ese año. En esa ocasión el entonces canciller ecuatoriano, Ricardo Patiño, afirmó que esperaba del Gobierno británico la concesión de un salvo conducto para que Assange pudiera viajar a Ecuador. Tal permiso nunca llegó, como tampoco el beneplácito para que, una vez concedida la ciudadanía por naturalización el 11 de enero del 2018, integrara la nómina diplomática de la nación suramericana en el Reino Unido.
Aunque desde el 19 de mayo del 2017 la fiscalía sueca había decidido ponerle fin al caso (los supuestos delitos prescribieron definitivamente en agosto del 2020), la justicia británica mantuvo vigente la orden de detención “por infringir sus condiciones de libertad bajo fianza”.
La decisión humanitaria y ética del presidente Rafael Correa se convirtió para el sucesor y traidor Lenin Moreno en la “piedra en el zapato que heredamos”. Finalmente, siete años después de habitar una pequeña porción de Ecuador en Londres, le fue retirada la condición de asilado porque supuestamente había violado “reiteradamente convenciones internacionales y el protocolo de convivencia”. Eso abrió la sede diplomática para que el 11 de abril del 2019 un Assange prematuramente envejecido fuera sacado en vilo por la policía británica.
La policía británica argumentó que el arresto ocurrió “conforme al acuerdo de extradición con EE. UU., debido a su implicación en una acusación federal por conspiración para infiltrarse (…) y sortear la clave de un ordenador del Gobierno con información clasificada”.
El 27 de octubre del 2020, durante una de las sesiones virtuales de la audiencia ante el Tribunal Superior de Londres, Assange sufrió un derrame cerebral: “Julian tiene el párpado derecho caído, problemas de memoria y signos de daño neurológico. Fue sometido a una resonancia magnética del cerebro y ahora está tomando medicamentos para el accidente cerebrovascular”, declaró entonces Stella Morris, miembro del equipo de la defensa y esposa de Assange.
Durante la comparecencia, Assange tuvo serias dificultades para recordar información básica como su fecha de nacimiento. El video, evaluado por expertos, permitió descartar que el olvido fuera una estrategia evasora y sí el “resultado del aislamiento y la tortura” a que ha sido sometido.
Nils Melzer, relator especial de Naciones Unidas sobre la tortura, afirmó tras visitar a Assange en la prisión británica que “muestra todos los síntomas de una persona que ha estado expuesta a la tortura psicológica durante un período prolongado de tiempo”.
Morris, abogada de origen sudafricano, ha contado que conoció a Julian en el año 2011 cuando se unió a su equipo legal, que le visitaba casi a diario en la embajada ecuatoriana, y que en el 2015 iniciaron una relación amorosa que ha debido sortear no pocos obstáculos, entre estos la prohibición para casarse, que finalmente fue suspendida en el 2020.
Assange, de 51 años, y Morris, de 38, tienen dos hijos: Gabriel, de 5 años, y Max, de tres, ambos ciudadanos británicos. Fueron concebidos mientras el periodista australiano permanecía en la embajada de Ecuador.
Actualmente Assange se encuentra aislado en una de las tres prisiones de máxima seguridad de Reino Unido, en la de Belmarsh, en el sureste de Londres, conocida también como “la Guantánamo británica”. Allí, a unos ocho kilómetros de la capital, cumplen largas condenas terroristas, violadores y asesinos en serie. Fue inaugurada en 1991, se dice que tiene capacidad para poco más de 900 prisioneros, aunque la habitan más de 2 mil.
De ser extraditado, Assange podría ser condenado a un total de 175 años de cárcel, pues se le imputan 17 cargos de violación de la ley de espionaje estadounidense.
¿Qué hizo?
WikiLeaks ha publicado unos 10 millones de reveladores documentos. El más famoso fue difundido en abril del 2010. Es un video espeluznante de un operativo realizado en Bagdad el 12 de julio del 2007. Dos helicópteros estadounidenses disparan contra un grupo de civiles, entre los cuales se encontraban el fotógrafo de Reuters Namir Noor-Eldeen; su chofer Saeed Chmagh; y dos niños.
El audiovisual titulado Asesinato colateral deja en evidencia el proceder deshumanizado del ejército estadounidense y su práctica habitual de mentir para justificarse ante la opinión pública. “Mira a esos bastardos muertos”, se le escucha decir a uno de los pilotos, a lo que otro responde: “Bonito”.
La segunda secuencia de disparos del video tiene como blanco a Saleh Mutashar Tuman, quien, también desarmado, llegó en una furgoneta para socorrer a los heridos, entre ellos a Saeed Chmagh. Lanzan plomo sobre ellos, no hay piedad, ni siquiera cuando uno de los pilotos detecta la presencia de niños dentro del transporte: “Es su culpa por llevarlos a una batalla”, comentó por interno a modo de justificación.
La publicación de ese material fue mucho más reveladora de lo que Estados Unidos podía permitir, desde entonces la doctrina de la guerra humanitaria fue cada vez menos creíble. Además, la postura ética de Assange y WikiLeaks resultó inspiradora para otros como Edward Snowden (exiliado actualmente en Rusia), quien filtró informaciones acerca de cómo las agencias de espionaje colectan y procesan datos personales a partir de plataformas como Google, Facebook o Apple. Desde entonces buscan castigar el mal ejemplo de Assange, con la esperanza de que nadie más repita la osadía de desafiar al imperio.
El Departamento de Justicia de EE. UU. miente cuando dice que Julian es buscado por “conspiración de jaqueo informático”. Probado está que editó y publicó el material audiovisual colectado por Chelsea Manning, quien lo entregó voluntariamente a WikiLeaks. Por eso el historiador, periodista, comentarista e intelectual indio Vijay Prashad sostiene que “lo que se castiga en este caso es el periodismo”.
En diciembre del año 2021, luego que la justicia británica admitiera la extradición de Assange a EE.UU., ocho medios de comunicación del mundo —ARG Medios, Brasil de Fato, BreakThrough News, Madaar, NewsClick, New Frame, Pan African TV, y Peoples Dispatch— se unieron para publicar una declaración en la que reconocen que: “Las revelaciones de WikiLeaks también sacaron a la luz la corrupción y las violaciones de los derechos humanos por parte de Gobiernos de todo el mundo, y estos informes han sido asumidos y citados por organizaciones de medios de comunicación de todo el mundo.
“Por este delito de periodismo, Julian Assange ha sido perseguido durante más de una década. Es el primer editor acusado en virtud de la Ley de Espionaje. El Gobierno de Estados Unidos y sus aliados en todo el mundo se han negado a aceptar el hecho de que Assange es un periodista. La persecución de Julian Assange es, por tanto, un ataque fundamental al periodismo, a la libertad de prensa y a la libertad de expresión.
“Las organizaciones de medios que aquí firmamos rechazamos y denunciamos este ataque contra Julian Assange y el periodismo. La libertad de prensa seguirá siendo una frase vacía mientras se mantenga la persecución a Julian Assange y WikiLeaks”, concluyen.
Muchas voces se han sumado a la denuncia y al reclamo de libertad. A las de decenas de activistas que cotidianamente se expresan en Londres, hay que agregar la del colega e intelectual argentino Atilio Borón; la del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha reiterado su ofrecimiento de asilo en México; y la del Grupo de Puebla, que reúne a políticos de la izquierda latinoamericana.
No obstante, Assange sigue muriendo y vergüenza da no hacer nada. Vale escuchar el pedido de Christine Ann, su madre, que en reciente carta pública, suplicó: “Por favor, sigan levantando la voz a los políticos hasta que sea lo único que oigan. Su vida está en sus manos”.
Original publicado en www.trabajadores.cu