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Anthony Blunt, espía de sangre azul

El 15 de noviembre de 1979 la sociedad británica quedó estupefacta cuando el Gobierno de Londres admitió que durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Blunt había sido un espía, al servicio de la Unión Soviética.

Anthony Blunt

Ricardo Arenales

Asesor personal del rey Jorge VI, y más tarde de la reina Isabel II de Inglaterra, hijo de un capellán evangélico de la embajada británica en París y primo lejano de Elizabeth Bows Lyon, a quien más tarde la historia conoció como la Reina Madre, por su matrimonio con el duque de York (Jorge VI), Anthony Blunt fue un hombre de cuna noble, del estrecho círculo de la monarquía británica.

Conocido como un célebre historiador de arte, autor de varios libros sobre el tema, experto en arte francés, profesor de la Universidad de Cambridge y destacado como el más aristocrático y enigmático miembro de la sociedad Los apóstoles de Cambridge, desde la década de los años 30 hasta los años 50 del pasado siglo Blunt tuvo a su cargo la pinacoteca de la familia real.

Por su cultura, bien cimentada y cultivada, y por sus aportes y servicio a la Corona, fue investido con el título de Caballero de la Orden Victoriana. Desde entonces la prensa y la opinión pública se refirieron a él como Sir Anthony Blunt.

Y a pesar de semejante palmarés, el 15 de noviembre de 1979 la sociedad británica quedó estupefacta cuando el Gobierno de Londres admitió que durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Blunt había sido un espía, al servicio de la Unión Soviética. El parlamento en ese momento avaló una petición de dos diputados laboristas para que se revelara algo de lo que se venía hablando en voz baja, y la primera ministra Margaret Thatcher reconoció el hecho.

Pacto de silencio

El Palacio de Buckingham anunció por su parte que retiraba a Blunt la designación de Caballero de la Orden Victoriana. A raíz de las declaraciones de la Thatcher, se supo que, en realidad, desde 1963 el Gobierno británico conoció de las andanzas de Blunt, cuando el norteamericano Michel Straight lo delató. Pero la situación era tan escandalosa que el Palacio de Buckingham prefirió un pacto de silencio para evitar un golpe demoledor para la Corona.

Fue entonces cuando se revelaron nuevos detalles de su perfil de espía. Reconoció que antes de la Segunda Guerra Mundial ya trabajaba para los servicios secretos soviéticos. En Londres, estuvo vinculado a los servicios de seguridad británicos entre 1940 y 1945. Penetró las estructuras del MI5 y el MI6. A dos colegas de su exclusivo circulo de espías los ayudó a escapar a Moscú cuando estuvieron en peligro de ser detenidos.

En 1939, con esa cubierta, se vinculó a la Armada Británica en Francia, y en todo caso, admitió, durante todo este tiempo estuvo regularmente pasando información estratégica a los soviéticos. Su entorno más cercano fue conocido como el Círculo de Cambridge, y de él hicieron parte Kim Philby, Guy Burgess, Donald Maclean y John Cairncross.

Su debilidad

Una paradoja de la vida de Blunt es que probablemente sus debilidades homosexuales, también mantenidas en secreto, fueron aprovechadas por los astutos agentes de Moscú para reclutarlo. Y ese mismo detalle fue su sentencia, cuando quiso reclutar a un norteamericano que finalmente lo delató. Despojado de sus honores y declarado traidor a la patria, Blunt, sin embargo, no escapó a otros países. Vivió discretamente en el apartamento de un amigo, y falleció en Londres en 1983.

Otros historiadores que se han ocupado del fenómeno de los espías comienzan a reivindicar su papel. Toda la vida los espías han existido, y se mencionan en la Biblia, cuando para la toma de Jericó los cristianos mandaron a los suyos a investigar secretamente. Hoy el tema sigue vigente con hombres como Edward Snowden. Estos historiadores dicen que si no se hubieran revelado los secretos de estas personas, el mundo sería mucho peor, más corrupto, con mayores tiranías. Blunt, el más aristocrático de los espías, no mostró signos de arrepentimiento. Incluso se dice que fue simpatizante de las Juventudes Comunistas y del maoísmo. Lo más autocrítico que dijo fue: “Puse mi conciencia por encima de mi lealtad al país”.

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