El amor en la vejez, vivir juntos y separarse del ser amado, ocupar nuevos espacios, la negación y la aceptación de una nueva condición se dibujan en esta escena
Zabier Hernández Buelvas
El amor en la vejez sigue siendo un tema tabú. Los estados emocionales y los procesos afectivos entre adultos mayores experimentan los cambios propios de esta etapa de la vida. A medida que nos hacemos mayores, nuestras necesidades y expectativas pueden evolucionar de manera significativa.
Aunque el amor entre adultos se caracteriza por una sensación de seguridad y estabilidad emocional, donde prevalecen la comprensión mutua y el compañerismo, en esta etapa de la vida se siguen presentando rupturas y discordancias que también pueden llegar a ser irresolubles.
Ella de 79 años, él de 83. Toda una vida casados, medio siglo. Habían celebrado las bodas de oro hace poco. Como dicen “un matrimonio de los de antes”, de los que resistieron el tiempo, las crisis y las derrotas, pero también se fortalecieron y disfrutaron de sus logros y alegrías. Un par de personas mayores, claves en la unidad de la familia.
No daremos nombres ni apellidos. No sabremos más de sus vidas que lo que aquí se narra. No sabremos de su lugar de origen ni mucho menos de su residencia actual. Cariñosamente, a ella le llamamos “la señora” y a él, cariñosamente, “el viejo”.
La llegada y la separación
Sus hijos, con razones que respetaremos y en acuerdo con ellos, decidieron llevar a sus padres a un hogar de ancianos.
En la fecha acordada, llegaron al lugar. Buen ambiente, tranquilidad, excelentes espacios, zonas para caminar, pasear y sentarse, enfermeras profesionales, sala de televisión, habitaciones individuales con baños, adecuada alimentación. No es un internado, pueden salir y entrar entre 6 a.m. y 9 p.m., solos o acompañados si tienen la fuerza, la voluntad, la conciencia y si es un acuerdo con la familia.
Desde que llegaron iniciaron las dificultades. En un descuido de la señora, el viejo llamó a la enfermera que parecía ser la jefa y le dijo: “Quiero que nos ubiquen en cuartos separados”. “¿Pero por qué, si hacen una buena pareja?”, preguntó la enfermera. Él insistió: “Hágame caso” y, en voz baja, “Después le explico”.
Así se hizo. Comenzaron su vida de pareja en el ancianato, en alcobas separadas.
Al día siguiente, el viejo llamó a la enfermera preguntona y le explicó. “¿Sabe por qué pedí camas y cuartos separados? A mí gusta el colchón duro a ella blando; a ella le gusta abrigarse con muchas cobijas, a mí no; a mí me gusta revisar mi celular en la noche en la cama, a ella le molesta; yo me muevo mucho, cambio de posición varias veces antes de dormirme y eso a ella le molesta y yo ronco y la despierto.
»Pues, ahora que llegamos a este ancianato, es buen momento para tomar esta decisión, que no habíamos tomada en más de 50 años de matrimonio, ¿Cómo le parece?”.
La batalla por la unificación
Desde la primera noche, la señora salía hasta la recepción del hogar y preguntaba: “¿A dónde se fue el viejo?”, “¿Por qué ella estaba durmiendo sola en un cuarto?”. Que en cincuenta años de matrimonio nunca jamás habían dormido separados. “¿Quién había dado esa orden?”. El personal no atinaba una explicación coherente.
Al día siguiente, en el desayuno, desde la sala ubicada antes del restaurante, se escuchaba la discusión de la señora y el viejo: “¿Pero por qué, llevamos 50 años casados y nunca habíamos dormido en cuartos separados?”. El viejo guardaba silencio, no quería herirla, medía bien sus palabras, cómo decirle que él la seguía amando, pero que deseaba su propio espacio, que en esta nueva etapa de sus vidas podían seguir siendo esposos y amantes, pero en habitaciones separadas.
La señora no aceptaba explicaciones. Llamó a los hijos, a la directiva del hogar y nadie pudo dar un sí a la unificación de la pareja. Era una decisión tomada.
La aceptación de los amantes
Pasados los días, las aguas fueron buscando su cauce. Una nueva vida con condiciones nuevas que, en los últimos años de sus vidas, no estaba en las cuentas de ninguno de los dos. Sin embargo, los retos en la relación de pareja que imponía las condiciones de su estadía los obligó a reinventarse.
Sin saberlo, ellos implementaban una tendencia mundial, el divorcio del sueño, o sleep divorce como se conoce en inglés.
Después de varias tensiones, sabiendo que su amor permanecía, que todo el día compartían entre los dos, y con amigos y amigas que conocieron en el hogar, entendieron y llegaron a la conclusión que era posible, bueno y sano, vivir juntos, pero dormir en camas separadas.
Cuentan las malas o buenas lenguas que, en algunas noches, se ha visto a algunos de los dos salir a altas horas de la noche (10:00 p.m.) de una de las habitaciones del otro, de manera furtiva y sigilosa, como amantes en la oscuridad.
Dicen también que los ven muy juntos en el día, que se cuentan sus sueños y ríen siempre los amantes de la noche.