En el Museo Santa Clara, La huida del convento presenta a Débora Arango como una artista que desafió la Iglesia y la moral de su tiempo, colocando el cuerpo femenino en el centro de una crítica social que sigue siendo actual
María Arango
Débora Arango nació en Envigado en 1905 y desarrolló su obra en un contexto marcado por un pensamiento profundamente conservador, dominado por el poder político, la Iglesia y los gamonales. En una sociedad cerrada y moralista, su pintura emergió como una forma de ruptura y denuncia. Parte de su prolífica obra puede apreciarse hoy en el Museo Santa Clara de Bogotá, un espacio que resulta especialmente significativo para comprender la potencia simbólica de su propuesta artística.
La exposición La huida del convento reúne un conjunto de obras que denuncian la condición de la mujer y el papel de la Iglesia en la regulación estricta de la vida social. A través de estas piezas, Arango pone en evidencia los mecanismos de control moral y social ejercidos sobre los cuerpos y las decisiones femeninas. La curaduría de la muestra propone una nueva forma de aproximarse a su obra, al seleccionar pinturas que critican abiertamente la institución eclesiástica y que, para su época, resultaban profundamente irreverentes, especialmente por la representación de mujeres desnudas.
El cuerpo femenino como territorio sagrado
Uno de los gestos más provocadores de la exposición es la instalación de una obra en el sagrario del salón del museo: la imagen de una mujer desnuda, de pechos descubiertos, con la cabeza ligeramente inclinada y los brazos cruzados en una actitud serena y transparente. Esta figura resignifica la iconografía tradicional: ya no se trata de la Virgen exaltada por su virginidad, sino de una nueva María que reivindica la belleza del cuerpo femenino como algo sagrado en sí mismo. En esta operación simbólica, Débora Arango desafía de manera directa la moral religiosa dominante y propone una lectura radicalmente distinta de lo femenino.
La obra de Débora Arango no se adscribe de manera estricta a una sola escuela artística. Su producción transita entre el expresionismo y el realismo social, incorporando elementos que darían paso al modernismo colombiano. Su estilo se caracteriza por el uso de la distorsión como recurso expresivo, con el fin de intensificar las emociones y subrayar las críticas sociales. Esta combinación de lenguajes le permitió abordar con fuerza temas incómodos y polémicos, manteniendo siempre una clara intención política y feminista.
Temas prohibidos y mirada crítica
Desde el realismo social, Arango abordó asuntos controversiales de la sociedad colombiana de su tiempo: la vida cotidiana de las mujeres, la prostitución, la miseria, la política y el papel de la Iglesia. Su mirada es descarnada y crítica, alejada de cualquier idealización. Estas temáticas, vetadas para las mujeres artistas de la época, fueron tratadas por Arango con una frontalidad que le acarreó censura y marginación, pero que hoy constituye uno de los rasgos más valiosos de su legado.
La renovación que introdujo Débora Arango en el arte colombiano fue también técnica. Exploró la acuarela, el óleo y la cerámica, ampliando los límites de lo permitido para una mujer artista en la primera mitad del siglo XX. Su formación con Eladio Vélez y, especialmente, con Pedro Nel Gómez fue determinante tanto en el desarrollo de su técnica como en la elección de sus temas. A estas influencias se suma la tradición crítica de Goya en España, perceptible en el tono mordaz y político de muchas de sus obras.
Mujeres, conventos y resistencias
La selección de obras presentada en el Museo Santa Clara evidencia la lucidez de Arango al denunciar la condición de la mujer en una sociedad que solo le otorgaba valor a través del matrimonio, la procreación y el servicio al marido. Para aquellas que no encajaban en ese modelo, el convento aparecía como una alternativa: un espacio de espiritualidad, poesía y música, pero también de obediencia absoluta a la autoridad clerical. Frente a estas imposiciones, Débora Arango optó por replegarse en su casa, sin dejar de pintar ni de cuestionar el orden social que la discriminaba.
Aunque Débora Arango no participó directamente en la lucha política, su obra es profundamente política en la medida en que denuncia injusticias estructurales, en particular las que afectan a las mujeres y a los sectores más pobres. Desde comienzos del siglo XX hasta este primer tercio del siglo XXI, la sociedad colombiana ha avanzado y es hoy menos mojigata. Sin embargo, persiste la influencia política de la Iglesia en debates fundamentales como el aborto, el derecho a una muerte digna y su intervención desde el púlpito en épocas electorales para respaldar a los gamonales de derecha. En ese sentido, la obra de Débora Arango no solo pertenece al pasado: sigue interpelándonos con una fuerza inquietantemente actual.







