Siendo la especie humana de continua auto confrontación, pues siempre nos hemos movido entre la barbarie y el desamor, es natural que el acontecimiento anual de la Navidad nos resulte muy especial
Guillermo Linero Montes
Durante el mes de diciembre, los humanos, y tal vez todos los seres vivos, experimentamos cierta emoción existencial, que se repite puntualmente cada final de año, sin importar si en algunos países se debaten en pleno verano o si en otros lo hacen en crudo invierno; y sin importar tampoco si les gusta o no la celebración de la Navidad -en tanto costumbre religiosa- o si les agradan o no las nostalgias y recuerdos de “aquellos que han muerto -estas son palabras del poeta Cavafis- o de quienes, sin estarlo, desde lejos preguntan por nosotros”.
Lo cierto es que esas emociones ocurridas en ese espacio especial del calendario, son bastante ajenas a las estaciones climáticas y al nacimiento de Jesús, y las agitaciones que suscita al parecer son generadas por la singular posición de la tierra con respecto al sol. De hecho, el final de cada año coincide con el tramo de la órbita terrestre donde la tierra se encuentra más cercana al astro rey.
No por otra cosa, las culturas de la antigüedad estimaban a ese espíritu -que hoy denominamos Navidad- precisamente como algo producido por la cercanía del sol, que excita -es lógico pensarlo así- energías positivas propias del amor y la paz.
Conexión con lo sagrado
De tal modo, siendo la especie humana de continua auto confrontación, pues siempre nos hemos movido entre la barbarie y el desamor, es natural que el acontecimiento anual de la Navidad nos resulte muy especial. Para los niños es la verdadera concreción de la llamada alegría, pues esta se materializa en forma de regalos y abrazos familiares; y para los adultos es un momento de agradecimiento, de unión familiar y de esperanzas renovadoras. Todo ello, movido por un gran misterio: nuestra conexión con lo sagrado.
Fuera de interpretaciones baladíes, es real el ennoblecimiento generalizado en el mes de diciembre; aunque persistan los desalmados la gente buena tiende a comportarse mejor, y la gente malvada atenúa sus impulsos negativos.
De esta realidad, da cuenta la literatura, y los lectores saben bien, por ejemplo, del reconocido Cuento de Navidad, de Charles Dickens, cuya trama es la conversión de un personaje malvado, a quien se le aparece el espíritu de la Navidad y su impacto lo torna benévolo. Muchos de los villancicos, han sido compuestos por poetas (entre ellos Lope de Vega y Sor Juana Inés De La Cruz) y los mismos relatos paganos, y los comprometidos con una religión específica, han sido producidos por la imaginación literaria, cuya función social es la invención de historias en favor de una contundente, pero sutil comprensión de la realidad.
Reyes magos
En las páginas que relatan sus viajes, Marco Polo se atrevió a divulgar el punto exacto -en Sava, una provincia de Irán- dónde se encuentran sepultados los tres reyes magos. Igualmente, los poetas Rubén Darío y T.S. Eliot, escribieron sobre Melchor, Gaspar y Baltazar. Eliot, en su poema El Viaje de los Reyes Magos, incluso los acompaña en su travesía hacia Belén, y nos cuenta de ellos, de sus euforias y tribulaciones, y de cómo les preocupaba más que el nacimiento de Jesús, el misterio de la muerte.
El poeta Cummings, en su poema Pequeño Árbol, llama la atención acerca de la necesidad de proteger a los árboles, en una advertencia de conciencia ecológica, en su tiempo tal vez dulcificada, pero luego de ella se desatarían discursos medioambientalistas, especialmente contra la tala de árboles. En efecto, dicho poema, echando mano de la solidaridad navideña y del tono afectivo de la literatura infantil -que hacen más buenos a los buenos y menos malos a los malos-, despierta sentimientos de compasión con la naturaleza y sus árboles.
La misma sustancia
La Navidad y la poesía comparten un designio vital: redimir a los seres humanos. Tanto una como otra, son capaces de darle un vuelco a la realidad -a esa de la barbarie y el desamor- y convertirla en arte, en el caso de la poesía y la narrativa; y en fiesta sagrada, en el caso de las navidades. La navidad y la poesía, hacen que la vida sea más llevadera, y aunque connoten también dolores, están más llenas de satisfacciones por los logros cumplidos y de esperanzas con los que hay por cumplir.
La Navidad y la poesía están hechas de la misma sustancia, ambas tienen buena parte de su razón de ser en la memoria y en la imaginación, que nos permiten visualizar el alma y llevar con ella nuestros asuntos mundanos a un nivel muy cercano a lo sagrado, que es la belleza de lo verdadero y de lo bien hecho. Sin temor a equivocarnos, y sin exageraciones, podemos decir que todos los poemas son de Navidad, y que todas las navidades son poéticas.
Pequeño árbol
Pequeño y silencioso árbol de Navidad
Eres tan pequeño, eres más una flor.
¿Quién te encontró en el bosque verde
y te hizo sentir mucha pena por tener que partir?
Te consolaré porque hueles tan dulcemente.
Besaré tu corteza fresca
y te abrazaré fuerte y seguro,
tal como lo haría tu madre.
No tengas miedo,
mira las lentejuelas
que duermen todo el año en una caja oscura
soñando con que las saquen y les permitan brillar.
Mira, las bolas, las cadenas rojas y doradas,
y los hilos esponjosos.
Levanta tus bracitos
y te los daré todos para que los luzcas.
y cada dedo tuyo tendrá su anillo
y no habrá un solo lugar oscuro o infeliz.
Entonces, cuando estés completamente vestido,
te asomarás a la ventana para que todos te vean.
Y como se quedarán mirándote
estarás muy orgulloso. Y mi hermanita y yo
nos tomaremos de la mano
y mirando hacia arriba a nuestro hermoso árbol
bailaremos y cantaremos:
“¡Navidad, Navidad!”.
Edward Estlin Cummings, 1962







