Editorial 3296
La cuarta cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC, con la Unión Europea, UE, que se realizará en Santa Marta el 9 y 10 de noviembre y que reunirá a 60 países, 33 miembros de CELAC y 27 de la UE, es un espacio internacional muy importante y una gran oportunidad para seguir ampliando nuestras relaciones políticas y económicas.
Pero tiene amenazas. “Fuerzas ajenas a la paz de América han querido que la cumbre CELAC-UE fracase”, ha denunciado el presidente Gustavo Petro. Y es que Colombia avanza de manera autónoma y soberana en la ampliación de sus horizontes de intercambio comercial. El aislamiento al que nos quieren someter para que dependamos exclusivamente de Estados Unidos, no es una opción aceptable.
En este escenario –así como en la reunión de los países integrantes del Grupo de La Haya, la Conferencia de Derecho Internacional Privado de 2023, o en la COP 16 sobre Biodiversidad de 2024, todas en Colombia– lo que está en juego más allá de sus objetivos específicos son los procesos vitales para la humanidad como el rumbo de la geopolítica para el presente y el futuro del planeta. ¿Hacia una economía fósil, una política antidemocrática y un militarismo global? O, por el contrario, ¿hacia una economía para la vida basada en la libertad, la democracia y la soberanía de los pueblos?
Hay una agenda acordada que contiene temas y propósitos como evaluar y dar seguimiento a las iniciativas lanzadas en la cumbre de 2023, promover la integración regional, fortalecer la voz del continente frente a otros bloques internacionales –como la Unión Europea– y estrechar la cooperación política, económica y ambiental a través de la consolidación de acuerdos sobre la transición energética, el desarrollo sostenible y la defensa de la democracia.
Este escenario, como foro político internacional, aporta a blindar a Colombia frente a las pretensiones intervencionistas y envía un mensaje claro de que no estamos solos.
La CELAC-UE es un terreno de prueba crucial y relevante para las nuevas dinámicas políticas y económicas de la región. En ella será inevitable que surja el debate sobre el uso político por parte de Estados Unidos de la política antidrogas, hoy por hoy uno de los problemas más urgentes que afectan a nuestros países. Eso sí, el verdadero reto estará en pasar de la retórica a la acción.
Mas allá de lo que es y significa la UE, ligada a una visión guerrerista de la OTAN, esta cumbre es una prueba de fuego para el estancamiento o el avance de la integración latinoamericana y del Caribe. Será un espacio en el que las extremas derechas neofascistas y la izquierda progresista, en medio de tensiones, se disputarán la dirección política, ideológica y económica de América Latina. ¿Unidad o fragmentación?
Colombia, como anfitrión que abandera la propuesta de diplomacia por la vida, recibe a los gobiernos, Estados y pueblos con un gran mensaje: El reconocimiento a la Unión Patriótica y sus más de 6 mil víctimas del genocidio cometido por agentes del Estado, en connivencia con paramilitares, empresarios, políticos y partidos de derecha. Un mensaje que pone la memoria, la reparación y la no repetición como parte de una agenda de justicia nacional y global. Un mensaje que nos reafirma como nación en un imperativo ético: Los genocidios no quedarán impunes y los responsables, tarde o temprano, pagarán por sus crímenes ante los tribunales de los Estados y los pueblos.







