jueves, agosto 14, 2025
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Entre trochas y batas llega la salud a la Colombia profunda

En tenis y botas, miles de médicos y médicas arriban a recónditos lugares de la geografía nacional, llevando servicios de salud a millones de colombianos que estaban abandonados por el Estado

Juan Carlos Hurtado Fonseca
@aurelianolatino

El asombro y la incredulidad de ver que médicos estuvieran en su casa les hacía cuestionar: “Nos decían cosas como, ‘¿Ustedes sí son médicos de verdad?’; ‘¿Y de dónde vienen?’; ‘Primera vez que nos vienen a atender acá’; ‘Pero, doctora, mire, revíseme el brazo, revíseme esto…’; ‘¿Sí estoy bien, de seguro que estoy bien?’; ‘Porque es que ajá, yo nunca voy al médico, yo ni siquiera sé si sufro de la presión’. Había personas que se quedaban viéndolo a uno y como que… ‘¿Seguro que sí están aquí?’, como que no lograban entenderlo”.

Así recuerda la médica María José Navarro Barrios la emoción con que la recibieron los campesinos y campesinas, la primera vez que con otros profesionales de la salud llegaron a un hogar, bien adentro de una montaña cordobesa.

La joven, a sus 27 años de edad, es parte de uno de los Equipos Básicos de Salud, EBS, que implementa el Ministerio de Salud por todo el territorio nacional; grupos de profesionales que brindan atención a comunidades de difícil acceso.

Los EBS están integrados de acuerdo con las necesidades, y si atienden en áreas urbanas o rurales: “Para la ruralidad hay una enfermera jefe o líder del equipo, un médico general y cuatro auxiliares; y en la zona urbana es igual, aunque solo con tres auxiliares. Profesionales como nutricionistas, odontólogos, psicólogos, fisioterapeutas y otros, se integran según un primer diagnóstico a las familias visitadas con anterioridad. Ahí se determina quiénes ingresan y a qué rutas de atención”, explica la médica Caroll Rodríguez Artiaga, de 26 años de edad, quien compone otro Equipo en Lorica, Córdoba.

Los pacientes

Los campesinos han manifestado sorpresa y gratitud por tener a tantos profesionales de la salud y especialistas en sus casas. Foto cortesía

“Nosotros estábamos supercontentos porque jamás habían llegado tantos profesionales a la casa. Les brindamos comida y limonadita de agüepanela. Todo el mundo feliz porque vimos que lo que nos dijeron las enfermeras al principio fue cumplido”, manifiesta Carmen Hernández Pérez, de 27 años, quien vive con su papá de 53; su mamá de 55 y una hermana de 30 años, quien tiene una discapacidad. Habitan la vereda Candelaria, a tres horas de Lorica, luego de pasar en planchón el río Sinú.

La joven labriega pensó que era una brigada de vacunación, de las que se adelantan con alguna frecuencia: “Pero no, cuando llegaron las enfermeras nos hablaron de que era un nuevo programa que se llama Equipos Básicos. Y que ellas venían recolectando nuestros datos, las necesidades que uno tenía, ver las condiciones en las que uno vivía. También nos preguntaron todo lo que tiene que ver con nuestra edad, talla y peso”.

Para estos campesinos, desplazarse a centros poblados y retornar a sus hogares por trochas, caminos, ríos y vías carreteables es algo normal. Para los profesionales es novedoso.

Batas con botas

Acerca del transporte a esas escondidas zonas, Caroll manifiesta que van en una camioneta 4 x 4 asignada por el Centro de Atención Médica de Urgencia, CAMU, hasta donde la vía lo permite, luego, por su lejura y fragosidad, deben ir a pie, a caballo o en burro.

“En la primera experiencia que tuve a un lugar que se llama La envidia -que ni yo que soy de Lorica conocía-, llegamos después de tres horas en carro hasta San Anterito y de ahí para allá no se podía pasar porque eran lomas, montañas y tiempos de lluvias. Fuimos caminando por trochas, pisando barro -me caí como tres veces-, por entre cultivos de plátanos para poder llegar a las casas, porque las fincas son superdispersas”, comenta entre risas María José.

El médico Richard Tuñón, de 58 años, también recuerda cuando con su EBS debió caminar por horas en trochas y bajo la lluvia. Los pasos eran lentos, temblorosos y cuidadosos. El aguacero arreció hasta que una quebrada no les permitió seguir: “Ya nos acostumbramos a que, por recomendaciones de los campesinos, debemos salir cuando aún llueve porque si esperamos que escampe, el barro se pone más duro y eso dificulta las caminatas. Había que trabajar bajo el agua”. Eso sin contar que existen veredas que en invierno, literalmente, están bajo el agua.

“Para ir a El Cocuelo, hay que pasar una cantidad de lomas caminando, imagínese, uno se agota demasiado. Entonces, la gente de la zona te decía, ‘No, es que aquí uno se transporta en burro’. Ahí nos montábamos en un burrito para ir a las zonas más lejanas”, comenta María José.

El programa en cifras

Educación en hábitos para el cuidado, vacunación, diagnósticos, tratamientos y suministro de vitaminas y minerales, son parte de las responsabilidades de los equipos. Fotos cortesía / Composición Natalia Giraldo

En el primer ciclo del programa que duró tres meses, cada equipo de Lorica debió visitar 300 familias. La meta era llegar a los lugares más distantes. En el caso de este municipio están a dos o tres horas, la mayoría de veces, por unas deplorables vías de acceso.

Según el Ministerio de Salud, el proyecto tiene una inversión de 4,2 billones de pesos y hay más de 10 mil Equipos asignados a los 32 departamentos. Entre 2023 y junio de 2025, se han atendido a más de 5,7 millones de hogares en territorios rurales y urbanos.

En otro recóndito lugar del paisaje colombiano, la doctora Erika Paola Muñoz Sánchez, de 34 años de edad, quien integra un EBS en San Vicente del Caguán, Caquetá, describe las peripecias de su trabajo: “Una vez salimos aproximadamente a las 6 de la mañana del hospital. Llegamos como a las 9 al caserío La Machaca, y de ahí otra media hora hacia la finca. Hicimos la atención y un señor nos prestó un caballo para ir hacia otra que queda como a una hora por caminos agrestes, pasamos un broche, una quebradita… Íbamos dos en un caballo”.

Una de las pacientes de Erika es Luz Neira Camacho; campesina de La Machaca, vereda a hora y media del casco urbano de San Vicente. A sus 60 años, vive en una finca con su esposo y su nieto de 14 años. Superviven con cultivos de pancoger, gallinas, una vaca y una tiendita en el centro poblado.

“Para nosotros fue lo mejor que pudo haber hecho el Gobierno o ellos… o no sé quién, pero lo cierto es que fue lo mejor. En esos momentos, mi esposo sufría de cáncer de próstata. Nos prestaron los primeros auxilios, nos ayudaron y ya lo operaron. Fue un privilegio, que en lugar de irlos a buscar, ellos nos buscaban, una atención demasiadamente buena. Es que no hay ni cómo explicarlo”, indica con evidente gratitud.

Los diagnósticos

En relación con el estado de salud de estas familias, lo que más han encontrado son pacientes asintomáticos con hipertensión, anemia y colesterol elevado. “Es por la alimentación -complementa María José-, ellos comen mucha comida rica en harina; consumen sus propios cultivos de plátano, ñame y yuca. A la sopa le echan las tres cosas”.

Al doctor Richard le pareció extraña la cantidad de casos de depresión en adultos mayores, causados por la soledad: “A veces no tienen contacto con nadie, no tienen señal de teléfono, no tienen televisor, no tienen ningún tipo de comunicación, están solitos allá en la montaña. La familia está dispersa, ya los hijos no viven con ellos”.

En Caquetá, lo que más encuentran los Equipos es sobrepeso, obesidad, hipertensión, trastornos de ansiedad, depresión, caries dentales, patologías cutáneas, trastornos de ciclo menstrual y enfermedades inflamatorias.

Carmen Hernández, de Lorica, expresa que la atención los emocionaba porque, “no nos tocaba madrugar a las 2 o 3 de la mañana a agarrar fichos, sino que llegaron a la casa. Después de eso, vino otra brigada de enfermeros y profesionales y tomaron muestras de laboratorio. A los ocho días volvieron con los resultados y los médicos formularon medicamentos”.

Comenta que en su hogar mejoró la salud y los estilos de vida: “Porque, por ejemplo, tengo 27 años, pero estoy en sobrepeso y la nutricionista me mandó una dieta, tenía que comer balanceado, comer más verdura, hacer más ejercicios. Estoy juiciosa y ya en la casa no se comen tantas harinas. Estamos mejorando, gracias a Dios”.

Dolencias y medicamentos

La mamá de la joven campesina cordobesa también manifestó mejoría, luego de unas terapias para la columna. Su padre sufre de un dolor causado por nervio ciático y, asimismo, lo recetaron.

Una de las doctoras recuerda el caso de un adulto mayor que vive solo, es ciego y a quien de vez en cuando un hijo le lleva algo de comer. Los vecinos le comentaron que durante días aguantaba hambre: “Es alguien que fácilmente puede caer en la depresión”.

A su vez, Luz Neira cuenta que hace unos meses tuvo una caída de un vehículo y sufrió traumas en la espalda, pero gracias a las terapias y a citas con el ortopedista ha mejorado. Conoce casos de sus vecinos a quienes las visitas les ha servido mucho, como a doña Gloria Téllez, quien sufría del azúcar alto y para quien el medicamento que le llevó el Equipo fue fundamental. “Nosotras casi no podemos ir a la farmacia de la ciudad a reclamar los medicamentos por la lejura o por cuestión de dinero. No sé cómo la doctora se las ingeniaba y gracias a Dios nos los hacía llegar. Nunca había visto que los médicos fueran a la casa de uno y mucho menos que le llevaran la droga”, anota.

De hábitos y medicamentos

El denominador común es encontrar a mujeres al cuidado del hogar. Foto cortesía

Como profesionales, reconocen las dificultades de la implementación de planes de salud preventiva, porque dependen de condiciones que no están al alcance de muchos campesinos: poder adquisitivo, alimentación y vivienda. Es el caso de las embarazadas, quienes después de recomendaciones de nutricionistas, responden: “Doctora, pero si yo no tengo con qué, yo como lo que hay ese día en la casa”.

En estos casos, en los que no se depende solamente del medicamento, las situaciones se vuelven más dificultosas. No obstante, el programa es fundamental porque además de aliviar un dolor, curar una enfermedad y diagnosticar se puede llegar a tiempo para evitar la gravedad de muchas afecciones.

“Además se le ordenan los exámenes, que son tanto diagnósticos como predictivos”, agrega Richard, entendiendo que muchos de estos procedimientos se ralentizan cuando el paciente debe ir a la EPS y a la farmacia. Sin embargo, aclara que se están instalando dispensarios en centros de salud de algunas céntricas veredas.

Salario emocional

Luego de horas de camino, con los obstáculos y riesgos de accidentes -como cuando las camionetas estuvieron a punto de irse por despeñaderos-, los rostros agradecidos de los labriegos evidencian que valió la pena: “Era impactante para las familias tener en la sala de su casa a un médico, a un bacteriólogo, a una nutricionista, a una fisioterapeuta. Es algo que ni en la prepagada se ven todos esos profesionales a la vez”, anota Richard.

De la misma manera, María José Navarro recuerda la felicidad de una mujer que mejoró de una dermatofitosis, luego de haberse aplicado durante un mes los antimicóticos que le formuló. “Es una infección muy común porque deben bañarse con agua de pozo: ‘Doctora, mira, ya casi no tengo. Yo creía que esto era brujería. Yo pensé que alguna vecina me había hecho un mal y que nunca se me iba a quitar esa cosa tan horrible que tenía’”.

Asimismo, el doctor Richard Tuñón evoca con complacencia el caso de una campesina que no quería hacer nada, que permanecía en un rincón de su casa sin actividad alguna: “Les expliqué a los familiares que eso era depresión. Le hicimos la revisión y le apartamos la cita en Lorica, en una clínica de psiquiatría. Al mes, ya la señora hacía todas las actividades de su casa. ¡Qué cosa tan bonita!”.

La necesaria continuidad

“Estamos superfelices con este programa que espero que siga más tiempo, porque realmente muchas lo necesitamos. Y más acá, que hay personas con muchas enfermedades que una a veces no sabe que tiene”, declara la campesina Luz Neira Camacho, de Caquetá.

Los equipos han funcionado por ciclos de tres meses, pero deben ser permanentes y les faltan especialistas que puede ser por telemedicina, coinciden los profesionales, quienes, de la misma manera, han entendido su responsabilidad en ayudar a sacar al país de la premodernidad.

Por ahora, galenas como Caroll Rodríguez, están dispuestas a seguir madrugando para recorrer largas distancias, con el peso de un maletín en el que llevan tallímetro, peso, tensiómetro, oxímetro, fonendo, medicamentos, vitaminas y, sobre todo, profesionalismo, sueños y esperanzas.

Por todo lo anterior, y por la felicidad que le produce cumplir el juramento hipocrático fuera de cuatro paredes, sin importar las adversidades de las vías, los insectos, las distancias, las lluvias, el hambre y el agotamiento, la médica Erika Paola Muñoz Sánchez, indica: “La satisfacción hace que el cansancio físico pase a un segundo plano. Hay mucha alegría al caminar por el campo, bajo el sol, ver la naturaleza, escuchar los árboles, estar en silencio con uno mismo y saber que se está haciendo lo que a uno le gusta”.

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