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“El futuro es como el fin del mundo, ya pasó y no nos dimos cuenta”

¿Cómo soñar el futuro en la precariedad? La respuesta está en el Solarpunk: optimismo como acto político de resistencia. Historia de un taller de escritura creativa para niños y niñas de una zona vulnerable de Medellín

Leonardo Garay Ortiz

A pesar de la subida escabrosa hasta el colegio, de la precariedad del entorno, del bullicio permanente, la indisciplina y la mamadera de gallo de los niños, y de la frustración de profesores y administrativos, nada me desordenó tanto como la estupefacción de los niños cuando les pregunté: “¿Qué quieren para su futuro?”.

La pregunta central del taller fue: “¿Cómo se imaginan su futuro, el de su barrio y el de su ciudad?”. Los niños que prestaban atención pusieron cara de perplejidad ante la pregunta. “¡No sééééé!”, respondió un grupo, sin entender a qué me refería. “¿Cómo así profe?”, preguntaron otros. “¿Mi ciudad?”, pronunció otro.

“Sí, esa que pueden ver desde aquí”, respondí, señalando al Valle de Aburrá. Luego, se escuchó una voz: “Pero, profe, yo no conozco el centro”. No sabía que su barrio en la montaña era parte de la misma ciudad que se divisaba a lo lejos. Sus edades oscilan entre los diez y trece años, pero algunos jamás han bajado al centro de Medellín y mucho menos se han subido al metro.

Solarpunk para soñar el futuro

El taller de escritura creativa invitaba a sumergirse en la ciencia ficción como herramienta para pensar el futuro. En otras palabras, las imágenes, los vídeos, los escritos, las producciones artísticas que les compartí son ante todo herramientas para construir un futuro sostenible, amable, sin violencias, sin explotación, sin hambre, sin miseria. Argumenté que no sólo era posible, sino también deseable. Y, sobre todo, que valía la pena su construcción.

Se les notaba convencidos de que su futuro era ser como sus padres y sus hermanos mayores. Crecer yendo a trabajar en cualquier negocio para poder llevar pan a la mesa de su casa. No imaginaban que en su poder estaba la posibilidad de transformar. Varios decían que esperaban la suerte de heredar el empleo de sus padres, conseguir un trabajo similar al de algún vecino o, con un milagro, ganarse la lotería y comprarse un carro.

La aridez de sus condiciones de vida les impedía imaginar el porvenir como un terreno fértil para sus sueños. Algo comenzó a despertarse en ellos cuando entraron en contacto con los relatos, vídeos e imágenes que desafiaban el pesimismo generalizado que ahoga el presente. Al parecer encontraron algo que hace tiempo necesitaban.

¿Qué motivó el cambio? El intercambio en diálogo de un proyecto estético. El Solarpunk. Un campo en disputa. Un movimiento de ficción especulativa, arte, moda y activismo que intenta contestar y encarnar la pregunta: ¿Cómo sería una civilización sostenible y cómo podemos llegar a ella? Un manifiesto. Un movimiento relativamente joven. Sus antecedentes pueden rastrearse en el trabajo de Luc Schuiten, Úrsula K. Leguin, la Ecotopia de Ernest Callenbach, Star Hawk y Octavia Butler, entre otros.

¿El futuro clausurado?

En general, pensar el futuro se ha convertido en una tarea difícil. Los poderes económicos y políticos hegemónicos se han esforzado para clausurarlo y convencernos de que está efectivamente clausurado. Para Mark Fisher, este esfuerzo tiene su momento insigne en el famoso lema de Margaret Thatcher: “No hay alternativa”.

La posibilidad de imaginar el futuro, los libros, imágenes y vídeos que trabajaron los estudiantes, su silencio e incertidumbre ante la pregunta del taller, su sorpresa y todas sus respuestas, es un asunto político. Es el síntoma de una sociedad que no puede pensar o soñar con descontaminar los ríos que atraviesan sus ciudades “porque no es rentable”.

La perspectiva, de niño y niñas, de trabajar horas interminables hasta el fin de sus días parece ineludible. Una sociedad que no los puede alimentar tres veces al día porque ellos no pueden pagar, una que no puede garantizarles una casa digna porque el mercado inmobiliario así lo dictamina. Una ciudad que no puede garantizarles una educación de calidad porque no puede construir un mejor colegio ni pagarles bien a sus profesores, una donde no hay libros, ni mejores salas de cómputo, ni una biblioteca más grande que un baño de restaurante.

No sólo ha sido la precarización laboral, los contratos basura, el aumento de las labores no pagas, la persecución a los sindicatos o la criminalización de las luchas lo que nos ha negado el futuro. Todo ello ha privado a los trabajadores ─y a los que se rebuscan día a día─ la posibilidad de mirar más allá de la vida cotidiana.

No sorprende, entonces, su silencio y des-ubicación ante la pregunta: “Cuando tengan 50 años, ¿cómo será su ciudad?”. Hay un futuro por hacer y es precisamente ahí donde tiene sentido la afirmación: “Somos Solarpunks porque nos han arrebatado el optimismo y estamos tratando de recuperarlo, porque las únicas otras opciones son el negacionismo o la desesperación”.

Recobrar el optimismo es recobrar la capacidad de marcar el rumbo al que queremos ir, el destino colectivo que queremos construir y, de esa forma, recobrar la fuerza para tomar ese destino en las manos: recuperar la tierra robada, alimentar a los hambrientos, poner al servicio de todos las maravillas tecnológicas que nos vigilan, nos disciplinan, nos limitan o que, sencillamente, no resuelven nuestros problemas.

El presente está marcado por el hambre, la precariedad, la “escasez”, los trabajos miserables, los gringos alborotados por el tercer mundo en otra oleada colonial, las guerras ubicuas e incesantes de la industria armamentística, las democracias de papel maché, la crisis ecológica galopante, el genocidio en Gaza, la guerra proxy de Estados Unidos en Ucrania, el desmantelamiento del incipiente Estado social de derecho en América Latina, en pos del bien de la privatización, y un largo etcétera.

Cuando parece que eso es todo lo que hay, los que manejan el negocio proponen mirar hacia atrás. Nos invitan a no soñar el futuro, sino el pasado. A derramar nostalgia sobre el pasado deseado y pidamos que vuelva una vida que nunca existió, como la de los comerciales de aspiradoras gringas de los años 50, que soñemos que no tenemos casa, mujer, hijos, carro y beca porque un migrante nos la quitó, porque las mujeres pueden votar o porque de repente dos hombres pueden casarse ante un juez. Los fascistas nunca se fueron.

Ante la necesidad de despejar el futuro con la mano abierta para deshacer la bruma que nos aprisiona, ellos vuelven a alzar la mano plana, a mostrar el puño cerrado, la unidad del puño cerrado para golpear al rostro que otea el futuro.

Ante quienes gritan que no hay alternativa, ante los que cierran el puño para golpear a quienes les ruge el estómago de hambre, ante la picadora de carne que asesina con misiles a unos y a otros con horas extras sin pago y viajes eternos en buses para volver a casa, ante los que niegan que el calor está devorando al planeta ─y terrible aún, que nos devore a nosotros primero─, ante todos ellos, se levanta el futuro y las manos unidas de los que hacen vida. O, en su defecto, Solarpunk.

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