viernes, agosto 22, 2025
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Caballería ligera: Dignidad y valentía

Aída Avella, e Imelda Daza son la antítesis de toda aquella bazofia que enloda la política nacional y que convierte nuestro modelo político–económico en una especie de delitocracia, que aparenta democracia.

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José Ramón Llanos

El largo y tenebroso proceso electoral que culminó en la madrugada del 25 de octubre, tenebroso por las trampas y el escamoteo de votos de la Unión Patriótica, nos deja muchas lecciones, algunas que nos avergüenzan ante el mundo y otras, que a veces pasan desapercibidas para los colombianos, porque la mayoría de los medios de comunicación destacan nimiedades o cuestiones orientadas a manipular la población. Las acciones vergonzantes están vinculadas con el llamado pragmatismo de los partidos Liberal, Conservador, Cambio Radical, Centro Democrático, los cuales le concedieron avales a paramilitares, a narcotraficantes y toda clase de delincuentes, aspirantes al poder político para tratar de tender un manto de impunidad sobre sus fechorías con los cargos obtenidos.

En contraste con estos procesos y personajes politiqueros, desprestigiados, nos encontramos con dos mujeres valientes y símbolos de la dignidad que otros perdieron y que tratan de comprar con sus caudales mal habidos y simular con su constante aparición en los medios. Aída Avella, e Imelda Daza son la antítesis de toda aquella bazofia que enloda la política nacional y que convierte nuestro modelo político–económico en una especie de delitocracia, que aparenta democracia.

Aída, en los años setenta, cuando en el concejo de Bogotá realizaba su labor política defendiendo los intereses de la población excluida de la capital, como correspondía con su condición de militante de la Unión Patriótica, resistió las amenazas y persecuciones, hasta el momento en que se salvó de un atentado con una bazuca a plena luz del día. Los malhechores, incluidos empresarios y dirigentes políticos derechistas, la obligaron a proteger su vida viajando al exterior, donde vivió durante 18 años, denunciando los actos bárbaros que asolaban nuestra patria.

. Otra vida al servicio de los campesinos, del cambio democrático y de amor a su terruño, es la de Imelda Daza, con gran temple y serenidad resistió amenazas y asedios de los paramilitares, hasta cuando se convenció que los asesinos pusieron en su mira a la familia, incluidos sus hijos. Suecia la recibió y protegió, le permitió que su vocación de servicio a los otros pudiera desarrollarla allá, pudo entonces ser elegida como concejal suplente.

Recuperada la personería política de la Unión Patriótica, Aída e Imelda volvieron a tomarse las calles y plazas de Colombia a luchar por los ideales democráticos, por los excluidos, por la soberanía y por la paz. Ellas son merecedoras de las palabras martianas: en Aída e Imelda “va un pueblo entero, va la dignidad humana.” Y agregamos, representan, además la esperanza de nuestro pueblo. Ellas son las portadoras del fuego que ilumina el sendero hacia el optimista futuro de la patria.

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