martes, abril 30, 2024
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Los caminos de la duda: ¿Somos los peores?

Se necesita una revolución que destruya el proceso educativo actual para construir un sistema nuevo que estimule la crítica a ella misma y a todo lo establecido, en el entendimiento de que no existe la perfección y por consiguiente todo lo que existe es susceptible, al menos, de ser mejorado.

Foto: Innovación Cundinamarca via photopin cc
Foto: Innovación Cundinamarca via photopin cc

Alfonso Conde

Los jóvenes colombianos se rajaron en la prueba internacional denominada “Resolución creativa de problemas y habilidades de los alumnos para enfrentar problemas de la vida real”. Y la rajada fue estrepitosa: ocupamos el último lugar entre los 44 países evaluados. Las pruebas PISA para medir rendimiento en lenguaje, ciencias y matemáticas ofrecieron también un resultado desastroso: puesto 62 entre 65 países, y calificación mayoritaria (las tres cuartas partes) de uno o menos, sobre seis.

Las evaluaciones evidencian fallas graves en el sistema educativo colombiano: no se trata sólo de la recortada jornada de estudio diseñada para bajar los costos educativos sin que interese al Estado la calidad de la formación; se trata sobre todo, a mi entender, de la orientación impuesta desde el Ministerio de Educación que centra el proceso en enseñar a hacer aquello que otros han indicado o indican cómo hacerlo (lo llaman competencias laborales).

La idea de esos deformadores es construir en la mente juvenil procedimientos de respuesta única a problemas siempre iguales que transformen al ser humano en autómatas que puedan, con su trabajo rutinario, generar riqueza para otros. Si no se conoce “la fórmula” no se resuelve el problema.

Según el informe PISA, los jóvenes “sólo pueden resolver problemas muy simples en situaciones conocidas, utilizando ensayo y error para elegir la mejor alternativa de un grupo de opciones predeterminada”. El Ministerio logró su objetivo con poca o ninguna resistencia de los maestros que privilegian, tal vez, sus reivindicaciones (a las que tienen justo derecho) antes que la crítica y oposición a las políticas oficiales que anulan el proceso formativo.

Se castra la creatividad y la capacidad crítica porque en este orden social vigente se define que sólo unos pocos privilegiados deban acceder a ese estadio de humanización mientras la inmensa mayoría se destina a servir los intereses de los ungidos. Ello acarrea otra consecuencia que también beneficia a los dominadores: sin capacidad crítica, la población no cuestiona el orden establecido que así puede perdurar con pocos contratiempos.

Se necesita una revolución (otra) que destruya el proceso educativo actual, enajenado por los intereses de unos pocos, para construir un sistema nuevo que, a la par con la trasmisión de información, estimule la crítica a ella misma y a todo lo establecido, en el entendimiento de que no existe la perfección y por consiguiente todo lo que existe es susceptible, al menos, de ser mejorado. El magisterio organizado tiene la palabra.

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