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2016: Fin de la guerra del Estado y las FARC-EP

Fin a 52 años de guerra y de confrontación que deja duras consecuencias humanas y sociales en el país

Carlos A. Lozano Guillén

El año de 2016, próximo a culminar, quedará registrado en los anales de la historia colombiana como el del fin de la confrontación del Estado y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), al quedar en firme el Acuerdo Final de La Habana en su última versión, tras cuatro años de intensas negociaciones entre las delegaciones de paz del gobierno de Juan Manuel Santos y de la fuerza insurgente.

El acuerdo, firmado el 24 de noviembre pasado en el Teatro Colón de Bogotá por el mandatario colombiano y el comandante de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, en medio del aplauso nacional e internacional, fue refrendado por el Congreso de la República en la primera semana del mes de diciembre en curso y está a la espera de su implementación.

El turno es para la ley de amnistía que beneficiará a los combatientes guerrilleros que se instalarán en las zonas veredales y campamentos regionales mientras se hace el proceso de dejación de armas y la posterior conversión de las FARC en fuerza política nacional, y también despega la ejecución de los acuerdos contenidos en las conclusiones de cada uno de los seis puntos de la agenda y de sus protocolos de aplicación.

Hasta el momento de escribir este artículo existe incertidumbre porque la Corte Constitucional no ha producido el fallo del fast track o vía rápida que permita la aprobación sin demoras de las leyes en el Senado de la República y la Cámara de Representantes. Ningún proyecto ha sido presentado y el gobierno se ha declarado a la espera de la decisión de la Corte Constitucional, mientras que las FARC dijeron que está retrasado el cronograma. Mal comienzo, porque genera dudas sobre el nivel de cumplimiento de las instituciones del Estado.

Entre tanto, en la más completa impunidad, los paramilitares, en contubernio con sus aliados de siempre, asesinan dirigentes sociales y militantes de Marcha Patriótica. Es un asedio a la paz y coloca en peligro la actividad política de los dirigentes guerrilleros en el futuro.

Las cifras de la guerra

El acuerdo final de La Habana le pone fin a 52 años de conflicto armado en Colombia. Una guerra prolongada que deja ocho millones de víctimas y 300 mil muertos, la mayoría civiles. Son siete millones de personas las desplazadas. Entre los años 80 y 90 arrojó pérdidas entre el 2% y el 4,5% del Producto Interno Bruto. En la misma década se gastaron 230 billones de pesos del presupuesto en la guerra, 80 mil veces lo que se invierte en Cultura, por ejemplo. Colombia es uno de los países que más gasta en el rubro defensa en el mundo. Cuenta con una Fuerza Pública que supera los 500 mil uniformados.

Todo lo anterior pasará a ser historia antigua si la Corte Constitucional tiene la sensatez de validar el fast track y el Gobierno Nacional con rapidez cumple los compromisos asumidos en La Habana y presenta la ley de amnistía y las demás que darán luz verde a la implementación. Será el camino hacia la paz estable y duradera.

Timoleón Jiménez, jefe de las FARC-EP, es consciente de su enorme responsabilidad y del peligro que significa la demora de la ejecución de los acuerdos. No se trata solo de la fragilidad del cese bilateral de fuegos como lo cree el Gobierno, sino de toda la estructura del pacto mismo. En nota a sus tropas dice Timochenko, el 5 de diciembre pasado:

“Estamos por tanto ante una encrucijada bastante difícil. Si no se aprueba la vía rápida para las leyes mencionadas, incluida la de amnistía, estas pasarían a ser discutidas, artículo por artículo, dentro de las sesiones ordinarias del Senado y Cámara, los cuales eventualmente podrían cambiar la esencia y contenido de los acuerdos, hasta el punto de llegar a reversar todo lo acordado. A esto hay que agregar la actitud pusilánime del presidente, la falta de compromiso de varios de los altos funcionarios del Gobierno y la incisiva presión de la ultraderecha.

Por lo tanto, camaradas, nos encontramos ante uno de los momentos más cruciales de este proceso. De ahí la importancia fundamental de mantenernos más unidos que nunca, todo el cuerpo de mandos y el conjunto de los combatientes, en torno al propósito común, respaldado por la mayoría de los colombianos, de arrancarle a las clases dominantes la solución política al conflicto y el desarrollo constitucional y legal del acuerdo final, para que quede blindado contra cualquier contingencia. Eso sin desconocer en ningún momento nuestra tarea fundamental que es la de conseguir que cada día sea mayor el apoyo de masas y del pueblo en general al acuerdo.

Al igual que en la confrontación militar, ahora, en plena confrontación política, debemos actuar con mucha sabiduría, habilidad, cabeza fría y serenidad, a fin de que, todos unidos, hallemos la salida más acertada a la actual coyuntura y sus consecuencias. Estoy seguro de que apoyándonos en el sentir de las mayorías del pueblo colombiano, que quiere la paz, podremos encontrar la solución más justa a la actual encrucijada. Para ello resulta indispensable la cohesión del conjunto de la dirección y de toda la guerrillerada fariana en torno a un solo pensamiento”.

Los hechos del año

El año de 2016 fue productivo en acontecimientos importantes. Quizás los más trascendentales, por el carácter histórico que tuvieron, fueron la firma del cese bilateral e indefinido de fuegos, el 23 de junio, en La Habana; la firma del acuerdo final de La Habana, el 26 de septiembre, en Cartagena de Indias; la firma del acuerdo final de La Habana en versión definitiva, el 24 de noviembre, en el Teatro Colón de Bogotá, las tres con presencia del presidente Juan Manuel Santos y del comandante Timoleón Jiménez; y la refrendación del acuerdo final, en la primera semana de diciembre, en el Senado de la República y la Cámara de Representantes.

El revés de mayor impacto fue la victoria del No por estrecho margen en el plebiscito del 2 de octubre. Votaron 13’066.047 ciudadanos equivalentes al 37,43% del potencial nacional electoral. 6’377.482, el 49,78% lo hicieron por el Sí y 6’431.376 el 51,21% de los electores por el No. Una especie de “empate técnico”. Fue evidente la abstención, por distintas razones, que alcanzó un porcentaje del 62,57%.

Ganó el No en medio de la polarización, pues la mitad de los electores se pronunció por el Sí. Las causas del revés fueron la campaña de mala leche del No y los errores del Gobierno que, mientras pactaba la paz con la guerrilla, en Colombia adelantaba una política favorable al gran capital, a las transnacionales, a los grupos económicos, a los ganaderos y latifundistas, y en detrimento de los sectores populares. Hacía el tratamiento militarista, represivo y de orden público a la protesta social, a la vez que le daba concesiones a la extrema derecha respecto al proceso de paz. Se descubrió que el Centro Democrático hizo la campaña publicitaria con mentiras y falacias, el objetivo fue causar indignación en los ciudadanos.

El resultado dejó en el limbo los acuerdos y obligó a las partes a escuchar a todos los sectores del país, incluyendo al No. La mayoría de sus recomendaciones fueron recogidas en la última versión.

Alrededor de los resultados adversos del plebiscito brotó la movilización popular, expresada en manifestaciones masivas en las principales capitales y ciudades que exigieron acuerdo ya sin dilaciones. Se demostró la capacidad democrática de reacción del país, porque la mayoría salió en defensa de la paz y por un definitivo acuerdo.

El año 2016 fue el de la paz. El presidente Juan Manuel Santos recibió el Premio Nobel de Paz como un espaldarazo internacional al diálogo y a la solución política del conflicto colombiano. Las delegaciones del Gobierno y de las FARC que negociaron en La Habana, a la vez, recibieron el Premio Nacional de Paz.

Queda pendiente el proceso con el ELN. El fin de año se declaró un receso en los contactos que se reanudarán a partir del 10 de enero del próximo año.

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