jueves, abril 18, 2024
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La distancia entre La Isla del Sol y el árbol del deseo

Colombia tiene la medalla de oro en adolescentes embarazadas. La cultura, la falta de información, la falta de educación, la reproducción de la pobreza, se convierten en un círculo muy difícil de romper.

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Juan Carlos Hurtado Fonseca
@aurelianolatino

Diana está tranquila en la sala de espera del Hospital de Kennedy. Junto a su hermana aguarda a la médica que se acerca con dos sobres en la mano, uno para cada una. Al abrirlo y ver el resultado positivo, Diana dice que se le vino el mundo encima. No lo podía creer. Estaba segura que sólo era un retraso como ya le había sucedido. Tras volver en sí lo primero que pensó fue en abortar, pues con solo 13 años de edad era una responsabilidad con la que no podía y no quería asumir.

Un año antes, Diana frecuentaba discotecas del barrio Venecia al sur de Bogotá. Sus amigos le habían falsificado una cédula para que pudiera entrar a esos sitios con ellos. Su cuerpo y apariencia, ayudados por maquillaje y faldas cortas, facilitaban el engaño.

A sus 16 años comenta cómo fue la primera vez que tuvo relaciones sexuales. “Perdí mi virginidad a los 12 años. Fue un día de borrachera, de locura, casi toda mi vida he bailado mucho, farriado y todo… Esa noche bailé, tomé aguardiente, cerveza, whisky, de todo. Conocí ahí a un muchacho que me empezó a hablar, bailamos y luego me dijo que quería estar conmigo y ya, nos fuimos para una residencia. Él tenía 16. Me gustó, llegué a un orgasmo, lo hicimos como cuatro veces”.

La segunda vez que estuvo con otro joven fue a los ocho días en otra discoteca. Y como no quería pasar como inexperta como la primera vez: “Había mirado por internet cómo uno se le monta al hombre, posiciones y todo, cómo hacer sexo oral. Esa noche nos fuimos para una residencia, pero fue como más bonita, la cama estaba llena de pétalos de rosas, todo era más bonito y me sentí más a gusto. Me sirvió lo que había visto en internet. Ja, ese día sí estuvimos todo el domingo”.

Diana, cada fin de semana, iba a distintas discotecas, aunque comenta que a la que más le gustaba ir era a La Isla del Sol, en donde a los 15 días de su segunda vez conoció a otro muchacho: “Ese fue el papá de mi hija, ahí lo conocí. Él había llegado a vivir a mi casa en arriendo, me empezó a hablar y que cuándo íbamos a salir, salimos y estuvimos”.

Esta joven bogotana vive con su madre y su hija en un barrio de Ciudad Bolívar en la capital del país. Comenta que su mamá sabía de la relación con aquel hombre de 22 años que había venido del Caquetá.

“Después de que me ennovié con el papá de la niña duré mucho tiempo sin salir y vivíamos en la misma casa. Quedé embarazada”. Los cambios en su cuerpo hicieron que su mamá sospechara y la hiciera ir al médico. -Felicitaciones señora, vas a ser abuela. Diana pensó que lo decían por su hermana. -No, por las dos. Replicó la médica. “En ese momento pensé en abortar. Llegué al barrio y le conté al papá de la niña y él dijo que no era de él, mejor dicho fue peor. Yo tenía seis meses y medio, pero no me daba cuenta porque me llegaba el periodo normal. A mi mamá le dio duro pero ella no dijo nada. Yo estaba validando sexto y séptimo. Cuando dije que iba a abortar mi mamá me dijo que no, que eso era una maldición. Me retiré de estudiar, era muy vanidosa y me daba pena llegar embarazada al colegio”. Asegura que todo sucedió porque a petición de su pareja no planificó. Terminó su relación.

Mamá a los 13

El miedo a una maldición, infundido por su madre, fue lo que impidió que interrumpiera el embarazo: “Si hace eso le va a ir muy mal en la vida”. Aun así, Diana se golpeaba el vientre para producir un aborto, odiaba al ser en gestación que llevaba dentro. Un molinillo, la olla de presión o cualquier objeto eran usados para flagelarse e intentar interrumpir su embarazo. “Pero cuando nació era mi vida”.

Inició a trabajar en un almacén y en el que le pagan 400 mil pesos mensuales, aunque comenta que el padre de la niña le responde con dinero después de un proceso judicial con pruebas de ADN de por medio.

A los dos meses de haber tenido a su hija sintió la necesidad de volver a tener sexo. Regresó los fines de semana a las discotecas en busca de: “Amigos de farra, no tengo un amigo especial para tener sexo, lo hago con el que salga. Mi mamá me cuida la niña”.

De los más de 35 hombres con los que ha estado sólo de uno se ha enamorado: “Hay un hombre que por el sexo me enamoré, es con el que estoy hace ocho días, ha sido el mejor polvo de mi vida”. A su edad ya ha hecho tríos y consume cocaína antes de tener relaciones: “Como a los 13 la probé en una discoteca. Cada ocho días meto cocaína para estar con un hombre, el perico es normal, es mejor que la mariguana, me quita la borrachera”.

El sufrimiento y el maltrato soportado durante su parto la marcó al punto que sueña con algún día ser médica. “Me gusta cuando nacen los bebés, me gustaría asistir los partos, saber cómo cortar el cordón umbilical y todo eso… Mi sueño es validar, trabajar y meterme a la universidad porque yo sufrí mucho en mi parto porque fue parto seco, nadie me ponía cuidado en ese hospital. Me gustaría que cuando otras muchachas pasen por esto, poderlas ayudar para que no sufran”.

Mientras Diana cumple sus sueños seguirá trabajando, validando la secundaria en la jornada nocturna y saliendo cada fin de semana a “farriar”, a seguir gozando de su juventud y de su sexualidad: “Me gusta el sexo, ¿a quién no le gusta, a quién no le gustan los orgasmos?”.

Proyectos de formación

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, ENDS, realizada por Profamilia en el año 2010, en Colombia: “Los embarazos a muy temprana edad forman parte del patrón cultural de algunas regiones y grupos sociales, pero en las grandes ciudades generalmente no son deseados y se dan en parejas que no han iniciado una vida en común, configurando el problema de la ‘madre soltera’”. Con base en los datos de la misma investigación Diana está entre el 14% de las niñas que tuvo su primera relación sexual antes de cumplir 15 años de edad, además de ser una madre soltera con una hija no planeada.

Son millones de jóvenes que como ella tienen que asumir su nuevo papel en medio de limitaciones de tipo económico. Pero, ¿hasta dónde sirven ciertos proyectos educativos y de formación para evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual? Este semanario habló con la psicoorientadora del colegio distrital en el que esta joven valida su secundaria, Andrea Guío Ortiz, quien explicó que desde el proyecto de educación sexual en esa institución se hace promoción de los derechos sexuales y prevención de enfermedades de transmisión sexual, de embarazos a menores de edad, se da información, se hacen campañas, charlas y se invita a entidades competentes como las secretarías de Integración Social y de la Mujer, para tratar esos temas. Todo, producto de una política de la Secretaría de Educación de la ciudad.

El objetivo principal de estos procesos es evitar enfermedades y embarazos tempranos, y orientar a los niños sobre los derechos sexuales, desde una política de respeto a la dignidad del ser humano en todas sus dimensiones. El proceso inicia desde los primeros años de formación del niño y se adecúan de acuerdo con diagnósticos particulares para cada institución.

La profesional explicó los pasos a seguir por parte del colegio cuando una estudiante queda en embarazo: “El Departamento de Orientación hace una reunión con la niña y el niño, ya que hay maternidad y paternidad, luego se invitan a los padres de familia, se verifica que estén haciendo controles prenatales, que se esté asistiendo a cursos profilácticos, que tengan la madurez y el rol para asumir un futuro hijo, sin que se retiren de estudiar. Se le facilita a las niñas que presenten las actividades hasta el día que tengan el parto y en su licencia de maternidad para que se vayan exclusivamente a cuidar a su hijo, sin que se afecte la vida escolar”. Según estos procedimientos las jóvenes en embarazo no deberían desertar del proceso educativo. Aun así, Diana lo hizo, aunque expresa que fue por pena con sus compañeros.

Con estos procedimientos para la formación y sensibilización de los niños y jóvenes cabe el cuestionamiento, ¿por qué hay una alta tasa de embarazos a temprana edad en jóvenes que asisten a colegios? La psicóloga responde: “Creo que es un problema estructural, un problema de la sociedad, porque digamos las personas no tiene claro un proyecto de vida. Muchas veces las condiciones sociales y económicas son precarias, entonces ellos no ven un futuro acogedor y lo que buscan es tempranamente salir de sus hogares núcleo, de la familia papá y mamá, de buscar una pareja y formar una nueva condición de familia. El colegio busca acoger y brindar unas herramientas para apoyar la situación, pero es algo macro que tendría uno que pensar en toda la reestructuración del proyecto de vida, de la sociedad”.

El árbol del deseo

Paola recuerda cada detalle de su primera vez. Fue en la casa de su mamá, en el pasillo que daba a la puerta de salida a la calle: “Creo que él se iba a ir y yo no quería, entonces como que le dije ‘venga pa’ca hombre’”. Sabía que ese día debían pasar las cosas. “Lo recosté contra la pared, me paré frente a él, le cogí la mano y se la metí en mi pantalón, en mi vagina, bajamos unas escaleras y fuimos al cuarto de estudio”. El computador fue de las pocas cosas que se salvaron de estrellarse contra el piso: “Tuvimos relaciones sexuales encima del escritorio. No hubo preservativo. Ese era uno de mis miedos”. Paola perdió la virginidad a los 16 años con el joven que tenía de novio desde los 13.

Explica que tuvo cierto recato en decirle a su mamá que le comprara preservativos: “Como que hay ciertos tabús sociales y… ¡mierda!, decirle a mi mamá que me comprara preservativos para mí era un video mental. (…) Seguí teniendo relaciones con el chico durante un año y medio, y en una de esas quedé embarazada”. Sin ningún temor lo primero que hizo fue contarle a su mamá, quien la llevó a abortar.

Paola es una joven de una buena condición socioeconómica. Va a la universidad y vive con su compañero en un cómodo apartamento al noroccidente de Bogotá, al que decidió mudarse para poder tener una mayor libertad y entre otras cosas vivir a su antojo su sexualidad y consumir alucinógenos. Es una mujer de 20 años que ha tenido la posibilidad de viajar a Europa y por gusto desarrolla trabajos con comunidades al sur de la ciudad.

Ha vivido una etapa de lo que llama “sexualidad fuerte”, con varios hombres: “Acepto que he tenido relaciones sexuales con muchos manes y he tenido tres relaciones estables, siempre han sido hombres mayores. Estuve dos meses en España y allá tuve relaciones sexuales con otra persona, pero no me siento siéndole infiel ni nada a mi compañero porque estaba muy lejos y tengo una vida sexual bastante activa, hablo de cuatro o cinco veces a la semana”.

La renuncia a los viajes

Sobre revolver alucinógenos con sexo, detalla: “Consumí LSD para mirar cómo era el viaje pero como que ese primer encuentro no fue nada alucinógeno, no pasó nada. El segundo encuentro fue una chimba huevón, fue muy áspero, muy rico porque exploré como el cuerpo en otra dimensión… Eran otro tipo de sensaciones, pero no salió muy bien porque después de derretirme y sentir que el otro estaba pasando las manos por mi cuerpo, ¡paila! No sabía pilotear el viaje, sentía muchas angustias, muchos miedos como que no sabía qué podía pasar y no poder controlarlo… A partir de esto me empiezo a hacer unos videos, empiezo a soñar con mis exnovios y me pongo a llorar. Primero veía formas, colores, pero cuando estalló el ácido todo cambió. Con esa experiencia quedé curada y no consumo drogas”.

Aunque tenía conocimiento de los riesgos que corría, un año después de su primera vez quedó embarazada: “Fue una mierda, una remierda porque no utilicé preservativo por tonta, estúpida y huevona, porque al igual yo sé que mi familia nunca me hubiera negado el hecho de planificar”.

Sin importar que su novio le implorara que lo tuvieran porque iba a ser un “bebé de Dios”, habló con su mamá: -¿Quiere ser mamá? -Obvio no. Inmediatamente fueron a una clínica a interrumpir el embarazo. “Tenía más o menos 20 días. Allí pasé a un psicólogo donde me explicó cómo iba a ser el procedimiento y donde saben si estás segura o no de lo que vas a hacer. Luego te dicen que si quieres quirófano o en la casa, decidí hacerlo en la casa porque me daba mucho miedo. Me dieron unas pastas que tenía que tomarme cada hora y empecé a tener como cólicos menstruales y a menstruar. Fue una vaina fuerte porque tenía toda la presión del chico que me llamaba todo el tiempo. -¿Cómo estás? ¿Cómo está mi bebé? Y yo: ‘Parce tenemos que hablar al respecto’. Sentí que estaba menstruando, me dio diarrea, vómito. Creo que fue la mejor decisión, con un hijo no hubiera podido tomar decisiones sexuales ni de viaje ni trabajo ni vivienda. Luego me sentí muy bien”.

Su pasión por el sexo la ha llevado a hacerlo de maneras inimaginables, como cuando estando con un novio en la Universidad Nacional quiso alcanzar el clímax en lo más alto de un árbol: “Eran como las once de la noche, no estábamos tomados ni drogados. Yo estaba en una rama más arriba y él en una más abajo. Una mierda porque los celadores se dieron cuenta y desde abajo nos apuntaban con las linternas. Decíamos que no íbamos a parar hasta que tuviéramos un orgasmo. Los celadores más que gritarnos nos alumbraban y se reían. Al rato bajamos y nos fuimos, no nos dijeron nada solo se reían”. Aún no entiende por qué un árbol en la penumbra le despertó esas inaplazables ganas de tener un orgasmo con altura.

Cree que las mujeres deben romper tabúes y miedos para vivir su sexualidad pero cada una debe saber cómo vivirla. “Cada mujer, cada niña, cada hombre, tiene sus propias experiencias, lo importante es entender que cada experiencia y cada miedo que se rompe es una experiencia que nos forma”.

Cifras para tener en cuenta

El estudio intitulado Embarazo no Deseado y Aborto Inducido en Colombia: Causas y Consecuencias, realizado por Institute Guttmacher dice: “A pesar de la sentencia que a partir de 2006 permite el aborto bajo ciertas circunstancias, casi todos los abortos que ocurren actualmente, -al menos el 99,92%- suceden por fuera de la ley”. Según esta institución, son más de 400 mil por año en todo el país.

Las mujeres que viven en ciudades y las que tienen mayor nivel de escolaridad tienden a presentar tasas de aborto más altas, y el 44% de los embarazos no planeados terminan en un aborto inducido.

Se estima que cada año aproximadamente dos terceras partes (67%) de todos los embarazos no son planeados. La proporción de estos está por debajo del promedio nacional en la región Oriental (61%), pero por encima en Bogotá con el 74% y en la región Pacífica 73.

Hay soluciones

Florence Thomas, sicóloga, magister en sicología social y profesora de la Universidad Nacional habló con VOZ sobre los casos de Diana y Paola. Para ella: “Es triste ver que una niña empezó su vida sexual a los 12 años. A esa edad uno tiene que tener un proyecto de vida distinto, terminar el bachillerato. Ya lo está pagando carísimo y lo va a pagar toda su vida.

“Eso es insólito. Yo puedo ser toda la liberal que soy, pero no estoy por empezar una vida sexual a esa edad. A esa edad ella no tiene la capacidad para tomar la palabra, decidir sobre la vida, para saber qué hay que hacer. Es que a esa edad se está en plena revolución hormonal, en plena adolescencia, pero también en construcción de identidad”.

“Es muy frecuente que en los estratos más bajos lo que se busca es huir de su casa, salir porque a veces hay violencia intrafamiliar, porque creen que pueden encontrar una mejor situación y a veces se refugian en el sexo. Más que sexo tienen una idea romántica del amor, con un noviecito de 14 años… es un drama abominable que multiplica los efectos negativos”.

Para Florence Thomas sí hay ventajas en la vida de Paola porque inició a los 16, tiene medios económicos y una familia que le permite interrumpir un embarazo si es lo que ella necesita. Son dos vidas distintas, con grandes diferencias marcadas por la clase social. “En los estratos bajos hay poca información sobre lo que significan derechos sexuales y reproductivos, sobre políticas sociales, sobre las casas de las mujer y sobre todo lo que existe gracias a políticas como una Secretaría de la Mujer en Bogotá donde evidentemente la hubieran podido ayudar, pero falta información”.

Otro de los problemas que la psicóloga identifica es la gran dificultad existente para cambiar los grandes imaginarios de la cultura patriarcal que es muy maternalista, muy familista: “Mujer igual mamá. Y por supuesto que mujer no es igual a mamá sino a sujeta de derechos. Es algo sobre lo cual luchamos todavía, independientemente de los estratos, los jóvenes deben tener buena información”.

La cultura, la falta de información, la falta de educación, la reproducción de la pobreza, se convierten en un círculo muy difícil de romper, sin embargo se puede hacer con voluntad política. “Hay que hacerlo porque desafortunadamente Colombia tiene la medalla de oro en adolescentes embarazadas”.

La profesora de la Universidad Nacional agrega que a las causas del problema también hay que sumarle los estragos de 50 años de conflicto armado y los estragos del desplazamiento forzoso. “Son condiciones adversas para encontrar soluciones, aunque hay que insistir”. Tal vez en el papel ya se han hallado salidas, pues dice que hay muchos convenios firmados por Colombia y una política social sobre derechos sociales y reproductivos que se han quedado en letra muerta. ¡Hay que llevarlos a la realidad!

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