El pensador Boaventura de Soussa Santos se ha referido a la categoría “fascismo social” que denota un régimen social en el que con beneplácito del Estado, explotación laboral, la miseria y la exclusión se naturalizan y normalizan.
Julián Camilo Bello M.
El año 2015 fue propuesto por el Ministerio de Cultura de Colombia para rendir homenaje a José Benito Barros Palomino, célebre compositor de temas como la cumbia “La piragua” o el pasillo “Pesares”, entre un centenar de memorables clásicos de la música colombiana y del repertorio universal. Con estas melodías en mi mente, encendí el televisor para ver algo del homenaje musical que con ocasión del 20 de julio, se ofreció en honor del maestro Barros y se transmitiría en la televisión nacional. Buscando entre los canales públicos, me fue significativo encontrar la gran cobertura y atención que se le presta a los desfiles militares, a la simbología de la violencia estatal o más valga decir la guerra.
El pensador Boaventura de Soussa Santos se ha referido a la categoría “fascismo social” que denota un régimen social en el que con beneplácito del Estado, explotación laboral, la miseria y la exclusión se naturalizan y normalizan. Según Boaventura, bajo éste régimen el Estado se comporta de manera diferencial dependiendo de particularidades de los intereses sobre el territorio. Además, uno de los roles estatales es el de privatizar el patrimonio público y precarizar las condiciones laborales.
Con los anteriores elementos se argumenta que para el caso colombiano el proceso de naturalización y normalización de los elementos del fascismo social, no se pueden separar de la pretensión del Estado moderno de mantener el monopolio de la violencia y la coacción en un determinado territorio. Este elemento se manifiesta en el mundo de la vida cotidiana (lebenswelt) a medida que el aparato de Estado reproduce la ideología de la clase dominante y la sociedad se construye a medida que inventa (Erfindung) el conflicto armado.
Desfile militar
Año tras año acudimos al ritual social de los desfiles de hombres y mujeres de camuflado, veteranos de guerra y “héroes” mutilados. Un desfile para mostrar las armas “sagradas”, la tecnología militar y los cantos a la patria, para conmemorar que el 20 de julio de 1810 suplicábamos al rey de España “viniera a gobernar entre nosotros”.
No fue fácil el pasado 20 de julio, dar con la transmisión del concierto en honor a José Barros, a duras penas lo transmitieron en un canal regional, encontrando que los informativos de la gran prensa describieron con detalle, la historia de un padre militar que orgulloso de serlo, viste a su pequeño hijo con traje camuflado y maquillaje de guerra en su infantil rostro. Un policía que de igual manera vistió de verde olivo a su pequeño retoño, con una pañoleta de comando en la cabeza y con una réplica de fusil, para recordar la ruptura del florero de Llorente. Una madre que interrumpe la rígida disciplina militar, para reacomodar y perfeccionar el uniforme de su hijo, al cual le faltaba una pequeña banderita de Colombia que fue colocada en su guerrera. Todos y todas se mostraban orgullosos de la guerra santa, la guerra del Estado.
Me olvidé por un momento de estas imágenes y resonó en mí una cumbia que hoy es necesario dedicar al fascismo social. José Barros escribió:
“… violencia, maldita violencia.
Por qué te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios.
Por qué no dejas que en el campo nazca nueva floración.
Violencia, por qué no permites que reine la paz, que reine el amor
Que puedan los niños dormir en sus cunas sonriendo de amor.”
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