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Turquía: El pueblo reclama democracia

Pese a que al comienzo de su gobierno, Tayip Erdogan propició algunas reformas importantes, muy pronto desarrolló un modelo neoliberal, el cual ahoga a los sectores populares que, indignados, se lanzan a las calles

Aspecto de las duras protestas del pueblo turco contra la política económica del gobierno.
Aspecto de las duras protestas del pueblo turco contra la política económica del gobierno.

Alberto Acevedo

La protesta que hace tres semanas se inició en la milenaria ciudad de Estambul, para rechazar un proyecto urbanístico en el parque Gezi, que representa el último pulmón ecológico de Turquía, se convirtió rápidamente en la gota que rebozó la copa de un cúmulo de frustraciones que terminaron por encender la protesta social a lo largo y ancho del país.

La brutal acción policial que el gobierno del primer ministro Recep Tayip Erdogan dio como respuesta a las reclamaciones callejeras, inicialmente localizadas en la capital, precipitó, gradualmente, expresiones de rechazo a lo que la ciudadanía considera una gestión autoritaria y generalizó la reclamación de justicia y democracia. “La democracia sin libertad no es democracia”, es el grito de los manifestantes que hoy recorren los principales centros urbanos.

Erdogan, que asumió el poder hace diez años, y se mantiene en él después de tres victorias electorales sucesivas en representación del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), realizó al comienzo de su gestión algunas reformas positivas y contrarrestó la nociva influencia de una casta militar corrupta. Impulsó un crecimiento económico que aún se mantiene, pero al mismo tiempo dio comienzo a un proceso de reestructuración neoliberal, que finalmente ha llevado al desencanto de amplios sectores de la población.

Es por esto que el incidente del parque Gezi no explica en sí mismo la enorme fuerza de la protesta popular y es necesario darle una mirada a las políticas económicas y sociales de Erdogan en los últimos años para entender la furia popular.

El FMI mete la nariz

Las medidas económicas del gobierno turco se han dado de la mano del Fondo Monetario Internacional (FMI) y se orientan a la privatización del sector público, imponer drásticos recortes sociales y una reforma laboral regresiva que arrebata a los trabajadores preciadas conquistas de tipo prestacional.

Al concluir su primer año de mandato, Erdogan privatizó la Empresa Turca de Telecomunicaciones, Turk Telekom. Unos meses después hace lo mismo con las compañías productoras de licores, de acero y las aerolíneas nacionales. Más tarde persistió en su empeño antinacional y privatizó la Compañía Pública de Tabacos, Tekel, la red eléctrica nacional y el banco estatal, Holbank.

Hasta el agua

No contento con estas medidas, en 2009 consiguió que el parlamento le aprobara un paquete de medidas que entrega a corporaciones privadas el agua de los ríos, lagos y estanques, y a partir de ese momento las empresas particulares pueden transferir recursos hídricos en favor de sus intereses, cuando antes solo tenían los servicios de distribución.

En 2011 el gobierno da pasos para la privatización de dos mil kilómetros de autopistas y puentes del país, cediendo nueve rutas troncales de peajes y dos puentes sobre el río Bósforo, vías neurálgicas de acceso a Estambul.

La desaforada carrera privatizadora incluye áreas de producción textil, minería, petróleo, alimentación y transporte marítimo. Para esa época se producen las primeras grandes movilizaciones sociales, reclamando una política de defensa de los recursos naturales y el gobierno responde con una reforma laboral que reduce el salario mínimo e impone un modelo de contratación laboral en el que los aspirantes deben renunciar previamente al seguro social.

Inequidad social

Como se entenderá, pese al crecimiento económico ya mencionado, porque el país se convirtió en un paraíso neoliberal, se ha venido dando un aumento significativo de la desigualdad social. Según la revista Forbes, en el año 2008 había en Estambul 35 multimillonarios (un año antes había 25), mientras el grueso de los empleados públicos no gana más allá del salario mínimo legal y el ingreso medio de los ciudadanos equivale a la mitad de lo que ganan las familias en Europa.

En estas condiciones, a pesar de que el crecimiento registra una flecha ascendente, la torta está muy mal repartida. Al manejo económico se suma un giro religioso fundamentalista, en el que se limita el consumo de alcohol en muchos sitios, se prohíben los besos en público y otras medidas similares.

La semana pasada, después de jornadas de protesta cada vez más intensas, la prensa informó que el primer ministro Tayip Erdogan había cedido en su empeño de construir un centro comercial en el parque Gezi y respetar el pulmón verde de la capital. Es una primera y significativa batalla ganada. Ahora la lucha seguirá por la democratización del país, a tono con los tiempos modernos.

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