Naciones Unidas dice que el número de muertos supera los diez mil. La comunidad científica internacional ya había advertido que el calentamiento global podría desencadenar tragedias humanas como la de Filipinas. Todavía es tiempo de actuar

Alberto Acevedo
La humanidad no sale de su asombro ante los efectos devastadores del tifón Haiyan, que la semana pasada azotó al archipiélago de Filipinas. Agencias de las Naciones Unidas, en contra de los modestos estimativos del gobierno de esa nación, hablan de una cifra superior a los diez mil muertos, 600 mil desplazados, numerosos heridos y daños materiales incalculables.
Sobre la fuerza enorme del fenómeno climático, baste decir que huracanes anteriores como el Katrina, con vientos de 250 kilómetros por hora, o el Sandy, de 150 kilómetros por hora, en su momento devastadores, hoy muestran un pálido efecto frente al Haiyan, que en su mayor vitalidad, al tocar tierra en el archipiélago filipino, potenció vientos de hasta 315 kilómetros.
Fuera del drama humano que esto causa, con miles de cadáveres diseminados en techos, casas y parques, con gente deambulando sin agua, sin comida, sin acceso a medicamentos ni primeros auxilios, con el peligro creciente de epidemias, con la incertidumbre por la suerte de un millón 700 mil niños que habitan en las zonas más afectadas, que pueden ser víctimas de redes de traficantes de prostitución o de trabajo forzado, toda esta tragedia sumada recuerda los llamados de alerta reiterados de la comunidad científica internacional sobre este tipo de fenómenos.
Entre un universo de llamamientos y exhortaciones de académicos, agencias de las Naciones Unidas, foros internacionales especializados, vale la pena destacar las conclusiones a que ha llegado el estudioso Jonathan Neale, autor del libro “Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo”, que asegura, que ya hoy no es posible detener por completo el cambio climático, por los daños irreversibles causados, pero sí es en cambio posible evitar una catástrofe climática, derivada de los violentos procesos de retroalimentación que condicionan el cambio climático.
Dice el científico que desastres como el del Filipinas, Nueva Orleans o Bangladesh, son signos claros de que ese futuro dantesco ya es una realidad y que ese cambio climático va a seguirse manifestando en elevación del nivel de los océanos, incremento de la temperatura, clima más inestable, eventos extremos como terremotos, inundaciones, sequías, olas de calor y una veloz modificación del entorno ecológico. Huracanes de gran envergadura, como el de Filipinas, con millones de cadáveres detrás, no van a ser extraños en un futuro cercano, puntualiza el analista.
Recuerda el profesor Neale que el mundo cuenta con la tecnología suficiente para detener el calentamiento global, pero falta voluntad política de los gobiernos para emprender esta colosal tarea. Incluso los recursos suficientes: el mundo invierte un billón de dólares al año en armamento, gastos militares y guerras, y en contraste hay un ejército de desempleados, que podrían concurrir en la solución.
Pero, concluye Neale, si prevalecen los intereses de las grandes empresas transnacionales, los intereses del mercado, no va a ser posible una acción eficaz contra estos fenómenos y los desastres climáticos pronto se convertirán en catástrofes humanas.
Otro científico, el profesor Brad Werner, de la Universidad de California, en una conferencia sobre teoría de sistemas complejos, llegó a la conclusión de que “el capitalismo global hace que el agotamiento de los recursos sea tan rápido que los sistemas tierra-humanos se están haciendo peligrosamente inestables como reacción” y lanza la idea de que en escenarios semejantes, habría que contemplar “estrategias de decrecimiento” de las grandes potencias industrializadas para salvar el planeta, por cuanto las tragedias del calentamiento global no podrán ser combatidas dentro de las reglas de juego actuales del capitalismo.