Temis
Hernan A. Ortiz Rivas
Para los conocedores de la historia de nuestra liberación del colonialismo español, cuyo bicentenario se festeja en estos días, en varias naciones latinoamericanas, el nombre de Simón Rodríguez, se asocia siempre al de otro Simón, el gran Bolívar, porque el primer Simón fue el “maestro del libertador”, título que este le reconocía muy honroso.
Pero decía que él tenía similares merecimientos para ingresar a la historia; en efecto, no solo fue el maestro del niño y el joven Bolívar, sino amigo, compañero, confidente, paisano y un extraordinario pedagogo, un hombre de ciencia, un escritor brillante, un pensador profundo, un políglota, un viajero inatajable y un empresario frustrado, un soñador de realidades y de utopías.
De Simón Rodríguez se ha escrito bastante, en su tiempo y también con posterioridad: biografías, historias, novelas, ensayos, tesis, desde cuando viajaba por el viejo y el nuevo mundo, enseñaba en todas partes y escribía en variados lugares. Los escritos del maestro van de la apología a la denigración, del infundio a la verdad. Bolívar lo colma de elogios; Sucre dice de él “tiene la cabeza de un fraile aturdido, una cabeza alborotada en las ideas extravagantes”; Lastarria lo ve con “extravagancia de sus formas y de sus hábitos” que le dan una originalidad que le alejaba de las adhesiones, que vestía como los artesanos”.