Enfrentamos un entramado que pretende reinstaurar jerarquías de raza, sexo, género, cuerpo, orientación sexual y fe como si fueran destino natural, una manera normal de existir
Manuel Antonio Velandia Mora
El radicalismo no surge del vacío: se alimenta del miedo a perder poder simbólico, económico, político y cultural. Un miedo que sienten esas “mayorías” que han estado históricamente en el centro del poder y que hacen hasta lo imposible por seguir allí.
En lo religioso, ese radicalismo se manifiesta cruzando la fe y las espiritualidades con la negación de los derechos de las personas de los sectores sociales, orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género y cuerpo no hegemónicas, OSIGCNH. Los discursos de odio, de silenciamiento y exclusión frente a nosotros/æs no son nuevos; lo que ha cambiado en este siglo XXI es la sofisticación de esas narrativas de negación, que se presentan como “verdades” inapelables mientras niegan nuestra humanidad.
Recientemente ha cobrado fuerza en Estados Unidos un radicalismo “blanco”, mezcla de nacionalismo étnico, conservadurismo extremo y supremacía blanca. No se trata solo de apoyar a Trump, sino de adherirse a la visión de “hacer grande otra vez a América”: es decir, restaurar un orden social en el que los hombres blancos, heterosexuales, cisgénero y cristianos ocupaban el centro absoluto del poder.
El universo MAGA
Make America Great Again, MAGA, (Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande) se presenta como un movimiento político conservador, pero en realidad es un proyecto cultural que normaliza la exclusión. Aun cuando hay personas de los SS LGBT que se identifican con MAGA, su relación con los derechos de nuestros SS está atravesada por la nostalgia de un país “mejor” cuando las minorías raciales, sexuales y de género estaban más sometidas.
En esa nostalgia, la “grandeza” se asocia con lo blanco y lo masculino-heterosexual- como norma dominante. Aunque no todo MAGA se declara supremacista, sus discursos y políticas reproducen la lógica de la supremacía blanca: control migratorio restrictivo, negación de la justicia racial, rechazo a la memoria de la esclavitud y del racismo estructural.
La blanquitud se convierte aquí en una identidad política: no solo un color de piel, sino una posición de privilegio amenazada por la diversidad étnica (sobre todo la de migrantes económicos), sexual y cultural. Este radicalismo blanco converge con los movimientos anti-género: no se limita a la raza, también busca excluir las “diversidades” sexuales, de género y de cuerpos.
Dentro del universo MAGA hay tensiones con lo LGBT: Algunos/as creen que “ya se ha logrado suficiente” en igualdad y que no hay que avanzar más. Otros/as rechazan lo queer y las expresiones de género no normativas, a las que llaman “radicales”. Hay quienes dicen apoyar a personas trans adultas, pero niegan derechos a la niñez y adolescencia trans, inventando la idea de una supuesta “hormonización masiva” que no existe legalmente.
Lo cierto es que, en su práctica, muchos/as MAGA terminan más cerca de los radicalismos anti-LGBT que de los derechos de las personas de los SS OSIGCNH. En última instancia, su proyecto es restaurar la familia nuclear blanca, heterosexual y cristiana como núcleo social ideal, negando cualquier avance feminista, LGBT o intercultural.
Silenciamiento de los radicalismos cristianos
Estos radicalismos afinan sus estrategias según el terreno y la coyuntura política. Entre sus banderas más usadas están: “Ideología de género”: construida como amenaza a la familia, la religión y la nación. Se usa contra la educación sexual, el matrimonio igualitario y los derechos trans. “Defensa de la familia”: excusa para negar la existencia de familias no heteronormativas y exigir al Estado la protección exclusiva del modelo heterosexual.
“Protección de la infancia”: recurso para difundir la mentira de que hablar de diversidad sexual en la escuela equivale a hipersexualizar o confundir a la niñez. “Libertad religiosa”: invocada como derecho a discriminar en nombre de creencias, especialmente en salud, educación y servicios.
“Orden o ley natural”: argumento biologicista para negar identidades no hegemónicas y reducir la existencia a “dos sexos” y “un modelo legítimo de pareja”. “Agenda gay/LGBT”: la fantasía de un complot para imponer valores “antinaturales” en educación y cultura.
Radicalismos cristianos y universo MAGA
Esta relación se articula en tres planos: Ideológico: comparten en su matriz anti-género y anti-diversidad sexual LGBT la defensa de la familia “natural” y “normal” heterosexual y la negación de los derechos sexuales reproductivos y no reproductivos, eje de sus discursos de odio.
Político: en EE. UU., el MAGA se articula con sectores evangélicos y católicos radicales que buscan reinstaurar un orden “cristiano blanco”. En América Latina y España, iglesias y partidos ultraconservadores —Vox en España, sectores evangélicos en Brasil y Colombia, partidos confesionales en Centroamérica— se convierten en actores que frenan la inclusión con leyes restrictivas contra el aborto, la educación sexual, los derechos trans, el matrimonio igualitario y las adopciones homoparentales.
Transnacional: hay una circulación de narrativas, recursos y liderazgos. Think tanks (“centros de pensamiento conservador” o más correctamente “laboratorios de odio disfrazados de ideas”) y redes ultraconservadoras que exportan su agenda anti-género hacia América Latina y España. Los discursos MAGA se traducen: en América Latina con lenguaje bíblico que niega otras espiritualidades.
Relación directa
El MAGA funciona como referente simbólico: muestra que un discurso racista, anti-género y nacionalista puede conquistar y sostener el poder. Los radicalismos cristianos en América Latina y España se nutren de esa narrativa, adaptándola a sus claves locales: la patria, la fe, la familia, la tradición.
Se construye una internacional reaccionaria que disfraza odio y exclusión como defensa de “valores universales no negociables”. Se trata de lo mismo de siempre: la restauración de jerarquías patriarcales, raciales y heterosexuales que buscan negarnos la palabra, el cuerpo, la vida. Pretenden reinstaurar las jerarquías de raza, sexo, género, cuerpo, orientación sexual y fe como si fueran destino natural.