El artista costeño se dio a conocer como narrador con el éxito de sus novelas En Noviembre Llega el Arzobispo y Respirando el Verano, consideradas por la crítica como antecedentes del llamado realismo mágico
Guillermo Linero Montes
Héctor Rojas Herazo (1921-2012) fue también un consolidado pintor que, junto a sus contemporáneos como Enrique Grau, en Alejandro Obregón y Rufino Tamayo, compartió el hallazgo de la importancia del trazo proveniente tanto de la espontaneidad de los impresionistas, en los fauvistas, como de la racionalidad de los abstraccionistas.
Del abstraccionismo de Cézanne, Rojas Herazo asumió una perspectiva formal; aunque en su caso con paleta terrosa. De la influencia de Picasso, Rojas Herazo adoptó ciertas formas cuboides. Sin embargo, a diferencia de buena parte de los pintores de aquella época ─enceguecidos por los logros de los artistas europeos─, Rojas Herazo mantuvo el foco de su interés plástico en los objetos, las cosas y los seres de su propia aldea. En efecto, en las obras del artista toludeño están las mulatas, las frutas y los temas que nos caracterizan en calidad de región.
Y qué decir de su poesía, que, en el contexto de los autores de su época, muestra tanto el aprecio del poeta por la forma del soneto, como su distracción de la rima y del número de sílabas del verso. También asume su distanciamiento del llamado lenguaje literario, evitando el uso de excesivas figuras de dicción. En su lugar, Rojas Herazo se inclina, con destrezas retóricas, hacia el coloquialismo, aunque sin caer en el folclorismo. El bello poema Verano es claro ejemplo de ello y del clima que atraviesa su obra entera:
VERANO
Me iré de mañana
y buscaré un color lila sobre el campo
y me detendré bajo un árbol grande
a contarme,
hasta lograr sumas musicales,
los diez dedos de mis manos.
Y miraré las hormigas royendo un zapato
mientras los saltamontes
fabrican, élitro por élitro,
el zumbido del día.
Estas virtudes de Rojas Herazo no se han perdido; no obstante urge volver a ellas. Al igual que ocurre con escritores como Germán Espinosa y R. H. Moreno Durán, su prosa rompe fronteras y ─si se me permite decirlo con esta grandilocuente manera─ suple nuestra necesidad de lectores y la del mundo entero.
El maestro Héctor Rojas Herazo se distinguió por mantenerse al margen de aquellos escritores del realismo mágico ─en particular de Gabriel García Márquez─ y del llamado boom latinoamericano, con figuras como Vargas Llosa y Julio Cortázar, pues estos entraron al mercado del arte o a lo que él llamaba por la significancia particular de este extranjerismo: al marketing.
A Héctor Rojas Herazo hay que repasarlo en todas sus vertientes, porque su obra ─ya sea pictórica, poética o narrativa─ contiene el relato de una época concreta, los paradigmas del oficio de escribir y, especialmente, el ejercicio de una crítica social, como corresponde al arte si reconocemos que este no solo debe ocuparse de las emociones y de las experiencias unipersonales ─casi siempre revestidas de espiritualidad─, sino que además debe cumplir una función social. La obra de Rojas Herazo está perfilada con esa intención.
Este compromiso se hace visible en su poema Menester que lo ilustra con bastante lucidez:
MENESTER
Por lo tanto medito las huelgas,
me rasco los riñones,
devoro montones de basura con mi olfato.
Otro tanto las guerras, los heridos
que bailan dulcemente en los periódicos,
en sus islas de tinta,
los hombres que bostezan en los parques,
el niño sin nacer
que llora, perfumado, en mi pañuelo.
También los orinales en la tarde,
oliendo con la muerte de los vivos.
Todo esto es mi negocio, redondo y exclusivo,
lo que ocupa mis sueños y mis ojos.