domingo, julio 13, 2025
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Precarización laboral juvenil

La tasa de desocupación juvenil, ya de por sí más alta que la de adultos, alcanza niveles aún más elevados en las mujeres jóvenes. Se suman que, en el sistema capitalista, el cuidado del hogar y la crianza no son reconocidos ni remunerados. Las desigualdades de género en el ámbito laboral deben ser eliminadas

Alejandra Cárdenas

La situación del empleo juvenil en Colombia refleja las contradicciones internas del sistema capitalista. La creciente precarización laboral golpea con fuerza a jóvenes entre los 18 y 28 años ─la plenitud de su capacidad productiva─, quienes no encuentran oportunidades de trabajo digno. Este fenómeno no solo afecta su estabilidad económica, sino también su salud mental, limita su capacidad de proyectar un futuro y, en muchos casos, la posibilidad de construir un proyecto de vida con sentido.

Lejos de una coyuntura pasajera, estamos frente a un síntoma estructural del modelo de acumulación capitalista, que necesita mantener una reserva de mano de obra excedente y disponible, dispuesta a emplearse en condiciones de alta inestabilidad y bajos salarios. La promesa liberal de libertad y oportunidades para todos queda desmentida cuando miles de jóvenes, con su fuerza de trabajo lista para ser vendida, encuentran cerradas las puertas del mercado laboral.

De acuerdo con el artículo Análisis-Desempleo juvenil en Colombia: ¿hacia dónde va el mercado laboral?, de la Universidad de Manizales (2024), existe una profunda desconexión entre las competencias adquiridas en el sistema educativo y las demandas reales del mercado. Los jóvenes terminan desempeñando trabajos que no corresponden a su formación, por debajo de sus niveles de cualificación y expectativas personales, lo que profundiza su frustración y su exclusión.

Según cifras del Dane (2024), la tasa de desempleo juvenil alcanzó el 17,8 %, notablemente superior a la tasa general de 9,7 %. A esto se suma el preocupante dato de que el 22,8 % de jóvenes entre 15 y 28 años ni estudian ni trabajan, es decir, más de 2.5 millones de jóvenes están por fuera del circuito productivo formal.

Desigualdad de género: el rostro oculto de la explotación

La crisis laboral juvenil, además, tiene un rostro de género. El informe más reciente del Dane (2025) muestra una brecha persistente: mientras la tasa de desocupación masculina fue del 7,4 %, la de las mujeres alcanzó el 12,4 %. No es casual. La historia del capitalismo ha relegado sistemáticamente a las mujeres al ámbito de la reproducción, naturalizando su exclusión del trabajo asalariado formal. Esta división sexual del trabajo, denunciada por autoras como Silvia Federici (2004), responde a una lógica de acumulación que necesita del trabajo gratuito de reproducción social ─crianza, cuidados, alimentación─ para sostenerse, sin reconocerlo ni remunerarlo.

La feminización de la pobreza no es solo un dato estadístico, sino el resultado de una estructura que necesita precarizar más intensamente a las mujeres, convirtiéndolas en mano de obra aún más vulnerable, negándoles su derecho a ser sujetas trabajadoras. En este sentido, como señala Federici, cobra relevancia la noción de “contrato sexual” como un pacto histórico en el que las mujeres son reducidas a máquinas de reproducción explotadas, en una relación cómplice con la lógica de acumulación capitalista.

Precarización laboral

La precarización laboral juvenil es, entonces, mucho más que una consecuencia indeseada, es una condición funcional al capitalismo contemporáneo. Los empleos temporales, sin contrato, sin seguridad social ni posibilidades de organización sindical, son formas de flexibilización que desarticulan la lucha colectiva por los derechos laborales. Esta realidad afecta de manera directa a la juventud trabajadora, que se encuentra atrapada en un presente sin garantías y un futuro sin horizonte.

La lucha por condiciones dignas de trabajo para la juventud no puede reducirse a propuestas técnicas. Se trata de una disputa política y estructural que exige reconocer a la clase trabajadora joven como sujeto social con derecho: a la estabilidad, a la organización y a construir un proyecto de vida con sentido.

Lo anterior exige repensar el sistema en su conjunto, denunciar las relaciones de explotación que lo sostienen. La transformación radical que se requiere no puede dejar por fuera ni a las mujeres, ni a los jóvenes, ni a quienes han sido históricamente excluidos de estas lógicas.

Hoy más que nunca, se necesita una reforma profunda que enfrente de raíz las desigualdades de clase y género, y que ponga en el centro la vida digna, por encima de las imposiciones del capital.

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