Redacción Internacional
Entre 1926 y 1874, Portugal padeció la dictadura más larga que haya vivido país alguno en Europa, instaurada tras un golpe militar contra un gobierno políticamente inestable. En desarrollo de ese régimen autoritario, en 1932, el dictador Antonio Oliveira Salazar fundó “el Estado nuevo”, un régimen de inspiración fascista sostenido por tres pilares: la censura, el partido único y la policía política.
La Policía Internacional y de Defensa del Estado, Pide, ─que torturaba y asesinaba a opositores─ fue el principal instrumento represivo de la dictadura, durante la cual hubo treinta mil presos políticos. Entre los opositores ejecutados figura el general Humberto Delgado, asesinado de un disparo en la cabeza en España.
En el imaginario colectivo quedaron los recuerdos de los opositores encarcelados, condenados o deportados al exilio, como Mario Soares, futuro fundador del Partido Socialista y presidente de la República entre 1986 y 1996. Gravemente enfermo y al borde de la muerte, Oliveira Salazar cedió el poder a Marcelo Caetano en 1968.
Revuelta de los coroneles
En ese momento, el país enfrentaba una grave crisis económica, agravada por las guerras de desgaste frente a sus colonias en África, situación que indignaba a amplios sectores de la sociedad portuguesa y sirvió de antesala para la caída de la dictadura.
Más de una década de intervención colonial en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau, que desataron guerras de liberación en esos países africanos, configuraron un escenario de indignación en las nuevas generaciones de soldados portugueses, que culminaron con la llamada ‘revolución de los coroneles’, partidarios de una solución pacífica y no militar en el continente africano.
El 25 de abril de 1974, el movimiento de los capitanes, o de los coroneles, formado por militares que fueron entrenados y participaron en las guerras coloniales, hastiados de tanta injusticia y sometimiento a pueblos enteros, terminó liquidando el régimen dictatorial portugués, que ya estaba agotado.
Menos de 24 horas
Los militares rebeldes se lanzaron a las calles en sus propios vehículos de transporte de tropas, utilizados en las guerras coloniales. En los cañones de los tanques y en los de los fusiles, los soldados pusieron claveles rojos, una flor de temporada que les fue ofrecida en forma espontánea por las gentes que también salieron a las calles a aplaudirlos. Este gesto se convirtió, finalmente, en el símbolo de la revuelta, que terminó siendo llamada ‘la revolución de los claveles’.
Era época de primavera, en las tiendas y en los puestos callejeros abundaban los claveles rojos. La gente los compró y replicó el gesto de los soldados que terminaron con sus armas llenas de claveles. En Lisboa, los insurgentes ocuparon la radio estatal, la televisión y el aeropuerto, en medio del aplauso de la población. El golpe militar duró menos de 24 horas y dejó un saldo de cinco muertos.
Las calles de Lisboa y otras ciudades de Portugal, este año, estuvieron colmadas de miles de personas jubilosas, que celebraron el regreso a la democracia hace cinco décadas. “25 de abril ¡siempre! Fascismo nunca jamás”, fue el grito que millones de gargantas gritaron en esta ocasión, confiando en un futuro mejor para sus hijos.