Los representantes del poder real en Estados Unidos ven en los estudiantes y docentes progresistas, y en la misma institución universitaria, a un enemigo estratégico
Alberto Acevedo
En su discurso inaugural de la Conferencia Nacional del Conservadurismo, celebrada en noviembre de 2021 ─preludio de lo que han sido ahora los foros internacionales de los grupos de extrema derecha─, el actual vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, afirmó categóricamente: “Las universidades son el enemigo”. Aspiraba, en ese momento, a una curul en el Senado, lejos de imaginarse que hoy sería el segundo al mando en el despacho oval de la Casa Blanca.
En una circular interna, el jefe de la diplomacia norteamericana, Marco Rubio, ordenó el 27 de mayo pasado a las embajadas y consulados de su país no conceder, a partir de ese momento, “ninguna visa de estudiante o de intercambio cultural, hasta que se emitan nuevas directrices”.
También la jefe del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Kristi Noem, emitió directrices internas a la totalidad de universidades públicas y privadas del país, suspendiendo los convenios de colaboración y de intercambio académico de las universidades norteamericanas.
Harvard en la mira
Por su parte, el presidente Donald Trump anunció la intención de su administración de no entregar una visa más de estudiante para ninguna universidad de su país y dispuso la deportación de algunos estudiantes que, en semanas anteriores, participaron en protestas contra el genocidio en Gaza.
De generalizarse las deportaciones de estudiantes extranjeros, podría estar entre ellos la princesa Isabel de Bélgica, heredera del trono y futura reina de su país, que ha cursado ya varios semestres en Harvard.
Trump arremetió contra la Universidad de Harvard, a la que acusó de ser un foco de antisemitismo y progresismo, y no disimuló su disgusto por la negativa de las directivas del alma mater a entregar a su administración listas de matriculados, fotos y videos de las jornadas de solidaridad con el pueblo palestino, y tampoco revelaron la naturaleza de algunos de los contratos de intercambio académico con otros centros docentes en el mundo.
La administración de Trump anunció su disposición de cancelar todos los contratos con la universidad de Harvard, estimados en unos cien millones de dólares. Así mismo, canceló más de 2.200 millones de dólares en aportes federales, en su gran mayoría dirigidos a la investigación científica. El anuncio desató nuevas protestas estudiantiles.
Neomacartismo
Harvard no es la única universidad amenazada. Hay otras sesenta instituciones universitarias que, en este momento, están en el ojo de investigaciones federales; han visto suspendida su financiación o están bajo escrutinio por diversas razones. Según Trump, el objetivo de estas sanciones es combatir el antisemitismo, restaurar el rigor intelectual y erradicar lo que sus asesores denominan la ‘captura ideológica’ en la que han caído.
¿Por qué tanta saña contra las universidades? ¿A qué le teme el imperio? Recordemos que hay ya analistas que ponen en duda la cordura del mandatario norteamericano. Habría que ver. Pero, en este caso, Trump no actúa improvisadamente, ni está solo. Lo hace como una especie de abogado del diablo, como un operador de una elite de magnates del petróleo, fabricantes de armas, financistas y dueños de los grandes medios de comunicación, que ven en el pensamiento progresista de las universidades a un enemigo estratégico.
La reciente ola de protestas en las universidades norteamericanas, contra el genocidio en Palestina y el arrasamiento de Gaza, no solo se erigió en tribuna de solidaridad con la causa palestina. De paso, desnudó la complicidad de las elites norteamericanas con el negocio en Gaza y su principal responsable, el señor Netanyahu, aliado incondicional de la administración norteamericana ─la actual y la pasada─ en el Oriente Próximo.
Enemigo estratégico
En tales condiciones, los representantes del poder real en Estados Unidos ven en los estudiantes y docentes progresistas, y en la institución universitaria, a un enemigo estratégico. Como dijo un comentarista, “un riesgo para el orden semiótico que reproduce la obediencia”.
Hoy el gobierno de Trump desata una brutal ofensiva contra el pensamiento crítico, la ciencia libre y los espacios de emancipación del conocimiento que aún resisten en los campus universitarios. No es una exageración lo que dice el comentarista arriba citado: estamos ante una guerra semiótica total contra la inteligencia social organizada.
Con razón expresó Marcela Junguito, en Portafolio, 29 de mayo de 2025: “Es una señal clara de que la desconfianza hacia el conocimiento, la diversidad y el pensamiento crítico se está afincando en los mayores núcleos de poder. Hoy vemos cómo se castiga a una de las universidades más prestigiosas del mundo por ser un espacio abierto a la diferencia, el disenso y la formación global. Es decir, por ser una Universidad, con mayúscula”.
Mejor un fontanero que un Nobel
Según el analista Juan Torres López, “Harvard es una especie de diosa del Olimpo. Es la universidad más antigua de Estados Unidos y está habitualmente entre las cinco mejores del mundo y la primera en algunos rankings. Es además la más rica. En 2024, su presupuesto fue de 6.500 millones de dólares”.
Es la universidad que más premios Nobel ha atesorado, bien porque los hayan alcanzado egresados de alguna de sus disciplinas académicas, o porque galardonados de reconocido prestigio han ido a parar a sus aulas a dictar cátedra. En total, son 162 premios Nobel los que han pasado por sus salones de clase.
Pero en un derroche de estulticia, la Casa Blanca dijo en un comunicado que no va a seguir financiando estos programas científicos, que han dado renombre a Estados Unidos y contribuido a su posicionamiento como primera potencia en el mundo. Por instrucciones de su presidente, esos recursos serán redirigidos a centros de formación de electricistas y fontaneros. ¡Esta es la catadura de los nuevos gobernantes ultraconservadores de Estados Unidos!