lunes, julio 28, 2025
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Palabra itinerante: Mediterráneos

La persecución, la violencia y el desprecio contra la gente que arriesga la vida, que la juega al cara y sello para intentar saltar los muros en patera o en tren, es una revictimización de las víctimas.

Foto: Raices inmigrantes: Derechos inmigrantes via photopin (license)
Foto: Raices inmigrantes: Derechos inmigrantes via photopin (license)

Jaime Cedano Roldán

“El tren lluvioso de la sangre suelta / el frágil tren de los que se desangran, / el silencioso, el doloroso, el pálido / el tren callado de los sufrimientos”.

Pareciera que el poeta de Orihuela, Miguel Hernández, le cantara en su poema “El tren de los heridos” al que, con racimos de inmigrantes en el techo, va arrojando cadáveres a la carrilera en su camino hacia esa ilusión llamada Estados Unidos. La bestia o el tren de la muerte, como también se le conoce, es como una larguísima patera, esas destartaladas embarcaciones que día a día siguen tiñendo de rojo el mar Mediterráneo. Es escalofriante encontrar las similitudes en las historias de los inmigrantes que al sur de Europa o del río Grande buscan en forma desesperada y arriesgada encontrar un camino a la ilusión.

Se enfrentan a todos los peligros en recorridos de miles de kilómetros antes de llegar a las selvas del Darién o a orillas del “mar en medio de las tierras”. Largos caminos plagados de mafias, bandas criminales o policías corruptos a los que tienen que eludir en las sombras o pagarles cuotas ilegales. Las razones para enfrentar los riesgos son las mismas. Huyen de guerras y violencias.

Intentan dejar atrás la miseria y la ausencia de oportunidades o las persecuciones políticas, religiosas u homofóbicas y se estrellan contra unas fronteras amuralladas cual fortalezas, muros de hormigón, rocas insensibles a las que no les importa qué historia particular pueda existir detrás de cada hombre o mujer inmigrante, de qué huye, quién lo persigue o quiénes han provocado la diáspora. Pero no hay que ser un gran analista para saber quiénes son los culpables: los que han provocado las guerras, los que han generado la miseria y sostenido a dictaduras y regímenes violentos. Los mismos que en la frontera los rechazan.

La persecución, la violencia y el desprecio contra la gente que arriesga la vida, que la juega al cara y sello para intentar saltar los muros en patera o en tren, es una revictimización de las víctimas. La salida no puede seguir siendo el cerramiento de las fronteras, y las políticas dirigidas a militarizar los caminos solo harán que las rutas alternativas sean de mayor riesgo y signifiquen mayores ingresos para las mafias, bandas y corruptos.

Una de las soluciones tendría que ser la regularización de las entradas, respetar el derecho al asilo y, sobre todo, desactivar los polvorines económicos, políticos y sociales que las potencias generan en los países periféricos. Y acabar con la hipocresía que los lleva a decir que lamentan las muertes del Mediterráneo y luego prohibir, como prohibieron en Sevilla (España) una concentración de dolor y protesta alegando el gobierno que no era una motivación ni grave, ni extraordinaria. Tiempo es de tumbar todos los muros.

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