La apuesta por un partido político unificador de la izquierda y los sectores revolucionarios, así como la posibilidad de avanzar a un frente amplio, con potencia y capacidad para vencer la contienda electoral en el 2026, garantizando profundizar los cambios, constituye la táctica actual de los sectores comprometidos con la paz y la democracia
Pietro Lora Alarcon
@plalarcon
Este proceso de unidad, es en particular, el centro de la táctica de los comunistas en la coyuntura colombiana. El carácter revolucionario de la unidad como táctica para derrotar un régimen político estrecho y de uso frecuente de la violencia, tiene arraigo y se funde con las experiencias populares organizativas a lo largo de más de un siglo. En ellas hay personalidades, partidos, clases y movimientos sociales, que han jugado roles determinantes.
Recordemos la política unitaria que, por ejemplo, condujo en los años 30 del siglo pasado a la creación de la Confederación de Trabajadores de Colombia – CTC, en alianza con sectores liberales progresistas, y también de la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria -UNIR-; dando un buen salto en la historia, en 1972 surgió la Unión Nacional de Oposición – UNO –, o incluso, se puede mencionar a la Unión Patriótica – UP, que nace en 1985 como resultado de una convergencia popular, o al Frente Social y Político surgido en 1999, así como otras más recientes. Por eso, el Pacto Histórico no es un invento extraño dentro del proceso político, sino el resultado del desarrollo de esa experiencia en las condiciones actuales.
En este contexto hay un factor esencial, que consiste en que el PH como realidad política dialoga, convive y aprende de otras propuestas orgánicas, que han tomado la fisionomía de partidos, movimientos o frentes en América Latina y el Caribe.
Experiencia de América Latina
Partidos como el Partido de los Trabajadores de Brasil – PT- el Movimiento de Regeneración Nacional- Morena- de México, o el Frente Amplio de Uruguay, hoy son gobierno y cuentan con estructuras y experiencias legislativas y administrativas que desafían las orientaciones de la estructura hegemónica de poder internacional.
Dimensionar este factor es fundamental. Los partidos políticos, como organizaciones que agrupan clases o segmentos de clase, en la lección de F. Engels, pero también los movimientos surgidos por el protagonismo de actores de extrema importancia, como los indígenas en el contexto regional, han sido vigilados, tutelados, estigmatizados, ilegalizados o imposibilitados de ejercer su actividad de conformidad con su adecuación o contestación a la estructura política dominante. Los umbrales, el control de los medios y plataformas de comunicación y el poderío económico-militar, generaron desde sistemas bipartidarios hasta la falsa pluralidad.
Mas allá de lo formal
La cuestión no es de estatutos o programas. Prácticamente no hay partido, histórico o reciente, incluso con matrices ideológicas distintas, que no declare su compromiso con la soberanía nacional o la dignidad humana. El conflicto surge cuando su acción se muestra en consonancia con esos principios, lo que significa una confrontación con un sistema de libertad vigilada y derechos sociales abandonados.
Por eso, la conformación de una agrupación política como el PH lastima a la derecha, y no solo a la nacional. El paso a la condición de partido lo distancia de ser un accidente o una eventualidad, comenzando a ser observado como fuerza capaz de contribuir a la modificación de algo más allá de la relación de Colombia con los E.E.U.U.
Si el PH materializa suficiente capacidad orgánica para canalizar las expectativas de diversos sectores populares, con un contenido programático de clase, y coloca el internacionalismo que condena guerras imperiales, genocidios y violaciones a la soberanía económica como centro de su acción, se torna, al lado de otros partidos con iguales prioridades, en parte del motor de desequilibrio en la correlación de fuerzas regional.
Movilización y gobernabilidad
Tanto la derecha nacional como la internacional y el propio gobierno de los EE.UU., más que intuir, conocían el carácter que probablemente tendría el gobierno de Petro. Por eso, desde mayo del 2022 comenzaron los intentos desestabilizadores.
Generar la falsa sensación de incertidumbre económica y de constantes fracasos, agredir moralmente, propagar rumores llamando a la insubordinación militar y, más recientemente, protagonizar el grotesco espectáculo de la dupla de un exministro y la representante del Grupo Gilinsky en Colombia, dueño de Semana, de pedir auxilio directo a miembros del congreso norteamericano, para de una vez por todas implementar una salida que recomponga el país en favor de sus privilegios, hace parte del repertorio de la derecha.
Pero la cuestión es más compleja. Los llamados “golpes blandos”, que combinan tales prácticas, requieren un tejido multifactorial mucho más políticamente denso y al mismo tiempo cínico. Hay que “quebrar la institucionalidad con legitimidad y constitucionalidad”. Y el problema para un “blandigolpista criollo” es que Petro no se sujetó ni se limitó a hacer acuerdos para asegurar la gobernabilidad, sino que mantuvo permanentemente el llamado a la movilización, propone una constituyente y busca espacios a la participación popular directa en las decisiones.
El Pacto Histórico ciertamente aún no tiene el mando estructural de un gobierno como el del PT brasileño, que actúa como una confederación al lado del Partido Comunista – PCdoB; tampoco la solidez de MORENA o del Frente Amplio uruguayo, protagonistas, sin duda, de procesos merecedores de análisis más exhaustiva, pero entra en la juntanza, contribuyendo regionalmente a un acumulado histórico regional prepositivo, que tiene, en el Foro de Sao Paulo, un escenario importante. No es poco, por el contrario, es reconfortante y juega en la lucha política nacional e internacional.