El uso mediático del ataque contra el senador y precandidato, Miguel Uribe, revela bajeza moral y desesperación por recuperar la iniciativa política
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Han pasado poco más de dos semanas desde el atentado contra Miguel Uribe Turbay y el senador sigue luchando por su vida en una UCI de la Fundación Santa Fe, en Bogotá. Desde entonces se han visto toda suerte de escenas que reflejan en buena medida el tono con el que se expresa la política en Colombia en la actualidad.
A través de los medios corporativos de comunicación y de las redes sociales, los colombianos hemos podido apreciar no solo los detalles minuto a minuto del avance de la investigación, sino también el uso más oportunista posible de este gravísimo hecho por parte de los políticos de la derecha, ahora en campaña presidencial. Mientras tanto, los medios se frotan las manos al utilizar las más bajas estrategias para apelar a los sentimientos del público y ganar audiencia.
Atentado espectacular
En términos precisos, el ataque contra Uribe Turbay fue un atentado espectacular, es decir, pensado y ejecutado para convertirse en un espectáculo mediático. Ello, por supuesto, lleva a cuestionar si la motivación real era atacar a la persona de Uribe en sí y a pensar que el propósito, fuera cual fuera el resultado, era utilizar políticamente el hecho. Es decir, la víctima podría haber sido cualquier otro candidato, se trataba de provocar revuelo y obtener réditos políticos.
Claramente, los precandidatos de la derecha ─con la honrosa excepción de David Luna, hay que decirlo─ se han dedicado los últimos días a sacarle el máximo provecho mediático y político al atentado. En redes se comenta con ironía que la entrada de la Fundación Santa Fe se convirtió en la sede de campaña de candidatos como Vicky Dávila, quien desde el primer día no ha dudado en señalar al presidente Gustavo Petro como el responsable político del hecho.
Vicky Dávila merece un capítulo aparte, pues la experiodista ha llevado la exacerbación y desinformación al máximo nivel. Sin ofrecer ninguna evidencia, declaró que un oficial activo de inteligencia le había informado que existía un plan de las disidencias del EMC contra otros candidatos como ella y María Fernanda Cabal. Que Dávila convierta un hecho tan grave como el atentado en algo sobre ella, revela la bajeza moral a la que ha llegado el debate político en Colombia.
Como buitres
Varios aspectos del cubrimiento mediático de las últimas dos semanas deben llamar a la reflexión. Uno de los lugares más importantes donde se construye el relato de país son los medios de comunicación y, en ese relato, los políticos son protagonistas importantes.
Por ello, la cobertura mediática dice mucho del país pero también de quienes lo narran, tanto periodistas como políticos. Lo visto a propósito de este episodio ha sido la renuncia definitiva de unos y de otros a cualquier límite que les imponga unos mínimos de responsabilidad con el país.
Esta irresponsabilidad se revela en análisis tan pobres ─o malintencionados, como se vea─ como los de Humberto De la Calle, quien en Caracol sostuvo sin sonrojarse que la violencia de los años 80 y 90 no fue política, sino delincuencial. Según De la Calle, la violencia actual es más grave porque antes se sabía quién apretaba el gatillo mientras hoy no. Eso sí, el exvicepresidente afirma estar seguro de que el atentado tuvo móviles políticos. ¿No sabe quién fue, pero sí sabe por qué fue? No se entiende. Por supuesto, ningún periodista le hizo alguna contrapregunta al respecto.
Además de personajes como Dávila, De la Calle o Paloma Valencia, tal vez la postura que mejor revela el papel de carroñeros que han tenido muchos ha sido la de un gris opinador uribista de apellido Prado. En su última columna en El Espectador, este señor tuvo la ocurrencia de proponer que, en caso de muerte de Miguel Uribe, su esposa debería asumir como la sucesora en la carrera presidencial.
Semejante nivel de oportunismo ─y de desconexión con el mundo─ solo demuestra que sus lloriqueos en redes y en medios frente a la Fundación Santa Fe han sido solo una pantomima.
El problema del tono
El argumento que esgrimen quienes responsabilizan al presidente Gustavo Petro por el atentado es que su “tono incendiario” y el “odio que siembra en la sociedad colombiana” desembocaron en el intento de asesinato. Inmediatamente, todos salieron a llamar a la templanza, a la moderación del lenguaje y a calmar los ánimos. Lo contradictorio es que lo hacían en medio de gritos, descalificaciones y ─esas sí─ expresiones de odio.
La llamada “Marcha del Silencio” del domingo 15 de junio ─nombre copiado de la manifestación convocada por Gaitán en 1948 para pedir la paz─ puso en evidencia que no hay límites para explotar políticamente el legítimo sentimiento de miedo que cunde hoy en muchos colombianos. Lo que se convocó como una expresión de solidaridad con Uribe Turbay y su familia, se convirtió en una catarsis colectiva de quienes siguen aferrados a la falsa idea de que Colombia se va por el barranco.
Si lo que querían era llamar a la calma, lo visto en la marcha fueron agresiones contra periodistas de RTVC, manifestaciones de odio contra el Gobierno y exacerbación de las más bajas pasiones. Claramente, aquí no se trata de Miguel Uribe, nunca se ha tratado. El atentado ha sido la mejor oportunidad de la derecha para intentar recuperar la iniciativa política, imponer el discurso y debilitar al Gobierno.
Réditos políticos
Queda abierta la pregunta sobre si efectivamente esta estrategia funcionará de cara a 2026. Lo que hemos visto en estos días es que, mientras la derecha ─sus a través de sus voceros y medios─ se esfuerza por instalar el miedo para llevar la discusión pública hacia el tema de la seguridad, el Congreso de la República aprueba finalmente la reforma laboral. Al mismo tiempo, la Plaza de la Alpujarra en Medellín se llena con miles de paisas para celebrarlo y el presidente deroga el decreto de convocatoria a la consulta popular para anunciar que llamará al pueblo a decidir sobre una Asamblea Constituyente.
Es el problema de no tener discurso ni proyecto de país. El miedo puede ser efectivo a corto plazo, pero luego se disipa, más aún en un país como el nuestro que se encamina hacia un mejor vivir. Por eso, ahora la disputa más urgente es la del miedo, la de no dejarnos atemorizar y construir con optimismo en la voluntad un mejor país para todos, que incluya a quienes nos regalan terror para vendernos seguridad.