El juicio y castigo a los militares en Argentina estableció que no se puede equiparar la potencia represiva del Estado con la resistencia irregular de las guerrillas. ¿Cómo el sionismo argentino echa mano de la narrativa de los “dos demonios” para silenciar el genocidio en Palestina?
Diana Carolina Alfonso
@DianaAlfonso91
Sobre los años 90 el peronismo estatista dio un giro eminentemente neoliberal con Carlos Saul Menem, el turco (1989-1999). En su gobierno, el 18 de julio de 1994 una bomba explotó en la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA. 85 personas fueron asesinadas y un antiguo pacto social entre dos grandes bloques migratorios se quebró para siempre.
El crisol de razas
El ‘crisol de razas’, emblema de una nación migrante, permitió mínimos de coexistencia desde el siglo XIX entre los exiliados de la pobreza y de la guerra europea. Al país también llegaron los exiliados de las guerras que dejó la repartición inglesa de Oriente Medio con los tratados de Sykes-Picot (1916) y Balfour (1917). No importando si provenían de Siria, Líbano o Palestina, todos tuvieron que emigrar por Turquía y fueron marcados en Argentina como turcos.
La preponderancia de la comunidad judía ─en adelante la comunidad─ como corporación internacional fue, sin embargo, diseñada muchos años antes de las guerras del siglo XX. En 1896, Theodorl Hertz escribió que Argentina era “uno de los más fértiles de la tierra, de inmensa superficie, población escasa y clima templado”, en el texto fundacional de la ideología sionista “Der Judenstaat”, bajo el epígrafe “¿Palestina o Argentina?”.
“La guerra nos unifica”
Argentina contiene la mayor población judía del continente. Se estima que entre 185 mil y 220 mil personas son practicantes o descendientes laicos del judaísmo, y cuentan con una gran influencia en la alta burguesía comercial y en la pequeña burguesía intelectual. Actualmente buena parte del arco comunicacional es conducido por la comunidad.
Entendiendo que la instrumentalización del dolor ha sido clave para la construcción de la ‘identidad nacional judía’, tanto el atentado a la AMIA como el ataque de Hamas del 7 de octubre han abroquelado un consenso pro sionista al interior de la comunidad. De hecho, la línea del partido supremacista Likud de Netanyahu es explícita al respecto al aseverar que “la guerra nos unifica”.
La comunicación del miedo es un estandarte del aparato de la propaganda sionista, resumida en la doctrina Hasbará que entiende a toda crítica contra el Estado de ocupación como un ataque antisemita. La Hasbará, además de usar la eliminación histórica para propiciar el borramiento del carácter semítico de las poblaciones ocupadas en Palestina, busca confundir la resistencia antisionista con un supuesto concierto internacional contra los judíos del mundo.
En lo que va del genocidio contra Palestina, sionistas o no, buena parte del arco comunicacional y político de la Argentina se ha tornado proclive a la Hasbará. La consecuencia es el silenciamiento brutal de un genocidio, en la patria que abanderó el Nunca Más, y el juicio y castigo a los militares.
La mayoría de los Latinoamericanos apoyamos decididamente a Palestina en su lucha contra la ocupación ilegal por parte del estado genocida de Israel.