La paz es un propósito entrelazado con el camino por transformaciones profundas en Colombia, por eso tiene alcances estratégicos, en perspectiva revolucionaria
Pietro Lora Alarcón
Desde un comienzo era sabido que el gobierno del cambio de Gustavo Petro tendría el desafío de construir un ambiente inédito en el país, reduciendo al máximo la violencia como mecanismo de solución de conflictos. Esto significa convertir la paz en una auténtica política de Estado, superando planes coyunturales y limitados.
A lo largo de la historia sectores populares fueron instrumentalizados para la guerra y asumieron banderas de partidos tradicionales, mientras las decisiones eran tomadas en los círculos cerrados de las élites dominantes. Cuando en la mitad del siglo XX los campesinos se defendieron de los ataques paramilitares de gamonales y terratenientes, fueron estigmatizados y perseguidos por el gobierno, que se apoyó en fuerzas de los Estados Unidos. En ese contexto la lucha armada se tornó una forma de lucha legítima y luego después, para varios sectores, una vía para la revolución.
Pero desde entonces la paz y la defensa de la vida, la conquista de una democracia real, con justicia, derechos y dignidad también se convirtió en una bandera popular. La historia demostró que no hay salida militar posible al conflicto social y armado, que las instancias de diálogo a partir de una agenda realista y constructiva en la cual las voluntades se disponen con decisión política a establecer los mecanismos que generan condiciones para la convivencia pacífica y permitan, sin amenazas, terror ni miedo, junto al pueblo, vereda a vereda, en campo y ciudad, con inversión estatal, apoyo a las iniciativas y movilización popular, son el camino que lleva el pan a la mesa y resuelve los problemas inmediatos.
Es una paz posible y necesaria. Por eso, hay que persistir en la movilización para materializar el Acuerdo de Paz con las FARC-EP en el 2016 y los esfuerzos para una reforma agraria democrática, encabezados por este gobierno, son aplaudidos y reconocidos.
No se puede renunciar a transitar la ruta del diálogo. Aunque resulta patético y grotesco que, en las actuales circunstancias históricas, actores armados reinstalen una lógica de guerra en varias regiones del país y el ELN desate una ofensiva en el Catatumbo, que no solo victimiza a la población civil, asesinando firmantes de paz, confinando familias y provocando el desplazamiento forzado, sino que obliga a que actores armados en diálogo reposicionen tropas y el gobierno tome medidas humanitarias de emergencia.
Una lectura miope de la realidad nacional e internacional, en el momento en que Trump asume el comando imperial, en que la lucha por la paz y la denuncia del genocidio a Palestina son el centro de la acción revolucionaria, aliada a una agresión que sabotea el diálogo, solo ofrece argumentos a los promotores de la guerra, a los mismos que lamentan como Colombia se les sale de las manos al complejo militar industrial que se beneficia con la violencia.
Mas allá de la conmoción interior decretada, hay que movilizar al país hacia la paz generando acciones que mejoren la vida de la gente en los territorios, con eficiencia y responsabilidad.