En medio de una dura confrontación entre los dos principales candidatos, Venezuela escoge, el 14 de abril, entre la consolidación del proceso revolucionario o el regreso a los privilegios de la burguesía. Jesús de Nazaret o Barrabás…
Alberto Acevedo
La coyuntura histórica de Venezuela ha colocado al movimiento revolucionario y popular de ese país en una encrucijada, ante la desaparición física de su máximo líder, el presidente Hugo Chávez.
Pese a que hace pocos meses los venezolanos habían ido masivamente a las urnas, para ratificar el mandato de su gobernante, de nuevo tendrán que hacerlo esta vez, en una confrontación dura, en la que seguramente el candidato oficial, Nicolás Maduro, va a ganar las elecciones (así lo confirman datos de las principales encuestadoras de opinión), pero el proceso enfrenta nuevas amenazas y desafíos.
La corta campaña electoral -oficialmente dura diez días- ha visto elevar el tono de las acusaciones de los dos principales candidatos. Maduro ha debido responder a las agresiones de su contendor derechista, que acude al insulto, la amenaza y el improperio, ante la falta de firmeza teórica y de claridad de sus objetivos políticos.
El poderoso aparato financiero, que aún conserva en sus manos la burguesía de ese país, y el andamiaje mediático, han sido movilizados en toda su fuerza en respaldo al señor Capriles. Al mismo tiempo, en una especie de ‘guerra sucia’, han creado una situación de escasez artificial de alimentos, de medicinas, de alza de precios, e incluso se rumora la posibilidad de una apagón general en el servicio eléctrico, a pocas horas de las elecciones, con el fin de crear un ambiente de zozobra y desaliento entre los seguidores de Chávez.
Lo que está en juego
Entre otros muchos rasgos de la política venezolana y latinoamericana, existen al menos tres cuestiones fundamentales que se ponen en juego en la contienda electoral del 14 de abril: en primer lugar, la defensa del proceso interno de cambios, alrededor del programa electoral defendido por Maduro, la consolidación de las reformas sociales emprendidas por Chávez y un ascenso de la lucha de clases.
En segundo lugar la continuidad del proceso de integración regional, de construcción de un bloque antiimperialista, y el destino de las relaciones comerciales con Rusia, China e Irán, entre otros países. Y al lado de esto, como tercer componente, la solidaridad con Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, y en general con el bloque de países representados en el ALBA.
Planes imperiales
Un elemento importante de la coyuntura externa de este proceso, son los planes de la derecha internacional, liderada por Washington, para retrotraer la revolución bolivariana. El presidente Obama, de los Estados Unidos, que no ofreció condolencias por la muerte de Chávez, en un mensaje a raíz de la muerte del desaparecido líder, abogó por “un nuevo capítulo en la historia de Venezuela”.
Entre tanto, Victoria Nuland, portavoz del Departamento de Estado, dijo que su gobierno esperaba una decisión de las autoridades venezolanas sobre la ‘transición’, que, no nos digamos mentiras, significa para los Estados Unidos la renuncia de Venezuela a su independencia y sus logros sociales.
El discurso norteamericano y el del candidato Capriles coinciden en lo fundamental. Es la misma retórica de las ‘guerra fría’, del ‘imperio del mal’ de que hablara Chávez. El pueblo venezolano, como asegura un analista latinoamericano, haciendo una alegoría de la religiosidad de la patria de Bolívar, deberá escoger entre el demonio y su salvación, entre las propuestas de la derecha recalcitrante y las del cambio social, entre Jesús de Nazaret y Barrabás.