sábado, marzo 15, 2025
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La última palabra

Ninguno de los dos es amante de la paz. Solo que Santos viene vendiéndonos esa idea desde los inicios de su mandato, y ha llegado la hora de cogerle la caña.

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Rodrigo López Oviedo

El paso irremediable del tiempo nos acerca inexorablemente a un remate electoral que para muchos resultará fatal, sea cual sea el resultado de las urnas. Lo grave es que todos los indicios parecen darles la razón a quienes así piensan. Una banda de derecha se nos presenta como la opción a otra banda que está conformada por personeros de igual condición, no solo por su talante ultrarretardatario, sino por su propensión a la pólvora para hacerse valer.

Santos y Zuluaga militan en el mismo sector del espectro político. Ambos representan al gran capital: uno, al capital financiero, otro, al latifundio y las mafias. Ambos se rompen el pecho en la defensa del poder de las oligarquías; ambos inclinan su espinazo ante las transnacionales y el imperio. Todo esto los hace absolutamente iguales; todo esto los hace dignos de que quienes hasta hoy les han hecho oposición, la redoblen, pues no hay ninguna posibilidad de que le introduzcan cambio alguno al modelo económico que hasta hoy han venido defendiendo, a no ser para profundizarlo más.

Con lo dicho queremos advertirles a quienes ven perspectivas de cambio a partir del 15 de junio que tales perspectivas no existen. No hay ninguna. Todo seguirá igual. Sin embargo, hay una pequeña trampita en el camino, y es la que ha puesto el señor Álvaro Uribe a través de Óscar Iván Zuluaga, su pelele de siete suelas, a quien ha puesto a decir que su amor del pasado por las balas es tan solo un amor ya fallecido; que el que hoy florece en su pecho es el amor por la paz, solo que sin impunidad.

Falso de toda falsedad. Ninguno de los dos es amante de la paz. Solo que Santos viene vendiéndonos esa idea desde los inicios de su mandato, y ha llegado la hora de cogerle la caña. Al fin de cuentas, son muchos los muertos, los huérfanos y las viudas que sigue dejando el conflicto armado y muchas los compromisos de Santos de encontrarle fin; bien vale la pena arriesgar un voto por mantener viva esa esperanza.

Tan solo por este motivo invito a votar por Santos, como también a redoblar la oposición a sus políticas una vez reelegido. Como ya se ha dicho, este voto no significa mermelada para la oposición, ni arriar las banderas de rechazo a las políticas neoliberales, ni, mucho menos, ingresar a la Unidad Nacional. Significa respaldar los diálogos por la paz y crear las condiciones para poder exigir que lo que se convenga en La Habana pronto se convierta en realizaciones del Gobierno. Ojalá esta sea la última palabra de las urnas.

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