martes, mayo 20, 2025
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La suerte está echada

“Alea iacta est”, murmuró Julio César al cruzar el río Rubicón en el año 49 a.C. Esta es la historia de cómo una persona en el exilio sintió el llamado del presidente Gustavo Petro a la consulta popular

Antonio Marín

Seguramente no lo dijo con la solemnidad que hoy imaginamos. Quizá hasta lo pronunció con voz baja y con dudas, porque las decisiones más grandes de la vida solemos susurrarlas más que gritarlas. Aunque al personaje se le describe vestido de toga, un ejército a sus espaldas y un futuro incierto por adelante, en el fondo Julio César no era tan distinto a cualquiera de nosotros cuando, al fin, nos arriesgamos.

Nuestro Rubicón no tenía río, ni ejército detrás. Tenía un avión y unos pocos años en la espalda. Colombia estaba en uno de los momentos más difíciles del conflicto interno y la idea de dejar atrás el arraigo, por peligroso que fuera, dolía y asustaba mucho.

Pero ahí estaba, a bordo de un 747, a diez mil pies de altura, mirando cómo la hermosa sabana cundiboyacense se convertía en la maqueta de las doce chozas de la fundación, que tanto inculcan durante la primaria. Abajo se veían las personas como puntitos móviles, hasta que dejaron de distinguirse por completo. No había vuelta atrás. La suerte, efectivamente, estaba echada.

Los sueños intactos desde el exilio

Esa frase, antigua y resonante, pronunciada por el presidente Gustavo Petro en la plaza de Bolívar, el primero de mayo pasado, me es familiar y visita de seguido ahora en el exilio. Porque las decisiones cruciales no se toman solo una vez, son varias, muchas quizás. Algunas, sin mucha solemnidad.

En mi casa era costumbre jugar al parqués; mi padre y mis hermanos adoraban el tute y el fierrito. Allí los dados se lanzaban con una fe muy seria. Los soplábamos fuerte, como si eso fuera una instrucción clara de la combinación perfecta para ganar, entonces los dados corrían sobre el vidrio del tablero con su ruido inconfundible. La “suerte echada” de la manera más sencilla: un dado que rodaba, una carta que se sacaba de la baraja y la emoción contenida de pensar que ese par, o ese trío, nos llevaría directo al triunfo.

En la calle jugábamos cinco-huecos con monedas. Allí la frase se sentía aún más tangible cuando lanzábamos la torre de monedas apuntando al hoyo. Entonces, entre el momento exacto en que las monedas dejaban la mano y tocaban el suelo, ocurría algo extraordinario: en ese brevísimo vuelo recogíamos los haberes de nuestro triunfo y con orgullo corríamos felices a comprar helados de salpicón, de mango ─con mango─ o de leche, en la tienda de la esquina; a comprar figuritas de álbumes de colección o a alquilar libros de historietas. ¡Qué lujo! Rompíamos la temporalidad, viajábamos mentalmente al futuro. Imaginábamos que ya habíamos ganado, que habíamos hecho moñona.

Más allá de la ilusión

Es curioso: esa ilusión breve es como una pequeña metáfora de la vida misma. Lanzamos decisiones, apuestas, cambios profundos, creyendo y deseando creer, que todo saldrá bien. A veces sí, a veces no. Pero siempre hay un instante, justo después de soltar las monedas, los dados, o al tomar una carta, en que no queda más remedio que aceptar lo incierto.

Esa frase latina comenzó a reaparecer una y otra vez en la historia, casi siempre en los labios de alguien enfrentado un punto decisivo. Siglos después, tomó fuerza en la política europea. Napoleón la citaba con frecuencia, casi como una provocación, como si dijera: “Ya tomé mi decisión y ustedes ya verán qué hacen”.

Porque decir “la suerte está echada” tiene algo de desafío. Es anunciar al mundo ─y quizás a uno mismo─ que lo que venga después ya no es negociable. Aunque el poeta y filósofo Waldo Emerson, a quien se le atribuye la frase “una vez tomas la decisión, el universo conspira para que suceda”, invitaba precisamente a eso, a dar el salto. Porque en ese punto ya la suerte está echada.

Siendo un hombre de paz, me interesa, lo confieso, más la versión cotidiana y lúdica de esta frase que su uso épico o militar. El riesgo cotidiano, el día a día del trabajador, del viejo, de la mujer, de sus familias. El azar simple y juguetón de soltar monedas o lanzar dados, o la valentía más sencilla ─pero muy real─ de tomar decisiones sin saber bien qué vendrá después.

La suerte pertenece al pueblo

Lejos de generales con ejércitos y filósofos o poetas en crisis ideológicas, esta frase pertenece sobre todo al pueblo, a los pequeños instantes cotidianos, esos en los que el riesgo no es épico, sino simplemente humano. Eso es lo que significa realmente la frase.

Desde la plaza, el presidente nos no llamó a la resignación, sino a un acto corajudo de confianza. Un recordatorio de que la vida, con sus pequeñas y grandes decisiones, está llena de riesgos inevitables. Que mirar atrás es solo para aprender y no repetir los errores. Que, a veces, el mejor mañana está justo al otro lado del temor, del azar o incluso de la incomodidad.

Pero para descubrirlo, primero hay que animarse a dar el paso y susurrar esas cuatro palabras tan profundamente humanas: La suerte está echada.

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