Los “saltos de tigre al pasado” suelen tener dos formas: una conservadora en la que lo actual, no refleja otra cosa que el pasado: la pura continuidad de la dominación sin resistencias. Pero también una forma liberadora en la que el cambio no es un mito, sino una verdad histórica y una posibilidad real de emancipación
Sarah Daniela Quintero Ruiz
@DanielaQR
En tiempos de guerras en potencia, de infamia genocida en acto, de vaciamiento de los códigos, guías, normas, acuerdos, fijados tiempo atrás para garantizar la protección de lo que otras guerras habían destrozado, parece que la vista se nubla, que sólo quedan la conmoción y la zozobra, cuando no el abierto cinismo que reduce al propio ombligo la existencia y donde muere toda disputa contra lo existente.
Conmoción y parálisis
Tal vez los años 90 sean un antecedente de una situación que resulta, a primera vista, excepcional y extraña. Entonces (1991) el historiador británico Eric Hobsbawm señalaba que uno de los aspectos más trágicos de las catástrofes del siglo XX era que la humanidad había aprendido a vivir en un mundo en el que la matanza, la tortura y el exilio masivo habían adquirido la condición de experiencias cotidianas sin sorpresa para nadie.
Y es que la “era del realismo capitalista” se emplazaba sobre el traumático final de la alternativa económica y política que había nacido en 1917: el socialismo realmente existente. Basta recordar la serie de acontecimientos ocurridos hacia el final del siglo XX, como la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS en 1989 y 1991, respectivamente.
Lejos de las fechas, los acontecimientos y la erudición, importa aquí que desde hace décadas la zozobra, la perplejidad y la parálisis acechan, y que parece existir un hilo continuo que se extiende en el presente sin tregua.
La opresión como único pasado
¿Se trata acaso de continuidades?, ¿une la injusticia del presente al contenido de otros tiempos lejanos? Si la idea actual de que la revolución social no es más que “un viejo perro muerto” suscita la imagen nostálgica de otra época en la que era posible oponerse al orden social vigente, entonces en el espasmo y la conmoción sólo se observan continuidades.
Los “saltos de tigre al pasado” suelen tener dos formas: una conservadora en la que lo actual, donde quiera que se lo vea, no refleja otra cosa que el pasado: la pura continuidad de la dominación sin resistencias. Pero también una forma liberadora en la que el cambio no es un mito, sino una verdad histórica y una posibilidad real de emancipación.
No en vano afirmaba Marc Bloch que “la historia es la ciencia del cambio, y a muchos respectos, es la ciencia de las diferencias”, pues entender “siempre” bajo la palabra “hoy” ha sido la herramienta con que se ha abierto paso a la resignación: ¿qué queda, si no la resignación, allí donde se le ha negado al ser humano el movimiento, la transformación: uno de sus rasgos más elementales?
Por ello, no sorprende que de los mecanismos inveterados de la guerra sea la deshumanización del adversario: la eliminación de su pasado, historia, tradición y, por tanto, de su presente y su futuro inmediato.
Historia emancipadora y su salto al pasado
Basta recordar estas palabras de Primo Levi para volver los ojos hacia Palestina, para escuchar a las “campanas que doblan” no sólo por Venezuela, o por una América Latina (hoy de nuevo en la mira imperialista): “Imaginaos ahora un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quiten la casa, las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte”.
Sin en el entendimiento del movimiento que caracteriza el desarrollo de las sociedades, se olvida a aquellos que nos exhortaron moralmente al recuerdo, que nos enseñaron un pasado de horror que debía ser transformado. Y no sólo se olvida a los que sufrieron, también a los que lucharon: a las gentes valientes que se opusieron a quienes han querido hacer de la historia el reflejo de su imagen “eternamente victoriosa”.
Sin la posibilidad de la transformación, sin esa dimensión histórica de la vida humana, el pasado se aleja como herramienta para entender las causas de lo que sojuzga y condena en una determinada época. Por ello, ante la conmoción y la parálisis, el salto hacia el pasado que permita la historia debe ser conciencia de cambio.







