Su vida paradigmática siempre está presente en los altares de la revolución colombiana, iluminando las luchas populares del campo y la ciudad, las montañas y los valles, los libros y las armas, la unión del evangelio y el fusil, como dice otro precioso canto de Alí Primera.

Hernán A. Ortiz Rivas
Falta un año para conmemorar media centuria de la muerte en combate de Jorge Camilo Torres Restrepo, el único santo que ha tenido su patria, fallecimiento con olor a pólvora, ocurrido un aciago 15 de febrero del siglo pasado, cuando participaba en un enfrentamiento entre su Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las fuerzas militares del Estado colombiano. Hacía pocos días Camilo había cumplido 37 años. Su nacimiento ocurrió el 3 de febrero de 1929, vale decir, estaba en plena juventud, llena de utopías heroicas y de realidades dramáticas; sin duda, nuestro inmortal luchador social “nació cuando lo mataron”, como sentenció bellamente su madre, Isabel Restrepo Gaviria, o “murió para vivir”, según el canto hermoso de Daniel Viglietti.
Son 49 años de la desaparición física del eterno “cura guerrillero”, porque su vida paradigmática siempre está presente en los altares de la revolución colombiana, iluminando las luchas populares del campo y la ciudad, las montañas y los valles, los libros y las armas, la unión del evangelio y el fusil, como dice otro precioso canto de Alí Primera.
En esta pequeña nota recordatoria, no podemos abarcar la vida breve de Camilo, sólo queremos resaltar su creación del Frente Unido, marchando con sus mensajes por los caminos de Colombia, junto al pueblo, y su vinculación a la guerra de guerrillas, para la cual no estaba preparado, porque su vida estaba más cercana a las letras que a las armas, a las plazas públicas que a las montañas, a las tribunas que a los disparos; sin que, por esto, critiquemos su incorporación apasionada y prematura, a la lucha insurreccional de los fusiles.
No. En esos momentos históricos se creía que toda la cordillera de los Andes podía convertirse en una réplica de la Sierra Maestra cubana; pero, en su caso, debía batallar más tiempo en la lucha legal, consolidando el Frente Unido, para llegar al poder del Estado. Los actuales vientos en América Latina demuestran que es posible conquistar ese poder mediante las urnas electorales, como ya lo habían señalado Marx, Engels, Lenin.
No olvidemos que Camilo se había afiliado a un abstencionismo beligerante, revolucionario, frente al proceso electoral, actitud definitivamente equivocada que proclamaba el ELN, que hasta ahora trata de corregir, ante las realidades que circulan en América Latina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina, comprueban que no puede despreciarse la lucha electoral para imponer gobiernos cercanos al socialismo.
En todo caso, se debe recordar a Camilo con su sotana, para los creyentes; con su fusil, para los insurrectos; con sus enseñanzas, para los estudiantes; con sus sermones, para los teólogos; con su Frente Unido, para los militantes políticos. Camilo, sin pedirle permiso a nadie, ingresó a la historia colombiana, como un personaje legendario, gigantesco, de primer orden, como un nuevo precursor de la segunda independencia de América Latina, y especialmente de su patria.
Para terminar este breve y ligero artículo sobre nuestro máximo héroe, vale la pena decir unas pocas palabras, relacionados con su vida. Nació en Bogotá, en el año citado. Su padre fue un eminente médico, Calixto Torres Umaña, su madre una mujer de gran temple e inteligencia, Isabel Restrepo Gaviria. Pertenecía, pues, a una familia de alta clase social; sus primeros años los pasó en Europa, Bélgica y España. Inició sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Bogotá, y en la Quinta Mutis, donde editaba un periódico: El Puma, “diario semanal que sale cada mes”. Los estudios de bachillerato los hizo en el Liceo Cervantes.
En 1947 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, donde solamente cursó un semestre; ese mismo año se vinculó al Seminario Conciliar de Bogotá, para ordenarse como sacerdote en 1954, en seguida viajó a Bélgica con el fin de estudiar, en la Universidad Católica de Lovaina, donde presentó una tesis dedicada a La proletarización en Bogotá.
A principios de 1959 regresó a Bogotá, fue capellán de la Universidad Nacional, en la cual participó como fundador de la facultad de Sociología y profesor de la misma; luego estuvo desempeñando varios cargos públicos, como en el Incora, la ESAP. Desligado de actividades oficiales se dedicó a dar conferencias populares y académicas en toda Colombia, a la creación del Frente Unido, y finalmente a su incorporación al Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla pro cubana surgida a partir del año de 1964, que en estos tiempos está buscando la posibilidad de poner punto final a su accionar armado.