Había sectores de la población que no compartían las gestiones ni la ideología del gobierno derrocado. Pero lo que sucedió la semana pasada no fue propiamente un alzamiento popular
Ricardo Arenales
La cancillería rusa confirmó que el presidente de Siria, Bashar al-Assad, renunció a su cargo, decidió abandonar el país y solicitó asilo humanitario en Moscú, el cual le fue concedido de inmediato. En un comunicado, se indicó que el exmandatario dejó instrucciones a sus colaboradores para llevar a cabo una transferencia pacífica del poder.
La Cancillería aprovechó el hecho para instar a las partes implicadas en el derrocamiento del mandatario para que renuncien al uso de la violencia y resuelvan todas las cuestiones de gobernanza por medios políticos. Además, aseguró estar en contacto con todos los grupos de la oposición siria.
También llamó a respetar las opiniones de todas las fuerzas etnoculturales de la nación levantina y expresó su apoyo a los esfuerzos para establecer un proceso político inclusivo, basado en la Resolución 2254, adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Asimismo, notificó la toma de medidas necesarias para garantizar la seguridad de los ciudadanos rusos en Siria y la posición de alerta máxima para sus bases militares, aunque reconoció que no existe ninguna amenaza grave para su seguridad.
No fue un alzamiento popular
Siria fue escenario de una operación terrorista, en la que se confederaron diversos grupos ultranacionalistas, enemigos del régimen de Al Assad. Esta coalición es un ejército de mercenarios de varios países, entrenados con anterioridad y dotados de armamento de alta capacidad de combate, una flotilla de drones, tanques y armamento sofisticado que, en once días, es decir, en una operación ultrarrápida, dieron al traste con el gobierno en Damasco.
Cierto es que había sectores de la población que no compartían las gestiones ni la ideología del gobierno derrocado. Pero lo que sucedió la semana pasada no fue propiamente un alzamiento popular. En realidad, es una operación subversiva cuidadosamente preparada desde la cúpula militar de países como Israel, Estados Unidos y Turquía.
Expectativa
El alzamiento, que comenzó el 27 de noviembre, fue liderado, aparentemente por la milicia rebelde Hayat Tahrir al Sham (HTS), con raíces en Al Qaeda. Pero también es cierto, como lo confirmaron fuentes de inteligencia iraníes, que un nutrido grupo de mercenarios fueron entrenados por Ucrania y que, de hecho, varios miles de tales mercenarios, no pocos de ellos ucranianos, participaron en la operación que permitió capturar gradualmente Alepo y otras ciudades, para culminar en Damasco. El operativo lo hicieron en coordinación con otra organización denominada Ejército Nacional Sirio (ENS), vinculado a Turquía desde el noroeste de Alepo.
Las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza y su aliado principal en el Medio Oriente, Israel, no ocultan su regocijo por el resultado final de los hechos en Siria. La administración Biden ofreció toda su ayuda para facilitar la ‘transición’. Israel dijo que cambia radicalmente (a su favor) el panorama geoestratégico en la región. De hecho, el mando sionista bombardeó varios focos de resistencia en Siria y en pocos minutos ocupó los Altos del Golán, una codiciada presa. El mundo mira expectante los acontecimientos venideros en esta parte del planeta.