Hoy está claro que la crisis económica y social invocada por los golpistas para provocar el timonazo en el poder, fue cuidadosamente preparada para crear unas condiciones propicias para poner fin a los gobiernos del PT. Ese era el objetivo final de la derecha brasileña.
Alberto Acevedo
La mayoría golpista en el senado brasileño, consumó finalmente su artera maniobra para apartar del cargo a la presidenta Dilma Rousseff, iniciar contra ella un proceso de juzgamiento por un “delito” que se reduce a unos traslados presupuestales que sirvieron para fortalecer programas sociales, y finalmente para poner fin a trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores, cuya gestión se había convertido en una piedra en el zapato para los planes de la burguesía de ese país de volver al control de los destinos de esa nación.
Lo irónico es que los cargos formulados contra la presidenta, no constituyen en sí mismos un delito, además de ser una práctica corriente en la gestión de gobiernos anteriores, sin que nadie los hubiera acusado por ello. En cambio sí, quienes en la Cámara y en Senado acusaron a Dilma, están inmersos en graves delitos de corrupción y podría hablarse de una cuadrilla de bandidos que robaron los recursos del Estado y, por cierto, con los cambios de fichas en el gobierno están interesados en que se cierren todos los procesos penales y administrativos en su contra.
Hoy está claro que la crisis económica y social invocada por los golpistas para provocar el timonazo en el poder, fue cuidadosamente preparada para crear unas condiciones propicias para poner fin a los gobiernos del PT. Ese era el objetivo final de la derecha brasileña.
Las manifestaciones públicas que comenzaron en el año 2013 contra la presidenta, no fueron expresión es espontánea de la ciudadanía. Fuerzas de la reacción canalizaron el malestar existente frente a ciertos reveses en el manejo económico, en buena parte causados por fenómenos externos, sumados a la evidente corrupción en varias esferas de la administración y del sector privado, y todo esto constituyó la antesala de un proceso de descrédito al gobierno para abonar el terreno para su destitución.
Modelo neoliberal
Las primeras medidas tomadas por la administración interina del vicepresidente Michel Temer, indican que había una estrategia detalladamente calculada con suficiente antelación. Las riendas del manejo de la economía y del banco central, han sido puestas en manos de fichas del modelo neoliberal. Los líderes de los partidos socialdemócrata y de derecha, que perdieron las elecciones en sucesivos consultas al electorado durante los gobiernos del PT, han sido nombrados en el gabinete ministerial. Lo que no lograron en las urnas, lo aseguran ahora tras el golpe parlamentario.
La intensa campaña mediática realizada en las últimas semanas contra el gobierno petista ocultó que los corruptos son los golpistas, están del otro lado del banquillo de los acusados. Ocultó que más de doscientos parlamentarios tienen hoy procesos en curso ante el Supremo Tribunal Federal.
No dijeron tampoco los medios que el verdadero plan apunta a desmontar los avances en materia social de 13 años de reformas democráticas, desviar los recursos que ahora se dedican a salud, educación y lucha contra la pobreza, y a establecer una nueva política internacional, subordinada a los intereses de los Estados Unidos.
Las primeras medidas de Temer muestran que a la burguesía brasileña le conviene un Estado no intervencionista, un Estrado mínimo, neoliberal, que abra las puertas a la libre empresa, sin importar que se sacrifiquen las conquistas sociales del pueblo y los trabajadores.
Llamado a la movilización
Más aun, esos recursos hasta ahora destinados a lo social, constituían una apetitosa tajada del queso, que la burguesía quería devorar. El golpe fue para eso, para que esos recursos volvieran a sus bolsillos.
Como en el proceso de elecciones en Argentina, y como en los planes golpistas contra el presidente Maduro en Venezuela, las burguesías de estos países anhelan fervientemente poner fin al ciclo de gobiernos progresistas, implementar un plan de venganza contra los pueblos y sus derechos.
Pero en este juego pierde también la integración latinoamericana. Ya se fraguan planes para desvirtuar el carácter progresista y contra hegemónico de Mercosur, y paralizar otras iniciativas democráticas como Unasur y el ALBA. No en vano, el nuevo mandatario brasileño, el señor Temer, ha dicho que su gobierno trabajara en dirección a nuevos acuerdos económicos con Estados Unidos y la Unión Europea, “con o sin el Mercosur”. Con cierta razón, algunos observadores económicos empiezan a calificarlo como “el nuevo Macri del Brasil”.
Al dejar temporalmente su cargo de presidenta, Dilma Rousseff dijo que “no es un impeachment sino un golpe” lo que se produjo en su contra. “No hay justicia más devastadora que un juicio contra un inocente”, planteó la mandataria y llamó a los trabajadores a “mantenerse movilizados, unidos y en paz”. El camino de la movilización podrá frustrar los planes de la reacción de apoderarse de la mayor economía latinoamericana y garantizar la continuidad de los procesos democráticos en ese país.