Uno de los actos litúrgicos más significativos de la nueva visita del papa Francisco por tierras de América Latina, lo constituyó el mensaje que en la población de Chiapas, mayoritariamente indígena, dirigió a las comunidades, que escucharon al pontífice incluso hablar en sus lenguas nativas.
En uno de los estados más pobres de México, donde hace dos décadas se gestó una rebelión armada en reclamo de justicia y mejores condiciones de vida, el pontífice celebró una misa en San Cristóbal de las Casas e instó a los nativos a rechazar la opresión y el maltrato.
Citó el libro sagrado Popol Vuh y dijo que “hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida, donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean moneda corriente”.
Francisco tuvo palabras también para el clero mexicano al que instó a no resignarse ante la realidad de injusticias, a no perderse en la comodidad de sus sacristías, a no consolarse con aquello de que ‘la vida es así’. A los sacerdotes, religiosos y monjas los exhortó a “salir a las calles a predicar”, a “no paralizarse ante la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio a la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad”.
La visita papal estuvo rodeada de significados. El llamado a las comunidades indígenas a no resignarse a la opresión es un intento de reconciliación con los pueblos aborígenes del continente, frente a una iglesia que en los últimos tiempos ha sido aliada de los poderosos y ha vivido en la opulencia.
Francisco fue huésped de una clase política corrupta, donde vive Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, en medio de una sociedad empobrecida y humillada, en un país con una pobreza desafiante. También dirigió un mensaje a una jerarquía eclesiástica conservadora, que cohonesta muchas de las injusticias denunciadas por el pontífice.
Tres puentes
Y aunque el papa representa a esa iglesia rica y opulenta, para los miles de indígenas y campesinos que salieron a las calles a escuchar su mensaje, el problema no reside en quién es el papa, sino en cómo ven su viaje. Y en ese sentido representó un aliento, para muchos significó un peldaño en la toma de conciencia. “No se resignen en la lucha por el cambio”, volvió a repetir el líder religioso.
Otro hito importante en su viaje por Latinoamérica, lo constituyó la escala que realizó en La Habana, donde a instancias del presidente Raúl Castro, el jerarca de la iglesia católica se reunió con Kirill, patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El encuentro de los dos guías espirituales puso fin a 938 años de distanciamiento entre las dos iglesias, y un punto de encuentro entre los 1.200 millones de católicos y 120 millones de ortodoxos rusos.
La búsqueda de la paz a través del multilateralismo y la solución al conflicto entre Rusia y Ucrania, son los motivos que permitieron ese acercamiento. A ambas iglesias les preocupa la persecución a cristianos, católicos y ortodoxos, y la destrucción de monumentos cristianos en África y Asia a manos del Estado Islámico.
De esta forma, al menos tres puentes ha tendido Francisco en sus visitas a Latinoamérica: a) el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, al cual contribuyó; b) cuando en una misa en la Plaza de la Revolución, en La Habana, pidió la paz para Colombia; c) el acercamiento con la Iglesia ortodoxa Rusa.