jueves, mayo 8, 2025
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En la calle se construye la unidad y la convergencia

Editorial 3270

Las gigantescas y entusiastas movilizaciones populares del Primero de Mayo, Día Internacional de la Clase Trabajadora, que llenaron hasta el tope las calles y principales plazas públicas de Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena y otras capitales, marcan un momento ascendente en la politización del pueblo.

Fue una movilización de proporciones inéditas, llena de significados y simbologías ancladas en la historia de lucha colombiana y latinoamericana. La espada del Libertador Simón Bolívar fue desenvainada con la promesa de estimular y desatar nuevas batallas por la independencia definitiva y la soberanía y dignidad del pueblo trabajador.

La fachada del Congreso, frente a la Plaza de Bolívar, fue cubierta con una enorme tela negra que simboliza la sordidez de muchas de las decisiones que se toman en conciliábulo, detrás de esas paredes y columnas. O tal vez, para que de puertas para adentro no llegara el clamor de justicia de millones de gargantas, que en esa mañana colorida y soleada se hicieron escuchar.

La oposición en su desespero desató una campaña mediática de mentiras, intensa como ninguna, que insinuaba que la gente del común estaba saturada de convocatorias demagógicas, que ya no iban a funcionar. Los empresarios en coro armonioso recordaban al oído de los oyentes o de los lectores, que el país rueda hacia un precipicio, los inversores extranjeros no llegan, tampoco los turistas, que las reformas sociales cayeron en el atolladero, que la salud, la educación, el campo, la ciudad están desfinanciados, todo por cuenta del Gobierno.

En la campaña de descrédito contra la actual administración, llama la atención la manera utilitarista e inhumana como los medios magnifican la muerte de soldados y policías en medio de la arremetida, por un lado de carteles de narcotraficantes y, por el otro, disidencias y antiguas guerrillas.

Según ellos, cada soldado caído es un ‘héroe de la patria’, un héroe lanzado a la guerra que en cada mensaje impulsan y pregonan, realmente un héroe sepultado con toques de diana, envueltos en banderas nacionales y acompañados del llanto (multiplicado en imágenes) de sus adoloridos familiares.

Los líderes sindicales, indígenas, populares y los defensores de derechos humanos, que derraman también su sangre en esta vorágine de violencia, jamás son acompañados por los reflectores de cámaras y noticieros y, menos calificados como ‘héroes de la patria’. En el mejor de los casos, son héroes anónimos por los que la gran prensa corporativa no derrama una lágrima.

Soldados, policías y población civil nos duelen por igual, son el pueblo, son vidas e historias que hacen de esta nación potencia de vida. Este Primero de Mayo nos recordó que somos una sola nación.

La movilización fue multitudinaria, contundente. No solo por la presencia multicolor de los trabajadores y sus sindicatos, sino por la vinculación de otros sectores sociales: indígenas, campesinos, intelectuales, estudiantiles, juveniles, de mujeres y de la diversidad sexual. Otros actores sociales se vinculan a lucha reivindicativa. En la calle se construye la unidad y la convergencia social.

Los trabajadores y el pueblo tienen una agenda clara: primero las reformas, el rescate de conquistas laborales y sociales pérdidas, particularmente a partir de la administración de Uribe Vélez. Pero también ponen la mirada en las elecciones venideras, en la continuidad de un proyecto de reformas sociales avanzadas, que en buena medida fue obstaculizado por los agentes de la derecha reaccionaria, en el parlamento, en las Cortes y en los medios.

La agenda popular es de dignidad, de soberanía nacional y de esperanza.

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